Traigo éste artículo por lo esclarecedor, ante la
LA BURDA TERGIVERSACIÓN DE LAS PALABRAS DEL PAPA
Tomás Alfaro Drake
Hay leyes, como la de Murphy, que no fallan. Nadie sabe muy bien por qué, pero se cumplen inexorablemente. “Si algo puede torcerse, se torcerá siempre y, además, en el momento más inoportuno”.
Me voy a atrever a enunciar una de esas leyes y la llamaré ley de la tergiversación: “Siempre que leas en el periódico una noticia de la que tú sabes aunque sea un poco, te darás cuenta de que es inexacta, simplista y está tergiversada”.
El mayor peso de esta tergiversación es pura ignorancia. Pero si además, esa noticia se refiere al Papa o a cualquier otra persona o actividad que tenga relación con la Iglesia católica, entonces, la ley se cumple en grado superlativo, casi esperpéntico y a la ignorancia suele sumarse la mala fe.
Pero lo peor de esta ley, sobre todo si se refiere a la Iglesia católica, es que la prensa goza de una credibilidad y un prestigio más allá de cualquier límite razonable, llegando a hacer dudar, incluso, a muchas personas que se supone que deberían saber algo de lo que se está hablando. En concreto, si el caso atañe a la Iglesia católica, muchos católicos se apresuran a escandalizarse por lo que dice la prensa sin tomarse la más mínima molestia de saber la verdad de lo dicho o hecho.
Sirva de ejemplo de esta ley de la tergiversación aplicada a la Iglesia el reciente tratamiento de la prensa de unas palabras del Papa sobre el preservativo, en su viaje a África. Todos hemos leído, no importa en qué diario de qué país, que el Papa ha dicho que el preservativo agrava el problema del sida en África. A título de ejemplo cito el titular de “El Mundo” del miércoles 18 de Marzo: El Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida”. Me parece relevante señalar que en el titular aparecen las comillas que yo he puesto, dando a entender que eso era una frase textual del Papa. Naturalmente la progresía española, junto con nuestro gobierno y el de algunos otros países europeos, han criticado duramente estas palabras. Pero lo peor es que muchos católicos se han rasgado también las vestiduras, escandalizados.
La pregunta clave para dejar clara la ley de la tergiversación en este caso es. ¿Qué ha dicho de verdad el Papa? En la era de la información en la que se supone que vivimos, al menos para lo que nos interesa, esto es muy fácil de saber: pone uno zenit en google y, la primera entrada que aparece es la de la agencia de noticias del Vaticano, que lleva ese nombre. Ahí está todo.
Literalmente. ¡Enorme molestia para conocer la verdad! Pero como yo ya lo he hecho, lo cuento y lo trascribo. En una rueda de prensa en el avión que llevaba al Papa a Camerún, el periodista Philippe Visseyrias de la cadena de televisión francesa France 2, hace una pregunta al Papa y éste le responde:
Pregunta: Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del Sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje? Querido Santo Padre, ¿le sería posible responder en francés a esta pregunta?
Papa: Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema. La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen.
Sacar de aquí un titular diciendo que el Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida” es, en el mejor de los casos, un simplismo estúpido y en el peor una tergiversación malintencionada. La Iglesia, lo que dice es que la solución al sida no pasa sólo por la entrega indiscriminada de preservativos. La Iglesia dice que la solución empieza, primero, por el ejercicio de la caridad y, segundo, por una redefinición de lo que es una conducta sexual sana.
Lo segundo –de lo primero hablaré en unas líneas– es el archiconocido método ABC que significa Abstinencia, Fidelidad (nunca he sabido cómo la inicial B en inglés acaba en Fidelidad, pero eso significa) y Condón. De hecho, este método ABC es el que se ha seguido en varios países de África que, casualmente, son los que más éxito han tenido en la lucha contra la propagación del sida. Porque ocurre que la propagación del sida se parece a un quebrado que tiene por numerador la promiscuidad sexual y por denominador la seguridad del sexo.
Claro que el uso del preservativo hace el sexo más seguro, pero no totalmente seguro. Si el mensaje público anima a la promiscuidad sexual pero, eso sí, recomendando, el preservativo, seguramente aumente muchísimo más el numerador que el denominador y genere, como consecuencia, más sida. Porque aún usándolo correctamente, el preservativo no anula totalmente el riesgo de contagio. No anula totalmente el riesgo de embarazo, en el que se trata de “filtrar” un espermatozoide, cuanto menos el del sida en el que lo que se trata de “filtrar” es un minúsculo virus. Más aún, ¿quién puede asegurar que un hombre o una mujer, africanos o europeos, sin ningún freno sexual, se pondrá el preservativo que le dieron hace una semana, como si fuese un chicle, en un ambulatorio al que le llevaron más o menos sin saber a qué?
