El ecumenismo responde al plan anti vida de Obama
Juan Claudio Sanahuja noticiasglobales.org
El 20 de noviembre se conoció oficialmente la llamada Declaración de Manhattan, firmada por 152 representantes de la Iglesia Católica, de confesiones protestantes y de las Iglesias orientales separadas de Roma.
La declaración, que muestra un frente unido contra las políticas del Presidente Obama contrarias al orden natural, fue calificada como un documento trascendental por diversos motivos: es una manifestación clara de unidad de los cristianos en cuestiones trascendentales; orienta sin dar lugar a dudas la conducta de los fieles cristianos en defensa de la ley natural; y porque avala el “ecumenismo de trinchera”, que es una realidad desde hace años en los Estados Unidos.
Si bien los redactores reconocen que existen “muchas e importantes diferencias de doctrina y de disciplina que aún nos dividen”, sin embargo, como dijo uno de ellos, el evangélico Timothy George, “buscamos con ahínco la unidad por la que Jesús oró cuando pidió que sus discípulos sean uno en su amor”.
Dice la declaración: "Somos cristianos que se han unido a pesar de las diferencias eclesiales para afirmar nuestro derecho y, lo que es más importante, para cumplir con nuestra obligación de hablar y actuar en defensa de estas verdades. Nos comprometemos a ello con nuestros hermanos creyentes. Ningún poder sobre la tierra, ya sea cultural o político, puede intimidarnos y obligarnos al silencio o a la aquiescencia".
En ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios
“Las leyes injustas degradan a los seres humanos y no tienen ningún poder para obligar en conciencia”, concluye el documento. “Porque honramos la justicia y el bien común, no vamos a cumplir ningún edicto que pretenda obligar a nuestras instituciones a participar en abortos, en la investigación destructiva de embriones, en el suicidio asistido y en la eutanasia, ni en cualquier otra ley anti-vida, ni nos someteremos a ninguna norma que pretenda obligarnos a bendecir inmorales parejas sexuales, o a tratarlas como a matrimonios o su equivalente, o que no proclame la verdad sobre la moralidad y la inmoralidad y sobre el matrimonio y la familia. Plenamente y sin retaceos queremos dar al César lo que es del César. Pero en ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios”.
Los miembros del episcopado católico que firmaron la declaración antes del 20 de noviembre, fueron el Cardenal Justin Rigali, Arzobispo de Filadelfia; el Cardenal Adam Maida, Arzobispo emérito de Detroit; Mons. Charles J. Chaput, Arzobispo de Denver; Mons. Timothy Dolan, Arzobispo de New York; Mons. Donald W. Wuerl, Arzobispo de Washington, D.C.; Mons. John J. Myers, Arzobispo de Newark; Mons. John Nienstedt, Arzobispo de Saint Paul y Minneapolis; Mons. Joseph F. Naumann, Arzobispo de Kansas City; Mons. Joseph E. Kurtz, Arzobispo Louisville; Mons. Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix; Mons. Michael J. Sheridan, Obispo de Colorado Springs; Mons. Salvatore Joseph Cordileone, Obispo de Oakland; Mons. Richard J. Malone, Obispo de Portland; y Mons. David A. Zubik, Obispo de Pittsburgh.
La declaración, dada a conocer el 20 de noviembre con 152 firmas, cuarenta y ocho horas después contaba con más de 21.000 adhesiones y el número sigue aumentando.
La Declaración de Manhattan, consta de tres apartados: vida, matrimonio y libertad religiosa.
Aborto: la infame sentencia
El primer apartado señala, entre otras cosas, que a pesar de que en la opinión pública prevalece la opinión pro-vida, “observamos con tristeza que la ideología pro-aborto prevalece hoy en día en nuestro gobierno. La administración actual está dirigida y compuesta por aquellos que pretenden legalizar el aborto en cualquier etapa del embarazo. (…) Mayorías en ambas cámaras del Congreso sostienen puntos de vista pro-aborto.
El Tribunal Supremo, cuya infame sentencia de 1973, Roe v. Wade, despojó a los no nacidos de protección jurídica, sigue tratando a la elección de abortar como un derecho constitucional fundamental (…).
