domingo, junio 28, 2009

BIENVENIDO A CASA

Bienvenido a la Iglesia católica:

La verdad es que no hace falta comentarios, con verlo es suficientemente esclarecedor.

viernes, junio 26, 2009

S. Josemaría en imágenes







S. Josemaría

Hoy hemos celebrado la primera Misa en honor a S. Josemaría en la nueva Parroquia de Madrid.

Como se puede apreciar, estába hasta la bandera de gente.

Muchas familias enteras con abuelos, padres y niños.

miércoles, junio 10, 2009

DE CURAS , CELIBATO Y OTRAS REFLEXIONES


De curas, celibato y otras reflexiones
Julieta Mújica Villegas
equipogama@arcol.org


Fue hace tres años, a la salida de un cine ubicado en el centro de una mega plaza comercial. Estábamos tomando un refresco cuando pasó por ahí: era joven, de buen porte y, evidentemente, se trataba de un novel sacerdote o de un seminarista. Cuando pasó cerca de nosotras una de mis amigas dijo en voz alta: “¡qué desperdicio!”. Él se detuvo, viró con parsimonia, semblante tranquilo, y con voz pausada, clara y masculina dijo: “Desperdicios como yo somos llamados por Dios para tratar de salvar a desperdicios como tú”.

En los últimos meses han salido a la luz diversos casos de sacerdotes, e incluso de algún obispo, que fallaron a su promesa o voto de celibato. Más allá del morbo que suscitan todos estos sucesos y que suelen ser objeto de venta por parte de algunos medios de comunicación, y de consumo por parte de muchas personas, está una reflexión más profunda. Digo ya desde ahora que no justifico en ningún caso las acciones, pero me queda claro que tampoco puedo constituirme en juez de nadie, menos después de haber reflexionado un poco más en algunos puntos que no pueden pasar desapercibidos.

El primer punto es relativo al qué hago yo cómo católica por los ministros de Dios. Conozco a no pocas personas que atacan y critican los casos que objetiva o falsamente van saliendo a la luz, incluso siendo creyentes, pero ¿acaso rezamos y nos sacrificamos por ellos?

Es verdad que tanto sacerdotes como religiosas son o deben ser conscientes de la radicalidad de su llamado y de las exigencias que éste mismo implica, pero esta consciencia no nos exime de estar más al pendiente de qué necesitan nuestro sacerdotes y religiosos, no nada más materialmente, si bien ya es buen comienzo.

Una palabra de aliento, estar disponibles para escucharles, ayudarles, atenderles… en definitiva vivir la fe, que es también un hondo sentido de familia, debería ser una constante. Su ministerio pastoral es costoso y las más de las veces no vemos todos los sacrificios humanos que se esconden detrás del apostolado de cada una de las personas consagradas.

Otro punto es referente al trato. A veces me llama la atención que las mujeres jóvenes deseen confesarse con los curas jóvenes como si el perdón dependiese de la juventud del confesor. Quizá por prudencia y en un afán de ayuda a través de su consejo, debería ser más habitual acudir a sacerdotes experimentados al momento de tratar o pedir confesión en temas tocantes al sexto y noveno mandamiento, especialmente.

También me impacta la manera como a veces podemos ir vestidas las mujeres ya no solo a ese Sacramento (escotes de pecho y falda, pantalones entallados, etc.). En este contexto, las mujeres respecto a los hombres consagrados, y los hombres respecto a las mujeres consagradas, deberíamos saber presentarnos decentemente delante de ellos. Sí, son parte de nuestra familia en la fe pero no hay que comportarse con familiaridad con ellos: tocarles en todo momento, abrazarles a la primera ocasión, desvivirse en halagos que, además de que pueden ser adulaciones falsas, salen sobrando… El sentido de familia y la familiaridad son dos cosas diversas.

Durante las últimas semanas también me ha venido insistentemente a la mente una pregunta: ¿en quién tengo puesta mi fe? Y está claro: ante todo mi fe está puesta en Cristo. Por tanto el fallo de un sacerdote –o de millones de ellos, si se diera el caso– no debe mermar mi fe en Dios que no falla, y en su Iglesia, medio de salvación. Mi fe no está en el ministro sino en Cristo mismo. Un sacerdote podrá fallar porque puede elegir libremente el mal, pero Dios nunca falla. Me queda claro que a pesar del ministro, Dios actúa. Y esto es una muestra más del milagro y del misterio de la fe: Dios nos puede hacer llegar su gracia a través de cañerías sucias porque nos ama.

