Benedicto XVI y la mujer
Jorge Enrique Mújica
jmujica@legionaries.org
“Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente”. Con esta sensibilidad, con esta afirmación se expresaba Juan Pablo II en la carta que en 1995 escribió a las mujeres.
Es imposible e inútil imaginar una Iglesia sin la aportación femenina. Tan sin sentido que jamás un buen cristiano podrá esconderla y, mucho menos, negarla. En la homilía del Viernes Santo de 2007 ante la Curia Romana y el Santo Padre, el predicador de la casa pontificia, P. Rainero Cantalamessa, recordó que las mujeres son la esperanza de un mundo más humano, que nuestra civilización “tiene necesidad de un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella sin deshumanizarse del todo”; de ahí que deba darse “más espacio a las razones del corazón" para evitar otra “era glacial” pues hoy se constata la avidez de aumentar el conocimiento pero muy poca la de aumentar la capacidad de amar, y ello tiene su explicación: “el conocimiento se traduce automáticamente en poder, el amor en servicio”.
Es un hecho. De un tiempo para acá, los Papas han sabido ir incardinando las aptitudes de la mujer en varios dicasterios y organismos de la vida de la Iglesia. Con Juan Pablo II se acentuó un periodo, si cabe decirlo así, fecundo de acercamiento y exaltación de los dones, valores, virtudes y vocación propios de la mujer; una valoración que ayudó a ver desde otra perspectiva, tanto a hombres como a mujeres, eclesiásticos o no, la participación de éstas en la vida de la Iglesia y el mundo.
Benedicto XVI ha seguido lúcidamente en esta línea. Como cardenal estuvo encargado de presentar, el 30 de septiembre de 1988, la carta apostólica que Juan Pablo II dedicara a las mujeres (La dignidad de la mujer, Mulieris Dignitatem, en latín). Como prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, el 31 de julio de 2004 regaló al mundo el documento “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, que vino a revitalizar los escritos pontificios anteriormente aparecidos sobre el tema y a refrescar la importancia de la feminidad dentro de la Iglesia, en el mundo, y la necesidad de que la vocación natural, los dones y aptitudes de la mujer fuesen valorados por el varón y los de éste por ella. Ahora como Papa, las palabras de afecto y reconocimiento de Benedicto XVI hacia la mujer no han sido menores pese a que muchos se empeñen en tratar de hacer ver lo contrario.
Gestos y manifestaciones
EL 14 de febrero de 2007, durante la audiencia general, el Papa centró laudatoriamente la atención en las numerosas figuras femeninas que “desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio”, subrayando que “no se puede olvidar su testimonio” (Cf. Las mujeres al servicio del Evangelio. Catequesis del Papa durante la audiencia general del miércoles 14 de febrero de 2007, n. 7: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de febrero de 2007, p. 16.).
Con esa catequesis se evidenciaba aún más la trayectoria de reconocimiento público que Benedicto XVI ha venido siguiendo en comentarios puntuales hechos a través de entrevistas, homilías y discursos; una trayectoria que recoge, expone y valora el gran servicio y la aportación peculiar que la mujer ha prestado a la Iglesia y al mundo, reivindicando su protagonismo activo en el ámbito de las comunidades cristianas primitivas y a lo largo de la historia de todo el cristianismo. En esos comentarios también ha recordado clara y amorosamente el papel valiosísimo, aunque no ministerial, que la mujer desarrolla en nuestra actualidad dentro de la Iglesia.
En marzo de 2007, a través del presidente del Consejo Pontificio para los laicos, el arzobispo Stanislaw Rilko, Benedicto XVI concedió a la Unión Mundial de Organizaciones de Mujeres católicas (UMOFC), fundada en 1910, el estatuto de asociación pública internacional de fieles; un reconocimiento que, en palabras de la presidenta general, Karen Hurley, significa que se “honra los incansables esfuerzos de millones de mujeres fieles católicas activas en nuestra unión a nivel parroquial, diocesano, nacional e internacional”.
En el encuentro con los movimientos católicos para la promoción de la mujer, en Angola (22.03.2009), Benedicto XVI reconoció que “son las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana, defienden la familia y tutelan los valores culturales y religiosos”. El mismo Pontífice recordó nadie debe dudar que “las mujeres, sobre la base de su igual dignidad con los hombres, tiene pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derechos debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario”. Ciertamente, también recalcó el Papa, “este reconocimiento del papel público de las mujeres no debe disminuir su función insustituible dentro de la familia”.
Maternidad como vocación de primer orden y máxima importancia
Quizá uno de los temas a los que, en el amplio campo de la mujer, más referencia y énfasis ha hecho el actual Santo Padre, ha sido el de la maternidad. Las palabras que al respecto ha pronunciado no se han limitado a la denuncia actual ante la creciente escasez de candidatas a desempeñar su natural vocación de madres y educadoras; ante todo, ha manifestado el aprecio personal y el valor de la maternidad en sí misma, pero no todo ha quedado ahí. El Papa se sabe hijo y entiende lo que esto entraña, por eso agradece a las madres el don de sí mismas, el estar abiertas a la vida. “Vivís y apostáis por la vida, porque el Dios vivo ha apostado por vosotras”, les dijo en Luanda Benedicto XVI (Cf. Discurso del Encuentro con los Movimientos Católicos para la Promoción de la Mujer, Parroquia de san Antonio, 22 de marzo de 2009).
A un párroco romano que le pidió unas palabras de aliento para las “mamás”, el Papa dijo:
“Decidles simplemente: el Papa os da las gracias. Os expresa su gratitud porque habéis dado la vida, porque queréis ayudar a esta vida que crece y así queréis construir un mundo humano, contribuyendo a un futuro humano. Y no lo hacéis sólo dando la vida biológica, sino también comunicando el centro de la vida, dando a conocer a Jesús, introduciendo a vuestros hijos en el conocimiento de Jesús, en la amistad con Jesús. Este es el fundamento de toda catequesis. Por consiguiente, es preciso dar las gracias a las madres por, sobre todo porque han tenido la valentía de dar la vida. Y es necesario pedir a las madres que completen ese dar la vida comunicando la amistad con Jesús” (Cf. Encuentro del Papa con los sacerdotes y diáconos de la diócesis de Roma, 2 de marzo de 2006, n. 10: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de marzo de 2006, p. 5.).
Tiempo antes había ponderado el papel de la maternidad a propósito de la festividad litúrgica de santa Mónica exaltando cómo ella había vivido “de manera ejemplar su misión de esposa y madre ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien” (Cf. Meditación mariana del Ángelus, 27 de agosto de 2006, n. 35: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 septiembre de 2006, p. 1.).
Benedicto XVI no se ha detenido a recordar obligaciones sino en hacer notar la belleza que hay detrás de la vocación de madre y, consecuentemente, de educadora; ante la exposición reaccionaria de ciertos grupos que se oponen a la realización de la mujer en el hogar, la familia, el matrimonio, la maternidad, el Papa ha hecho ver con delicadeza y afecto de padre y pastor cuán lejos está la mujer que no corresponde a su misión natural.