El Presidente dice que quiere reducir la ‘necesidad’ del aborto, un objetivo loable. Pero también se ha comprometido a hacer el aborto más fácil y ampliamente disponible mediante la eliminación de las leyes que prohíben la financiación de éste por parte del gobierno, los períodos de espera que se exigen a las mujeres que solicitan abortos, y la notificación a los padres para los abortos practicados a las menores. La eliminación de estas importantes y eficaces leyes pro-vida hace suponer razonablemente que aumentará significativamente el número de abortos voluntarios. (…) Nuestro compromiso con la santidad de la vida no es una cuestión de lealtad partidaria, ya que reconocemos que treinta y seis años después de Roe v. Wade, funcionarios electos y nombrados por ambos partidos políticos han sido cómplices en dar la sanción legal a lo que el Papa Juan Pablo II describió como ‘la cultura de la muerte’. Instamos a todos los funcionarios en nuestro país, elegidos y designados, a proteger y servir a todos los miembros de nuestra la sociedad, incluidos los más marginados, los que no tiene voz, y los más vulnerables de entre nosotros”.
“La cultura de la muerte -sigue diciendo la Declaración- inevitablemente, abarata la vida en todas sus etapas”. Así se crean las condiciones para desechar a los “imperfectos”. “El abaratamiento de la vida que comenzó con el aborto ha hecho metástasis. (…) El Presidente y muchos legisladores apoyan la investigación con embriones y quieren financiar con dinero público la ‘clonación terapéutica’”, cuyo resultado será la producción industrial y muerte de millones de embriones humanos, para obtener células madre.
La vida indigna de ser vivida
“En el otro extremo de la vida, un movimiento cada vez más poderoso promueve el suicidio asistido y la eutanasia ‘voluntaria’ amenazando la vida de las personas vulnerables, los ancianos y los discapacitados”. Advierte la declaración que puede resucitar la doctrina de la lebensunwertes Leben (vida indigna de vivir), que contagió a los ambientes intelectuales de América y Europa en la década de 1920 y que se daba por enterrada después de los horrores de mitad del siglo XX. “La única diferencia es que ahora las doctrinas de los eugenistas se visten con el lenguaje de la ‘libertad’, ‘autonomía’ y ‘elección’”. (…)
Concluye este apartado de la Declaración, diciendo: “Nuestra preocupación no se limita a nuestra propia nación. En todo el mundo, somos testigos de casos de genocidio y de ‘limpieza étnica’, de la no asistencia a los que sufren como víctimas inocentes de la guerra, del abandono y el abuso de los niños, de la explotación de trabajadores vulnerables (…)” Estas tragedias, siendo éticamente coherentes hemos de reconocer que “se derivan de la pérdida del sentido de la dignidad de la persona humana y la santidad de la vida humana, lo mismo que está en la raíz de la industria del aborto y de los movimientos que alientan el suicidio asistido, la eutanasia y la clonación humana para la investigación biomédica”.
Sobre el matrimonio
La Declaración de Manhattan afirma que el fundamento natural del matrimonio es la unión de un hombre con una mujer, colaboradores de Dios en la transmisión de la vida y en la educación de los hijos. “El matrimonio entonces, es la primera institución de la sociedad humana, en la cual todas las demás instituciones humanas tienen su fundamento”. El matrimonio es santo por creación de Dios y bendecido por Jesucristo en las bodas de Caná.
La declaración agrega que, cuando la cultura del matrimonio se deteriora, “se manifiestan las patologías sociales de todo tipo (…) Lamentablemente, hemos sido testigos en el transcurso de las últimas décadas de una grave erosión de la cultura del matrimonio. Tal vez el indicador más significativo y preocupante, es el aumento de la tasa de natalidad fuera del matrimonio. Menos de cincuenta años atrás, era de menos del 5 por ciento. Hoy en día es más del 40 por ciento”.
Nos arrepentimos de haber transigido ante la cultura del divorcio
Otro indicador es la “devastadora alta tasa de divorcio (…) Confesamos con tristeza que los cristianos y nuestras instituciones a menudo hemos fallado escandalosamente en la misión de mantener la institución del matrimonio y su verdadero significado. (…) Nos arrepentimos de haber transigido con demasiada facilidad ante la cultura del divorcio y de haber permanecido en silencio acerca de las prácticas sociales que socavan al matrimonio”.