No tengo en reparo en decir que besaría las manos de todos los sacerdotes del mundo, también de los indignos; no porque ellos lo merezcan sino porque son las manos que han bajado a Dios a la tierra y un día fueron ungidas con el óleo que los configuró sustancialmente con Cristo.

Vivimos en un tiempo donde la sexualidad ha sido banalizada. Lo erótico se ha convertido en objeto de consumo y más se vende en tanto cuanto esté menos cobijada le persona que exhibe.

La publicidad en la televisión, en las revistas, en los periódicos, en los anuncios espectaculares al lado de las autopistas y carreteras; las canciones, los programas y series de televisión, las películas… todo parece querer llevar en una sola dirección. Y es obvio que un alma consagrada no va con los ojos vendados por el mundo. También es víctima de ese ambiente pero nosotros podemos ayudarlo. ¿Cómo? Cuántos correos electrónicos de dudosa reputación podemos evitarles (o también los que sólo le pueden quitar el tiempo); cuántos regalos verdaderamente útiles de acuerdo a su condición de célibes; cuánta motivación de nuestra parte para espantarle “las moscas que merodean la miel”; ¡hay que seguir suscitando el amor a nuestros sacerdotes y monjitas! ¡Apoyemos la vocación de quienes Dios quiere llamar en nuestros hogares! Este año sacerdotal que comenzaremos el próximo día 19 de junio, por iniciativa del Papa Benedicto XVI, es un medio más para revalorar la figura sacerdotal.

No creo que la abolición del celibato sea la medida correcta ante los hechos que hemos ido conociendo y que, quizá en un futuro, se seguirán sucediendo. Y no lo creo porque la fe suele ir contra corriente, la fe no está para adaptarse a lo trivial y novedoso, la fe no es fruto de la democracia. Me parece que la Iglesia ya está haciendo mucho al recordar constantemente cuáles son las motivaciones que debe haber en el candidato al sacerdocio, lo que muchas veces vale también para todas las almas consagradas.

No se me hace justo que precisamente los que hablen contra la castidad consagrada sean precisamente los que han fallado en ese compromiso que un día hicieron consciente y libremente esas personas. ¿Y los testimonios de tantos otros que viven sus compromisos de amor con Dios, por qué no salen a la luz con tanta insistencia como los de los absentistas? Sí, todo podría ir a la deriva de lo facilón y lo más práctico. Pero si a facilidad y practicidad nos sujetásemos, quizá la ascesis cristiana no tendría ningún sentido así como las virtudes que se nos recomiendan vivir en este credo.

Cuando en el centro comercial aquel joven sacerdote –¿o seminarista?– respondió de esa manera a mi amiga, comprendí que ese hombre amaba su vocación y tenía clara la misión que Dios le había confiado y él aceptó realizar. Desde entonces he caído en la cuenta que mi misión como católica es también la de apoyar esa misión que, en definitiva, también es la todos los que creemos en Cristo.

sábado, junio 06, 2009

LIMPIOS DE CORAZÓN



TEXTO SACADO DE PARA SER CRISTIANO
Limpios de corazón para ver a Dios

El aspecto central de la cuestión es el amor. Donde hay un auténtico amor, se obtienen las fuerzas necesarias para vivir ordenadamente la sexualidad. En un precioso documento sobre el celibato sacerdotal, Pablo VI decía: "el amor cuando es auténtico es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos". Cuando el amor es grande, limpio y generoso, cuenta con la energía necesaria para combatir los deseos más bajos, que siempre son mezquinos y egoístas, y para darles su debido cauce.

Por amor de Dios, se puede llegar incluso a ofrecer todas las satisfacciones de la vida matrimonial y del ejercicio de la sexualidad. Así lo explicó el señor a sus discípulos (Mt 19, 10-12) y lo vivió la Iglesia desde el principio. Jesucristo fue célibe y también lo fueron San Juan y San Pablo, y muy probablemente otros apóstoles.

