miércoles, abril 29, 2009

Y LA FAMILIA ¿QUE?


Y la familia, ¿qué?
Norma Mendoza Alexandry
nmendoza_alexandry@hotmail.com


Desde hace algunos años, podríamos decir desde la segunda mitad del siglo pasado, la posición de la mujer en la sociedad humana ha dado origen a una discusión que se conoce como la “cuestión femenina”.

Esto ha dado lugar a lo que se llama el ‘movimiento para la emancipación de las mujeres’. Tanto en teoría como en la práctica, la manera en que actuamos dentro de la sociedad varía según la visión que uno tenga de la vida. Y ¿cómo adquirimos una visión correcta de la vida?

Parece sencillo decir que buscar una visión correcta de la vida consiste en buscar la mejora de la persona como ser individual y como ser social. Estas dos mejoras se complementan entre sí. El mejor lugar para lograrlas es la familia que es comunidad de vida y de amor y escuela de virtudes individuales y sociales.

Pero qué pasa en el mundo real: la mujer de hoy ya no se inclina necesariamente por permanecer 100% en el hogar al cuidado de los hijos. La vida de muchas personas de hoy es un dejarse llevar por los acontecimientos y circunstancias, es adaptarse de forma pasiva y cómoda a la vida que otros le dan ya hecha; es un estado de indecisión permanente, es una vida quizá sin proyectos personales.

En la sociedad actual muchas madres de familia dejan al cuidado de otros la educación de sus hijos. Una de las banderas que enarbolan varios partidos políticos es proveer de mayor número de guarderías; lo que no se sabe es qué tipo de educación reciben quienes están a cargo de los niños en ellas. Esta no es la única opción, muchas abuelas (y pocos abuelos) son quienes en ocasiones se hacen cargo de los nietos, de una o más hijas (os), mientras los padres trabajan.

Pero, ¿les corresponde a ellas la principal responsabilidad de su educación? Pensemos que efectivamente son de gran ayuda, pero no tienen ya energía suficiente para dar una crianza de “como si fueran” los mismos padres y además la etapa en que vivieron y la etapa en la que deberán vivir sus nietos es muy distinta; como ejemplo tenemos los cambios tecnológicos (internet, TV satelital, I pods, etc), los cambios pedagógicos, etc. Los niños muchas veces son dejados a su ‘cuidado’ hasta entrada la noche. Y ¿qué pasa los fines de semana? Pues los padres tienen derecho a divertirse, a ir al cine, teatro, o con sus amigos… Ah! Pero allí está la abuela que los cuida muy bien, también en los fines de semana.

En otras ocasiones la mujer ¿debe trabajar tiempo completo para el sustento familiar? O será que es necesario tener dos coches último modelo, uno para él y otro para ella; o es necesario tener dinero para vestirse a la moda o pasar unas vacaciones en el mejor hotel de alguna playa. ¿Es esta la unión familiar que contiene calidad en la enseñanza, es decir, un proceso de asimilación cultural y moral?

En la sociedad actual los hijos se encuentran con muchas “invitaciones” para dejar su vida en manos ajenas, a ejemplo de la actuación de sus padres. Y pueden ceder a la invitación si no han aprendido a dirigir su propia vida. Y me pregunto ¿cómo aprenderán a dirigir su vida si la mayor parte de su crianza la pasaron fuera del hogar, en donde no son tratados individualmente?

El hombre y la mujer nacen libres, pero sin saber qué es usar su libertad. Son víctimas de limitaciones internas de su libertad (la ignorancia, la pereza, el egoísmo, la comodidad, la rigidez). Se resisten a adoptar decisiones personales y a aceptar las consecuencias de sus propios actos; tienden a hacer lo que les gusta y apetece y no lo que verdaderamente quiere o debe querer. Por ello, la libertad debe ser educada desde los primeros años por el padre y la madre, quienes son los principales educadores de sus hijos en el ámbito familiar.

Un educador dice: “Educar la libertad implica fomentar conductas libres. Por eso el auténtico educador, sobre todo el padre de familia, es el que configura la personalidad del hijo para que pueda ser libre”.

Educar la libertad de los hijos es algo más que favorecer conductas autónomas. Lo que educa no es simplemente “poder hacer” sino “poder hacer el bien” que es lo que enriquece a la persona. Se trata de que los hijos mejoren en función de valores verdaderos, de ideales que den sentido a la vida, que se basen en una correcta interpretación de la vida y que tenga coherencia interna. La persona madura, responsable, es leal con los proyectos que entrañan compromiso. Un hijo es un compromiso ineludible para el padre y para la madre. La orientación personal que los padres proporcionan a sus hijos es educación individualizada referida a problemas personales típicos de la vida.

La profesora e investigadora Jennifer Roback Morse de la Universidad de Stanford, E.U.A., en su libro “Love and Economics” (“Amor y Economía”; Cf. Ruth Institute Books) afirma: “la familia es insustituible no sólo en el sentido del papel único que los padres tienen en la vida de su hijo(s), sino porque la misma institución familiar no tiene un sustituto similarmente efectivo”.

Morse afirma que el rol primario de la familia es el relacional. Claramente algunas familias llevan a cabo estas tareas mejor que otras, pero ninguna otra institución lo hace mejor que la familia. Menciona las estadísticas de una serie de estudios que documentan los efectos adversos en los niños que se crían en familias con un solo progenitor: pobreza, resultados educativos más bajos y problemas de comportamiento.

El papel del padre es más que el económico. Su contribución al desarrollo moral de los niños es algo que la sociedad muchas veces ignora, “la verdadera cuestión no es si mujeres y hombres son diferentes, sino cómo la diferencia permite que cada uno contribuya con algo especial al desarrollo moral de los niños”. La misma autora dice más adelante: “La libertad tiene límites. Cada generación no es libre de re-definir a la familia y sus obligaciones. Algunas virtudes y obligaciones son y serán siempre indispensables”, concluye.

Para finalizar, un principio para todas las culturas y sociedades: “Es en el hogar en donde uno aprende a vivir realmente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la cooperación y el respeto” (Benedicto XVI).