“El movimiento para redefinir el matrimonio, a fin de reconocerlo entre personas del mismo sexo, es un síntoma, pero no es la causa de la erosión de la cultura del matrimonio”. Estas corrientes, reflejan la “pérdida de comprensión del significado del matrimonio tal y como se contempla en nuestra legislación civil y religiosa y en la tradición filosófica que contribuyó a dar forma a la ley.
Sin embargo, es fundamental resistir a este impulso, porque ceder a esto significaría el abandonar la posibilidad de recuperar una sólida cultura de comprensión del matrimonio y, con ella, la esperanza de la reconstrucción de un matrimonio sano”. (…)
“Reconocemos que hay quienes están dispuestos hacia la conducta homosexual y a las relaciones promiscuas, como otros están dispuestos hacia otras formas de conducta inmoral. (…) Hacemos un llamamiento a toda la comunidad cristiana a resistir la inmoralidad sexual, y al mismo tiempo a que se abstengan de la condena de quienes se entregan a ella. Nuestro el rechazo al pecado, aunque firme, nunca debe convertirse en rechazo de los pecadores. Porque cada pecador, independientemente del pecado, es amado por Dios, que no busca nuestra destrucción, sino la conversión de nuestros corazones”.
El cuerpo no es instrumento de deseos: la persona es una unidad de cuerpo y espíritu
La declaración insiste en que no puede haber matrimonio entre personas del mismo sexo por el único motivo de complacer los deseos personales de algunos, porque, en primer lugar, “el matrimonio es posible gracias a la complementariedad sexual del hombre y la mujer” y, como consecuencia, en segundo lugar, porque “el cuerpo no es un simple instrumento extrínseco de la persona humana, sino que es realmente parte de la realidad personal del ser humano. Los seres humanos no se definen sólo por su conciencia o sus emociones, o su mente, o su espíritu, sino que la persona humana es una unidad dinámica de cuerpo, mente y espíritu. Sólo así se puede sellar un compromiso, completado y actualizado por la relación sexual amorosa en la que los cónyuges se hacen una sola carne, no sólo en sentido metafórico, sino también por el cumplimiento de las condiciones de comportamiento orientado al gran fin de la procreación”. (…)
“Por eso, la verdad es que el matrimonio no es algo abstracto o neutral que la ley legítimamente pueden definir y redefinir para complacer a los que son poderosos e influyentes”.
Reconstruir la cultura del auténtico matrimonio
“Nadie tiene el derecho civil a que una relación no matrimonial sea considerada como matrimonio. El matrimonio es una realidad objetiva -el pacto de unión entre marido y mujer- y es deber de la ley, en aras de la justicia y del bien común, reconocerlo y apoyarlo. Si no lo hace, se sigue de ello un auténtico daño social. En primer lugar, se pone en peligro la libertad de conciencia. En segundo lugar, se conculcan los derechos de los padres con los programas de educación sexual en los colegios, a través de los cuales se inculca en los chicos la idea de entender como ‘matrimonio’ a relaciones sexuales que muchos padres consideran intrínsecamente inmorales y no-matrimoniales. En tercer lugar, se daña el bien común de la sociedad, ya que la propia ley, en su función pedagógica, se convierte en instrumento para erosionar el auténtico significado del matrimonio, del cual depende radicalmente el florecimiento social de la cultura del matrimonio. Lamentablemente, en la actualidad estamos lejos de tener una cultura fuerte del matrimonio, pero si tenemos que empezar el proceso -de vital importancia- para reformar nuestras leyes y costumbres y así reconstruir esa cultura, no podemos permitirnos el lujo de redefinir el matrimonio, incorporando en nuestra legislación falsas figuras del mismo”.
Concluyendo su segunda parte, el documento hace un llamado a “trabajar sin descanso para preservar la definición legal del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer y para reconstruir la cultura del matrimonio. ¿Cómo podemos, como cristianos, hacer otra cosa? La Biblia nos enseña que el matrimonio es una parte central de la alianza de la creación de Dios. De hecho, la unión de marido y mujer refleja el vínculo entre Cristo y su Iglesia. Y así como Cristo quiere, por amor, darse a sí mismo por la Iglesia en un sacrificio completo, en lo que a nosotros respecta estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio por el bien del inestimable tesoro que es el matrimonio”.