San Pablo nos cuenta: "mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo, más cada cual tiene su gracia particular; unos de una manera y otros de otra. No obstante, digo a los no casados y a las viudas, bien les está quedarse como yo" (1 Cor 7, 7-8). Y explica que así pueden dedicarse más fácilmente a las cosas de Dios (1 Cor 7, 32-35). De hecho, en la Iglesia han existido, desde el principio, personas que han querido vivir célibes, imitando así a Jesucristo y dedicando sus energías al servicio de la Iglesia. Muy pronto se empezó a elegir de entre éstos a los Obispos y más tarde a los sacerdotes, hasta que esa costumbre se fue extendiendo por toda la Iglesia latina. Todo el mundo entiende que, además de muchas razones de dedicación y eficacia, el celibato apostólico (la entrega total a Dios en este punto) es uno de los testimonios más fuertes de la riqueza moral de la Iglesia, y un índice del altísimo concepto que la Iglesia tiene de lo que es el amor de Dios.
Esto no obsta, sin embargo, a que tanto el matrimonio, como la sexualidad que se vive en él, sean considerados como algo bueno y santo. En el matrimonio y ordenado por su propia naturaleza a la procreación, el placer sexual es algo bueno, como lo es el placer que produce la comida o el descanso. Son cosas queridas por Dios. Para que sea honesto basta con que el acto sexual se realice según su naturaleza, abierto a la vida, sin que se le prive artificialmente de su efecto (procreación), ni se desarrolle voluntariamente de manera anómala. En cambio, fuera del ámbito del matrimonio, la búsqueda del placer sexual es gravemente inmoral.

En el ambiente que nos rodea, ésto puede resultar a veces difícil de vivir. Incluso pueden producirse, por debilidad, desórdenes prácticos en la conducta. Habrá que reconocerlos y arrepentirse de ellos delante de Dios (en la confesión). Y sacar experiencia para evitar que se repitan. Lo importante es reconocerlos y aprender a luchar con energía también en esto. "Todos sabemos por experiencia -se lee en Camino- que podemos ser castos viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera" (n. 124).

Si tenemos un poco de cuidado en lo que entra por los ojos, lo que leemos, lo que vemos en la televisión, lo que se nos muestra por la calle, controlaremos uno de los resortes más importantes de la intimidad y seremos más libres, pues impondremos a nuestra conducta, el orden que voluntariamente queremos.
Hay que dar importancia a estos detalles, pues los efectos de los descuidos son grandes. No nos sintamos nunca por encima de estas pasiones que forman parte de nuestra naturaleza caída. Mientras seamos personas normales, las tendremos encima, y si no las controlamos, acabarán manifestándose en una conducta desordenada.
Hay que sujetar la curiosidad y purificar los pensamientos y deseos. El Señor advierte que "quien mira a una mujer deseándola ya adulteró con ella en el corazón" (Mt 5,27).

Y este cuidado no sólo hay que tenerlo con las manifestaciones más aparatosas del instinto sexual, a veces hay que vivirlo con las más sutiles.
Ya hemos visto que hombre y mujer sienten una mutua atracción natural, que se inclina a convertirse en un trato afectivo y, a través de él, finalmente en una relación sexual.
Este proceso no es necesario, pero existe cierta tendencia natural. No nos puede pillar de sorpresa que, al tratar habitualmente a una persona de otro sexo, sobre todo cuando es joven, empecemos a sentir hacia ella sentimientos que no son los de la simple amistad. Es la experiencia del enamoramiento, del "flechazo", que es una realidad llena de belleza y querida por Dios para la mayoría de los hombres, como camino normal hacia la amistad conyugal. Sin embargo, cuando ya hemos entregado estas posibilidades de afecto a Dios o a otra persona, hemos de saber controlar estos resortes de nuestra intimidad.
Cuando una persona, que ya ha entregado sus capacidades de amar, nota inclinaciones fuertes en su corazón hacia otra, y ve que tiende a considerarla de una manera romántica, fijándose en los muchos encantos que tiene, y siente deseos de tratarla más y con más frecuencia que a los demás y de confiarle su intimidad, tiene que saber que se está enamorando. En este caso, si quiere ser leal a los compromisos libremente adquiridos, tendrá que poner inteligentemente los medios para cortar ese proceso natural. Convendrá que no la trate tanto, que cree alguna distancia, que procure no pensar en esa persona, que ahonde más en sus otros amores. En esas circunstancias, aparentemente inofensivas, se juega muchas veces, la propia felicidad y la de los que le rodean.
Hay que controlar los afectos del corazón y encauzarlos, y no ser ingenuos ni irresponsables.
Si dejamos que los procesos afectivos se desencadenen, suele resultar muy difícil volverlos a su cauce y causan muchos daños.