La libertad religiosa: tiranía abortista y pro-gay
Después de introducir el tema de la libertad religiosa y del derecho de cada persona a obrar en conciencia, la Declaración de Manhattan resalta que “es irónico que los que hoy reclaman el derecho a matar a los no nacidos, ancianos y discapacitados”, y requieren que la ley les reconozca su derecho a participar en prácticas sexuales promiscuas e inmorales, “estén en la vanguardia de los que pisotean la libertad de otros a expresar sus convicciones religiosas y morales acerca de la vida y de la dignidad del matrimonio como unión conyugal de marido y mujer”.
“Todo esto lo observamos en el empeño en recortar o eliminar las cláusulas de conciencia para obligar a hacer abortos o derivar para que otros los hagan a las instituciones pro-vida (incluidos los hospitales y clínicas con ideario religioso), y también en algunos casos, para coaccionar a los médicos, los cirujanos, las enfermeras, y otros profesionales de la salud, a realizar o participar en abortos. Lo mismo vemos en el recurso de acudir a los reglamentos antidiscriminatorios para obligar a instituciones religiosas, empresas y proveedores de servicios a realizar actividades que consideran gravemente inmorales o en su defecto cerrar sus puertas”.
“Por ejemplo en Massachusetts, después de la imposición judicial del ‘matrimonio entre personas del mismo sexo’, Catholic Charities debió optar, con gran renuencia, a poner fin a su trabajo de más de un siglo ayudando a colocar a los niños huérfanos en hogares de bien, porque -según los principios morales- no podía obedecer el mandato legal de entregar niños a parejas de homosexuales. En Nueva Jersey, después de la creación de las "uniones civiles" cuasi-maritales, una institución metodista fue despojada de su exención de impuestos cuando se negó, por una cuestión de conciencia religiosa, a que en sus instalaciones se realizaran ceremonias de bendición de uniones homosexuales. En Canadá y en algunos países europeos, clérigos cristianos han sido perseguidos por predicar la doctrina bíblica en contra de la práctica de la homosexualidad. Las nuevas leyes sobre el delito de odio en los Estados Unidos hacen aparecer el espectro de la misma situación en este país”.
La Declaración destaca que así, en las últimas décadas, creció la falta de respeto a los valores religiosos en los medios de comunicación, en ambientes académicos y políticos, avalada por una jurisprudencia espuria que restringe el derecho a la libertad religiosa. Este hecho ominoso amenaza también la cultura de la libertad, propia de los Estados Unidos. “Las restricciones a la libertad de la conciencia o de la capacidad de las instituciones para contratar a personas de la propia fe o con las mismas convicciones morales y religiosas, por ejemplo, quebrantan la viabilidad de las estructuras intermedias de la sociedad, que son la salvaguarda esencial contra la autoridad arrogante del Estado, y anuncian la desintegración de la sociedad civil, preludio de la tiranía del despotismo blando”, anunciada por Tocqueville.
“Como cristianos, debemos tomar en serio la admonición bíblica de respetar y obedecer a las autoridades. (…) Reconocemos la obligación de cumplir con las leyes si nos gustan o no nos gustan, a menos que las leyes sean gravemente injustas, u obliguen a hacer algo injusto o inmoral (…) como mandan las leyes que socavan el bien común, en lugar de servirlo”.
La Declaración remite al pasaje de los Hechos de los Apóstoles 4, cuando Pedro y Juan recibieron la orden del Sanedrín de los judíos de dejar de predicar en el nombre de Jesús, “su respuesta fue: ‘Juzgad en la presencia de Dios si es justo obedeceros a vosotros antes que a Dios. Porque no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído’. A través de los siglos, el cristianismo ha enseñado que la desobediencia civil no sólo está permitida, sino que a veces es necesaria. (…) Las leyes injustas degradan a los seres humanos y no tienen ningún poder para obligar en conciencia”, concluye el documento.
“Porque honramos la justicia y el bien común, no vamos a cumplir ningún edicto que pretenda obligar a nuestras instituciones a participar en abortos, en la investigación destructiva de embriones, en el suicidio asistido o en la eutanasia, ni en cualquier otra ley anti-vida, ni nos someteremos a ninguna norma que pretenda obligarnos a bendecir inmorales parejas sexuales, o a tratarlas como a matrimonios o su equivalente, o que no proclame la verdad sobre la moralidad y la inmoralidad y sobre el matrimonio y la familia. Plenamente y sin retaceos queremos dar al César lo que es del César. Pero en ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios”.
Juan Claudio Sanahuja noticiasglobales.org
El 20 de noviembre se conoció oficialmente la llamada Declaración de Manhattan, firmada por 152 representantes de la Iglesia Católica, de confesiones protestantes y de las Iglesias orientales separadas de Roma.
La declaración, que muestra un frente unido contra las políticas del Presidente Obama contrarias al orden natural, fue calificada como un documento trascendental por diversos motivos: es una manifestación clara de unidad de los cristianos en cuestiones trascendentales; orienta sin dar lugar a dudas la conducta de los fieles cristianos en defensa de la ley natural; y porque avala el “ecumenismo de trinchera”, que es una realidad desde hace años en los Estados Unidos.
Si bien los redactores reconocen que existen “muchas e importantes diferencias de doctrina y de disciplina que aún nos dividen”, sin embargo, como dijo uno de ellos, el evangélico Timothy George, “buscamos con ahínco la unidad por la que Jesús oró cuando pidió que sus discípulos sean uno en su amor”.
Dice la declaración: "Somos cristianos que se han unido a pesar de las diferencias eclesiales para afirmar nuestro derecho y, lo que es más importante, para cumplir con nuestra obligación de hablar y actuar en defensa de estas verdades. Nos comprometemos a ello con nuestros hermanos creyentes. Ningún poder sobre la tierra, ya sea cultural o político, puede intimidarnos y obligarnos al silencio o a la aquiescencia".
En ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios
“Las leyes injustas degradan a los seres humanos y no tienen ningún poder para obligar en conciencia”, concluye el documento. “Porque honramos la justicia y el bien común, no vamos a cumplir ningún edicto que pretenda obligar a nuestras instituciones a participar en abortos, en la investigación destructiva de embriones, en el suicidio asistido y en la eutanasia, ni en cualquier otra ley anti-vida, ni nos someteremos a ninguna norma que pretenda obligarnos a bendecir inmorales parejas sexuales, o a tratarlas como a matrimonios o su equivalente, o que no proclame la verdad sobre la moralidad y la inmoralidad y sobre el matrimonio y la familia. Plenamente y sin retaceos queremos dar al César lo que es del César. Pero en ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios”.
Los miembros del episcopado católico que firmaron la declaración antes del 20 de noviembre, fueron el Cardenal Justin Rigali, Arzobispo de Filadelfia; el Cardenal Adam Maida, Arzobispo emérito de Detroit; Mons. Charles J. Chaput, Arzobispo de Denver; Mons. Timothy Dolan, Arzobispo de New York; Mons. Donald W. Wuerl, Arzobispo de Washington, D.C.; Mons. John J. Myers, Arzobispo de Newark; Mons. John Nienstedt, Arzobispo de Saint Paul y Minneapolis; Mons. Joseph F. Naumann, Arzobispo de Kansas City; Mons. Joseph E. Kurtz, Arzobispo Louisville; Mons. Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix; Mons. Michael J. Sheridan, Obispo de Colorado Springs; Mons. Salvatore Joseph Cordileone, Obispo de Oakland; Mons. Richard J. Malone, Obispo de Portland; y Mons. David A. Zubik, Obispo de Pittsburgh.
La declaración, dada a conocer el 20 de noviembre con 152 firmas, cuarenta y ocho horas después contaba con más de 21.000 adhesiones y el número sigue aumentando.
La Declaración de Manhattan, consta de tres apartados: vida, matrimonio y libertad religiosa.
Aborto: la infame sentencia
El primer apartado señala, entre otras cosas, que a pesar de que en la opinión pública prevalece la opinión pro-vida, “observamos con tristeza que la ideología pro-aborto prevalece hoy en día en nuestro gobierno. La administración actual está dirigida y compuesta por aquellos que pretenden legalizar el aborto en cualquier etapa del embarazo. (…) Mayorías en ambas cámaras del Congreso sostienen puntos de vista pro-aborto.
El Tribunal Supremo, cuya infame sentencia de 1973, Roe v. Wade, despojó a los no nacidos de protección jurídica, sigue tratando a la elección de abortar como un derecho constitucional fundamental (…).