En general, esta virtud está estrechamente unida a las demás; por eso, cualquier avance en otras virtudes (dominar la pereza, ser más sobrio, exigirse en el trabajo, etc.), repercute en ésta y al revés.
De una manera especial, la humildad ayuda a vivirla bien; mientras que su vicio contrario (la soberbia) suele arrastrar también desórdenes en este punto. Como reza un viejo refrán ascético: "soberbia oculta, lujuria manifiesta".
La humildad ayuda, además, a rectificar los errores y a ser sincero con uno mismo, reconociendo lo que puede haber de complicidad en algunos casos; y con el confesor o director espiritual, a quien se deben manifestar las dificultades que se experimentan en esta materia, como en las demás, a pesar de que siempre avergüenzan un poco.
Estos medios y una auténtica devoción a la Virgen (pues nosotros sólos no contamos con suficientes energías), llevan a vivir bien esta virtud.

La castidad (también llamada por la tradición cristiana, pureza) da a los hombres una gran capacidad de amar; los hace recios y gratos a los ojos de Dios. "Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles, que no conocen a Dios" (1 Tes 4, 3-5). Si procuramos vivir así, experimentaremos la verdad de esta promesa del Señor: "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).

miércoles, junio 03, 2009

PAISAJES DE UNA CIUDAD


Los paisajes de una ciudad
Miguel Aranguren
file://www.miguelaranguren.com/


Una misma ciudad tiene distintos paisajes, dependiendo del lugar desde donde se contemple. En Madrid, que es la mía, han levantado cuatro torres de arquitectura vanguardista que han cambiado, de sopetón, la línea más o menos horizontal de la urbe. Desde el norte, la capital de España parece atada a esos cuatro nuevos mástiles, que con una tensión que a veces cubren las nubes parecen dirigir el rumbo de sus más de cuatro millones de habitantes.

A veces bastan cuatro detalles, cuatro rascacielos, para que una ciudad que era conocida más por el tipismo de su buen vivir, comience a competir con esas metrópolis que parecen diseñadas para una nueva edición de Blade Runner. Y no sé si casa tomarse unas tapas -el divino aperitivo- con trabajar en la planta ochenta y ocho, a más de trescientos metros de distancia del suelo y subiendo, de un edificio que parece un bucle que cae desde el firmamento. Además, una vez arriba, el paisaje confunde, porque acostumbrados a mirar desde el asfalto tenemos que aprender a ubicar los lugares desde el mismo lugar donde los ángeles nos vigilan.

En Nueva York, metrópoli en la que la arquitectura del rascacielos es la idiosincrasia propia de Manhatan desde los años veinte de la pasada centuria, da gusto trepar hasta lo alto de la antena del edificio Chrysler y asomarse al vacío con el pálpito del mismo King Kong. Desde la picota se domina con perfección milimétrica el diseño de las avenidas que bajan hacia el sur de la isla y las que están trazadas hacia los puentes que la unen al continente. Además, casi a golpe de mano, te rodean los miles de ventanales de otros rascacielos históricos que esconden su belleza retro a los viandantes para reservársela a los helicópteros, los alpinistas, los gorilas gigantes del celuloide y los turistas curiosos.

En Madrid, sin embargo, la sensación es bien distinta: al norte, los encinares y la sierra azul que tan bien plasmara Berruguete en sus lienzos. Al noreste, los polígonos industriales que rozan los barrios de lujo y los PAU (¡horrible acrónimo!) que suenan a chicharra y desguace (San Chinarro, Las Tablas…). Al Sur, el paseo de la Castellana como única arteria por la que bajan las venas de una ciudad que, hasta hace bien poco, fue un pueblo grande, una localidad de barrios y verbenas cuyos vecinos chuleaban con rutilancia castiza a los del barrio de al lado. Lavapiés, Latina, Tetuán de las Victorias, Chamberí, Hortaleza, Centro, Guindalera, Vallecas…, parecen bien lejanos a Soho, Tribeca, Chinatown, Little Italy…, por más que nos caiga en suerte o en desgracia un alcalde empeñado en convertir capital tan manchega en un queso gruyere internacional, castigando a sus sufridos ciudadanos a una sucesión interminable de obras faraónicas que nunca acaban antes de tres o cuatro años.