El Presidente dice que quiere reducir la ‘necesidad’ del aborto, un objetivo loable. Pero también se ha comprometido a hacer el aborto más fácil y ampliamente disponible mediante la eliminación de las leyes que prohíben la financiación de éste por parte del gobierno, los períodos de espera que se exigen a las mujeres que solicitan abortos, y la notificación a los padres para los abortos practicados a las menores. La eliminación de estas importantes y eficaces leyes pro-vida hace suponer razonablemente que aumentará significativamente el número de abortos voluntarios. (…) Nuestro compromiso con la santidad de la vida no es una cuestión de lealtad partidaria, ya que reconocemos que treinta y seis años después de Roe v. Wade, funcionarios electos y nombrados por ambos partidos políticos han sido cómplices en dar la sanción legal a lo que el Papa Juan Pablo II describió como ‘la cultura de la muerte’. Instamos a todos los funcionarios en nuestro país, elegidos y designados, a proteger y servir a todos los miembros de nuestra la sociedad, incluidos los más marginados, los que no tiene voz, y los más vulnerables de entre nosotros”.
“La cultura de la muerte -sigue diciendo la Declaración- inevitablemente, abarata la vida en todas sus etapas”. Así se crean las condiciones para desechar a los “imperfectos”. “El abaratamiento de la vida que comenzó con el aborto ha hecho metástasis. (…) El Presidente y muchos legisladores apoyan la investigación con embriones y quieren financiar con dinero público la ‘clonación terapéutica’”, cuyo resultado será la producción industrial y muerte de millones de embriones humanos, para obtener células madre.
La vida indigna de ser vivida
“En el otro extremo de la vida, un movimiento cada vez más poderoso promueve el suicidio asistido y la eutanasia ‘voluntaria’ amenazando la vida de las personas vulnerables, los ancianos y los discapacitados”. Advierte la declaración que puede resucitar la doctrina de la lebensunwertes Leben (vida indigna de vivir), que contagió a los ambientes intelectuales de América y Europa en la década de 1920 y que se daba por enterrada después de los horrores de mitad del siglo XX. “La única diferencia es que ahora las doctrinas de los eugenistas se visten con el lenguaje de la ‘libertad’, ‘autonomía’ y ‘elección’”. (…)
Concluye este apartado de la Declaración, diciendo: “Nuestra preocupación no se limita a nuestra propia nación. En todo el mundo, somos testigos de casos de genocidio y de ‘limpieza étnica’, de la no asistencia a los que sufren como víctimas inocentes de la guerra, del abandono y el abuso de los niños, de la explotación de trabajadores vulnerables (…)” Estas tragedias, siendo éticamente coherentes hemos de reconocer que “se derivan de la pérdida del sentido de la dignidad de la persona humana y la santidad de la vida humana, lo mismo que está en la raíz de la industria del aborto y de los movimientos que alientan el suicidio asistido, la eutanasia y la clonación humana para la investigación biomédica”.
Sobre el matrimonio
La Declaración de Manhattan afirma que el fundamento natural del matrimonio es la unión de un hombre con una mujer, colaboradores de Dios en la transmisión de la vida y en la educación de los hijos. “El matrimonio entonces, es la primera institución de la sociedad humana, en la cual todas las demás instituciones humanas tienen su fundamento”. El matrimonio es santo por creación de Dios y bendecido por Jesucristo en las bodas de Caná.
La declaración agrega que, cuando la cultura del matrimonio se deteriora, “se manifiestan las patologías sociales de todo tipo (…) Lamentablemente, hemos sido testigos en el transcurso de las últimas décadas de una grave erosión de la cultura del matrimonio. Tal vez el indicador más significativo y preocupante, es el aumento de la tasa de natalidad fuera del matrimonio. Menos de cincuenta años atrás, era de menos del 5 por ciento. Hoy en día es más del 40 por ciento”.
Nos arrepentimos de haber transigido ante la cultura del divorcio
Otro indicador es la “devastadora alta tasa de divorcio (…) Confesamos con tristeza que los cristianos y nuestras instituciones a menudo hemos fallado escandalosamente en la misión de mantener la institución del matrimonio y su verdadero significado. (…) Nos arrepentimos de haber transigido con demasiada facilidad ante la cultura del divorcio y de haber permanecido en silencio acerca de las prácticas sociales que socavan al matrimonio”.
“El movimiento para redefinir el matrimonio, a fin de reconocerlo entre personas del mismo sexo, es un síntoma, pero no es la causa de la erosión de la cultura del matrimonio”. Estas corrientes, reflejan la “pérdida de comprensión del significado del matrimonio tal y como se contempla en nuestra legislación civil y religiosa y en la tradición filosófica que contribuyó a dar forma a la ley.
Sin embargo, es fundamental resistir a este impulso, porque ceder a esto significaría el abandonar la posibilidad de recuperar una sólida cultura de comprensión del matrimonio y, con ella, la esperanza de la reconstrucción de un matrimonio sano”. (…)
“Reconocemos que hay quienes están dispuestos hacia la conducta homosexual y a las relaciones promiscuas, como otros están dispuestos hacia otras formas de conducta inmoral. (…) Hacemos un llamamiento a toda la comunidad cristiana a resistir la inmoralidad sexual, y al mismo tiempo a que se abstengan de la condena de quienes se entregan a ella. Nuestro el rechazo al pecado, aunque firme, nunca debe convertirse en rechazo de los pecadores. Porque cada pecador, independientemente del pecado, es amado por Dios, que no busca nuestra destrucción, sino la conversión de nuestros corazones”.
El cuerpo no es instrumento de deseos: la persona es una unidad de cuerpo y espíritu
La declaración insiste en que no puede haber matrimonio entre personas del mismo sexo por el único motivo de complacer los deseos personales de algunos, porque, en primer lugar, “el matrimonio es posible gracias a la complementariedad sexual del hombre y la mujer” y, como consecuencia, en segundo lugar, porque “el cuerpo no es un simple instrumento extrínseco de la persona humana, sino que es realmente parte de la realidad personal del ser humano. Los seres humanos no se definen sólo por su conciencia o sus emociones, o su mente, o su espíritu, sino que la persona humana es una unidad dinámica de cuerpo, mente y espíritu. Sólo así se puede sellar un compromiso, completado y actualizado por la relación sexual amorosa en la que los cónyuges se hacen una sola carne, no sólo en sentido metafórico, sino también por el cumplimiento de las condiciones de comportamiento orientado al gran fin de la procreación”. (…)
“Por eso, la verdad es que el matrimonio no es algo abstracto o neutral que la ley legítimamente pueden definir y redefinir para complacer a los que son poderosos e influyentes”.
Reconstruir la cultura del auténtico matrimonio
“Nadie tiene el derecho civil a que una relación no matrimonial sea considerada como matrimonio. El matrimonio es una realidad objetiva -el pacto de unión entre marido y mujer- y es deber de la ley, en aras de la justicia y del bien común, reconocerlo y apoyarlo. Si no lo hace, se sigue de ello un auténtico daño social. En primer lugar, se pone en peligro la libertad de conciencia. En segundo lugar, se conculcan los derechos de los padres con los programas de educación sexual en los colegios, a través de los cuales se inculca en los chicos la idea de entender como ‘matrimonio’ a relaciones sexuales que muchos padres consideran intrínsecamente inmorales y no-matrimoniales. En tercer lugar, se daña el bien común de la sociedad, ya que la propia ley, en su función pedagógica, se convierte en instrumento para erosionar el auténtico significado del matrimonio, del cual depende radicalmente el florecimiento social de la cultura del matrimonio. Lamentablemente, en la actualidad estamos lejos de tener una cultura fuerte del matrimonio, pero si tenemos que empezar el proceso -de vital importancia- para reformar nuestras leyes y costumbres y así reconstruir esa cultura, no podemos permitirnos el lujo de redefinir el matrimonio, incorporando en nuestra legislación falsas figuras del mismo”.
Concluyendo su segunda parte, el documento hace un llamado a “trabajar sin descanso para preservar la definición legal del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer y para reconstruir la cultura del matrimonio. ¿Cómo podemos, como cristianos, hacer otra cosa? La Biblia nos enseña que el matrimonio es una parte central de la alianza de la creación de Dios. De hecho, la unión de marido y mujer refleja el vínculo entre Cristo y su Iglesia. Y así como Cristo quiere, por amor, darse a sí mismo por la Iglesia en un sacrificio completo, en lo que a nosotros respecta estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio por el bien del inestimable tesoro que es el matrimonio”.