Pero empezaba este artículo explicando que una ciudad tiene distintos paisajes, dependiendo del lugar desde el que se contemple. No es lo mismo vivir Madrid entre los andamios, las excavadoras, los martillos hidráulicos y los operarios que han tomado la calle Serrano -llevando a la ruina a las principales tiendas de la capital- que padecerla en el interior de un automóvil o disfrutarla sobre una moto o el sillín de una bicicleta. Madrid, por continuar con mi ejemplo, es una ciudad agradable para pasear a lo largo y ancho de sus pulmones verdes –el parque del Retiro, el del Oeste, la Casa de Campo…-, incluso una ciudad maravillosa cuando se pisa el mármol de sus mejores museos. Todo depende de la altura de miras, de la posibilidad de nuestro tiempo, de las inquietudes que manejan nuestra curiosidad.

ABORTOS, DIÁLOGOS INÚTILES


Abortos, diálogos inútiles
Alejo Fernández Pérez
Alejo1926@gmail.com


Busco en Internet, en Google y en español la palabra “Aborto” y en 0,36 segundos aparecen hasta 9.000.000 de escritos, sin utilizar los nombres correspondientes a cada idioma. ¿Por qué este interés y esta pasión?

En el año 1978 nuestro filósofo Julián Marías escribía: “me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo.” Más grave que la suma de todas las guerras, revoluciones y muertes habidas durante el siglo XX.

Jamás en la historia de la humanidad ningún pueblo, civilización o raza ha fomentado o legislado a favor de los abortos. Siempre se ha considerado un crimen y como tal tratado. Por supuesto siempre ha existido, pero como existe el robo, el asesinato, el engaño, la prostitución y otras lacras sociales, combatidas en todos los casos por la sociedad y los gobiernos.

Sin embargo, desde hace pocos años, parece como si el mundo se hubiese vuelto loco. A lo bueno, se llama malo; y a lo malo, bueno. Los Diez Mandamientos, los Derechos Humanos, los frenos morales y toda moral se están tirando por la ventana.

Tras el paso de la Revolución Francesa, del comunismo y de sus primos hermanos: socialismo, progresismo y otros ismos; la filosofía de la Nueva Era y del relativismo moral se están imponiendo. Todo se explica y todo vale si de alguna forma nos favorece.

El aborto, antes tan denostado y perseguido, ahora es un “derecho de la mujer”, “una liberación”, el feto no es más que un tumor y el bebe un estorbo y fastidio para disfrutar de la vida.

Se castiga a quien, pudiendo, no evita que una persona se suicide o muera en un accidente; pero se premia a quienes los matan por miles en los vientres de sus madres.

Gobiernos satánicos se empeñan en ver blanco, lo negro. Y así, ningún diálogo es ni será posible.

El hombre sin Dios se convierte en Señor de la vida y de la muerte. La ONU, UNESCO, docenas de organizaciones no gubernamentales, multinacionales y sectas variadas pro-muerte; todos con mucho dinero fuerzan a las naciones necesitadas a legalizar el aborto libre, la eutanasia, las manipulaciones con embriones, y si no, ¡no hay dinero para ellas!

Un río de sangre clama al cielo y, sin embargo, hay quien se empeña en justificar lo injustificable. El aborto es un problema esencialmente antropológico, humano. Las religiones solo añaden una razón más, un mandamiento divino: no matarás, el primero y fundamental de todos los derechos.

Con los terroristas se acabó todo diálogo. ¿Y vamos a dialogar con los asesinos de los millones de bebés no nacidos anualmente? A estas alturas todo diálogo con los pro-muerte, todas las razones y argumentos son totalmente inútiles.