La libertad religiosa: tiranía abortista y pro-gay
Después de introducir el tema de la libertad religiosa y del derecho de cada persona a obrar en conciencia, la Declaración de Manhattan resalta que “es irónico que los que hoy reclaman el derecho a matar a los no nacidos, ancianos y discapacitados”, y requieren que la ley les reconozca su derecho a participar en prácticas sexuales promiscuas e inmorales, “estén en la vanguardia de los que pisotean la libertad de otros a expresar sus convicciones religiosas y morales acerca de la vida y de la dignidad del matrimonio como unión conyugal de marido y mujer”.
“Todo esto lo observamos en el empeño en recortar o eliminar las cláusulas de conciencia para obligar a hacer abortos o derivar para que otros los hagan a las instituciones pro-vida (incluidos los hospitales y clínicas con ideario religioso), y también en algunos casos, para coaccionar a los médicos, los cirujanos, las enfermeras, y otros profesionales de la salud, a realizar o participar en abortos. Lo mismo vemos en el recurso de acudir a los reglamentos antidiscriminatorios para obligar a instituciones religiosas, empresas y proveedores de servicios a realizar actividades que consideran gravemente inmorales o en su defecto cerrar sus puertas”.
“Por ejemplo en Massachusetts, después de la imposición judicial del ‘matrimonio entre personas del mismo sexo’, Catholic Charities debió optar, con gran renuencia, a poner fin a su trabajo de más de un siglo ayudando a colocar a los niños huérfanos en hogares de bien, porque -según los principios morales- no podía obedecer el mandato legal de entregar niños a parejas de homosexuales. En Nueva Jersey, después de la creación de las "uniones civiles" cuasi-maritales, una institución metodista fue despojada de su exención de impuestos cuando se negó, por una cuestión de conciencia religiosa, a que en sus instalaciones se realizaran ceremonias de bendición de uniones homosexuales. En Canadá y en algunos países europeos, clérigos cristianos han sido perseguidos por predicar la doctrina bíblica en contra de la práctica de la homosexualidad. Las nuevas leyes sobre el delito de odio en los Estados Unidos hacen aparecer el espectro de la misma situación en este país”.
La Declaración destaca que así, en las últimas décadas, creció la falta de respeto a los valores religiosos en los medios de comunicación, en ambientes académicos y políticos, avalada por una jurisprudencia espuria que restringe el derecho a la libertad religiosa. Este hecho ominoso amenaza también la cultura de la libertad, propia de los Estados Unidos. “Las restricciones a la libertad de la conciencia o de la capacidad de las instituciones para contratar a personas de la propia fe o con las mismas convicciones morales y religiosas, por ejemplo, quebrantan la viabilidad de las estructuras intermedias de la sociedad, que son la salvaguarda esencial contra la autoridad arrogante del Estado, y anuncian la desintegración de la sociedad civil, preludio de la tiranía del despotismo blando”, anunciada por Tocqueville.
“Como cristianos, debemos tomar en serio la admonición bíblica de respetar y obedecer a las autoridades. (…) Reconocemos la obligación de cumplir con las leyes si nos gustan o no nos gustan, a menos que las leyes sean gravemente injustas, u obliguen a hacer algo injusto o inmoral (…) como mandan las leyes que socavan el bien común, en lugar de servirlo”.
La Declaración remite al pasaje de los Hechos de los Apóstoles 4, cuando Pedro y Juan recibieron la orden del Sanedrín de los judíos de dejar de predicar en el nombre de Jesús, “su respuesta fue: ‘Juzgad en la presencia de Dios si es justo obedeceros a vosotros antes que a Dios. Porque no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído’. A través de los siglos, el cristianismo ha enseñado que la desobediencia civil no sólo está permitida, sino que a veces es necesaria. (…) Las leyes injustas degradan a los seres humanos y no tienen ningún poder para obligar en conciencia”, concluye el documento.
“Porque honramos la justicia y el bien común, no vamos a cumplir ningún edicto que pretenda obligar a nuestras instituciones a participar en abortos, en la investigación destructiva de embriones, en el suicidio asistido o en la eutanasia, ni en cualquier otra ley anti-vida, ni nos someteremos a ninguna norma que pretenda obligarnos a bendecir inmorales parejas sexuales, o a tratarlas como a matrimonios o su equivalente, o que no proclame la verdad sobre la moralidad y la inmoralidad y sobre el matrimonio y la familia. Plenamente y sin retaceos queremos dar al César lo que es del César. Pero en ningún caso vamos a dar al César lo que es de Dios”.
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