A ellos no les guía la razón sino un odio satánico al Dios de Israel y a su descendencia, los cristianos. Hacen falta algo más que diálogos y razones.

En democracia, la única solución sería que los pro-vida ganen las próximas elecciones; mientras tanto, solo nos queda rezar para que el diablo salga de los partidarios de la muerte, entre los cuales Satanás ha ganado una gran batalla: ha conseguido que no se hable de él, que parezca que no existe, para obrar sin temores

Padres, novios, amigos y maridos desinformados han sido embaucados por una masiva y brutal propaganda abortista, que los ha llevado a ellos y a ellas a ponerse en manos de médicos desaprensivos, que se han hecho millonarios; mientras tanto, las jóvenes que abortaron se enfrentan durante años a traumas y arrepentimientos inacabables.

No les habían hablado más que de la necesidad de abortar en nombre de la libertad, de la igualdad, de los derechos de la mujer, de la justicia, de la democracia, del bienestar físico y de mil “mandangas” más con las que intentan justificar el horror de la muerte de bebés a los que hay que destrozar, picar y tirar por los desagües para no pagar impuestos. En Internet, en YouTube, se encuentra docenas de videos tan repugnantes como impresionantes.

Todo esto ha sido posible porque, previamente, políticos, multinacionales farmacéuticas, industrias del condón y organizaciones interesadas han creado un ambiente propicio durante mucho tiempo. Han adormecido las conciencias con las drogas, el botellón, el sexo, el dinero, la tele, el todo vale y el ¿qué tiene esto de malo? Tiene de malo que la eterna raza de los fariseos de todos los colores, esa “raza de víboras” que vive de los pobres, los indefensos y los incultos no se conmueve por un muerto más o menos y viven de las matanzas de los inocentes.

Cuentan que algunas de las mujeres y participantes en los abortos se han despertado, sobresaltados, a media noche, ante una muchedumbre de cadáveres de bebés destrozados y en pié ante ellos. En la penumbra ,callados, miraban a sus asesinos.

No decían nada porque habían muerto antes de aprender a hablar. Durante unos segundos eternos, miraron a sus matadores y lentamente desaparecieron como habían llegado. ¿Por qué no se les advirtió que miles de familias están dispuestas a acoger a esos niños? ¿Por qué se las impulsó con rapidez a la muerte sin alternativas? ¿Sólo por dinero? Ante el aborto no hay más que una postura: ¡NO! ¡NUNCA! ¡JAMÁS!

NINGUNA INSTITUCIÓN ENSEÑA LO QUE LA FAMILIA PUEDE ENSEÑAR


Ninguna institución enseña lo que la familia puede enseñar
Norma Mendoza-Alexandry
nmendoza_alexandry@hotmail.com


¡Ninguna institución enseña lo que la familia puede enseñar! ¿Nos damos cuenta de la responsabilidad que esto implica? ¿Responsabilidad de quién?
La responsabilidad es obviamente de los adultos, en la familia, principalmente del padre y de la madre unidos en matrimonio, quienes acogen con y en el amor a los nuevos seres humanos a quienes han de criar.

Pero también había que pensar que si partimos del hecho internacionalmente reconocido de que la familia es la base de la sociedad, entonces deben intervenir todas las instituciones para su asistencia, protección, defensa y conservación en cuanto a las condiciones política, social, económica, etc. de la vida y de las familias.

La institución familiar es la que introduce al ser humano en el mundo de los valores, ya que cuenta con el invaluable recurso de los vínculos emocionales más profundos e interviene en el desenvolvimiento de la persona. La familia como institución requiere que se hagan posibles en todo momento el respeto a los derechos humanos, requiere ser reconocida como “capital social” de importancia primordial. Las políticas pro-familia que deben ser sumamente activas e incentivadas deben tener propuestas tanto sociales como económicas en el mercado laboral.

En cuanto a la asistencia social, no se trata solamente del llamado “welferism”, es decir, políticas sectoriales con fines politiqueros, sino efectivas políticas sociales que abarquen la protección del matrimonio de un hombre con una mujer y la protección de la infancia a través de la familia.

Es imprescindible, además, que la familia sea considerada como una verdadera empresa en crecimiento, de tal modo que sus integrantes sean estimulados: por ejemplo el reconocimiento del valor del trabajo de la mujer en el hogar.

La familia debe ser reconocida como pilar social en la comunidad de federaciones, pero además como garante de tradiciones, como patrimonio que sobrepasa los bienes materiales.

Para forjar un nuevo humanismo, para el logro de la disminución de la violencia, para contar con mejores ciudadanos se necesita de la familia, tal la persona - tal la familia - tal la sociedad.

La familia es insustituible para la formación de la persona como lugar de encuentro inter-generacional, es escuela de solidaridad y de evangelización.

Es la familia el hábitat natural para nacer, crecer y morir como personas. Hoy las ciencias del espíritu han sido acalladas, muchas de las características de la sociedad no son favorables a la familia. Al progreso social se ha impuesto la materialización, es decir, tener más y más; consumismo, masificación de la sociedad y por tanto, despersonalización. Se hacen a un lado muchísimos estudios sociológicos que demuestran que para cada persona la familia es la más valorada en el conjunto de la sociedad. Se nos impone un lenguaje que contrapone a la familia y al mismo tiempo hay inexistencia de suficientes políticas de Estado, lo que causa la inhibición social de las familias.

¿Nos hemos preguntado si las políticas de “perspectiva de género” se encaminan al logro de la ‘igualdad’ solamente o a la liberación de la mujer? ¿Desean liberarla de su intrínseco y natural sentido de maternidad y femineidad? ¿Por qué tanta discrepancia en cuanto a los nuevos programas en “educación sexual”?

La mujer, es verdad, tiene derecho a obtener en igualdad de circunstancias, un trabajo y salario equivalente al del varón y también a lograr sus ambiciones de éxito profesional, pero ¿cuántas de ellas hacen a un lado la idea de querer ser madres?

Muchas de ellas solteras después de los treinta y tantos, se cuestionan si pueden ser fértiles y si su prioridad de llegar al tope máximo de sus carreras valió la pena. Quizá también se pregunten por qué el plan educativo que les presentó la escuela fue únicamente con un cariz varonil en ‘igualdad’ de circunstancias, siendo que la mujer tiene sus propias características y ni en el mundo laboral se reconocen sus diferencias.

Quizá entonces dirán similarmente a una reconocida feminista en su madurez -Betty Friedan- quien estuvo al frente de la llamada “revolución feminista” : “Fue emocionante al principio incursionar en campos adonde la mujer no había llegado hasta entonces. Hoy es sólo un trabajo. Pero la devastadora soledad es peor. ¡Debe haber una mejor manera de vivir!”.

Redescubrir la importancia de la familia, fin importante que incluye: la educación de los hijos, la igualdad del reconocimiento laboral (público y privado) del hombre y de la mujer; acceso a la vida social incluyendo el concepto de que la igualdad significa la posibilidad de incorporación a las formas de vida existentes pero considerando que la igualdad, para realizarse, implica un cambio social más profundo relacionado con los valores, y por tanto: garantizar un entorno social-humanitario familiar de alcance multiplicador en todos sentidos: económico (vivienda digna, servicios); educativo integral (considerando las dimensiones de la persona humana); cultural (cívico, de convivencia y respeto hacia los demás); familiar (cooperación continua con padres de familia); servicios (no con finalidad individual sino familiar); política global, que tenga como eje a la familia como sujeto social.

“Debemos transitar de la sociedad del bienestar, al bienestar de la sociedad”, escribía el profesor Xavier Escrivá.

Fácil es decirlo, pero sobrevienen una serie de retos, entre ellos:
1. Fortalecer a la familia en su desarrollo humano y social.
2. Fortalecer a la familia en mayor autonomía para el desarrollo de sus funciones: ética de la sexualidad, trasmisión de la vida, cohesión intergeneracional, mediación de conflictos, educación y formación.

Profundizar en el significado de la ‘igualdad’ entre hombre y mujer implica necesariamente el reconocimiento de la ‘diferencia’, pero también en su ‘complementariedad’.


Tras la dicotomía igualdad/diferencia, hemos de aproximarnos a superar las imposiciones radicales feministas internacionales, superar las deficiencias del Estado liberal y del Estado de bienestar y revisar en qué medida éstos responden a que dichos modelos no han resuelto el problema de un auténtico sustento y patrocinio de la institución familiar.