Y si le dieron diez, ¿se parará la decimoprimera vez porque se le han acabado? ¿Quién en su sano juicio se puede imaginar una campaña de seguridad vial en la que se dijese: “Viaja a 200 Km/h, pero, ponte el cinturón de seguridad”? La Iglesia no puede por menos que decir que hay que disminuir el numerador. Y no sólo para luchar contra el sida, sino por una cuestión de sano comportamiento sexual, como diré más adelante. Hace unos años Monseñor González Camino, a la sazón portavoz de la Conferencia Episcopal Española, hizo unas declaraciones intentando aclarar la C en tercer lugar y la prensa, con su simplismo y mala intención habitual es éstos temas, haciendo buena la ley de la tergiversación, propagó, con gran alarde de ineptitud, que la Iglesia rectificaba y daba luz verde al preservativo como forma de lucha contra el sida.
Por si a alguien esta comparación del numerador y el denominador, que me parece de sentido común, le parece traída por los pelos, ahí van algunas opiniones de uno de los mayores expertos sobre la propagación del sida, el director del Proyecto de Investigación de Prevención del Sida’ de Harvard, Edward Green[1]: “El Papa tiene razón. Nuestros mejores estudios muestran una relación consistente entre una mayor disponibilidad de preservativos y una mayor (no menor) tasa de contagios de Sida. Las evidencias que tenemos apoyan sus comentarios”. [...] No podemos asociar mayor uso de preservativos con una menor tasa de sida”. [...] “Cuando se usa alguna tecnología para reducir un riesgo, como el preservativo, a menudo se pierden los beneficios asumiendo un mayor riesgo que si uno no usara esa tecnología”. [...] “También me di cuenta de que el Papa dijo que la monogamia era la mejor respuesta al Sida en África. Nuestras investigaciones muestran que la reducción del número de parejas sexuales es el más importante cambio de comportamiento asociado a la reducción de las tasas de contagio del sida”. [...] “Sin embargo, los programas patrocinados por los más importantes donantes no han promovido la monogamia, ni siquiera la reducción de diferentes parejas. Es difícil entender por qué. Imagínense que se pusieran sobre la mesa 15 millones de dólares para luchar contra el cáncer de pulmón. Sin duda tendríamos que estudiar el comportamiento de los fumadores: consejos para dejar de fumar, o al menos reducir los cigarrillos al día".
Green sostiene que “el modelo en la lucha contra el sida sigue siendo el ugandés, donde el Gobierno adoptó en los años 80 un programa que decía “quédate con tu pareja o sé fiel”. "Allí los programas han intentado modificar los comportamientos sexuales a un nivel más profundo".
Por otra parte, esa conducta de disminuir el numerador es la que aconsejaría a su hijo cualquier padre o madre sensatos (aunque cada vez existen menos, por lo que parece), incluso aunque no existiese el sida. Si a mí un hijo me dijese que se iba a acostar con todo lo que se mueve, no se me ocurriría, salvo que me importase tres pimientos, darle una palmadita en el hombro y decirle: “qué bien hijo mío, cómo me gusta tu conducta, claro, disfruta de la promiscuidad sexual, pero ponte el preservativo”. Más bien le intentaría convencer de que el sexo no es un juguete, de que es algo maravilloso que debe estar al servicio del amor, de que el amor no es un sólo un sentimiento que hay que satisfacer sexualmente de forma inmediata, sino un proyecto de vida común entre un hombre y una mujer para luchar por sacar adelante una familia sana, en el que el sentimiento y la sexualidad están al servicio de ese proyecto de amor. Y esto se lo diría aunque no existiese el sida.
Si, a pesar de todo no me hiciese caso y decidiese seguir con su estúpida conducta, le diría que se pusiese un preservativo. Digo expresamente la palabra estúpida por una reflexión que nace de la mejor frase que he leído sobre la relación entre sexo y amor. La leí en la novela de Isabel Allende “El plan infinito”. Dice: “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. ¿Como se podría calificar la conducta de alguien que jugase al tenis con un stradivarius en vez de usarlo para hacer música? A buen seguro perdería el partido y destrozaría el violín. Sería un comportamiento realmente estúpido.
Y estas reflexiones se las haría a mi hijo por una sola razón. Porque le quiero. Pero si mi hijo me importase tres pimientos, le diría que hiciese lo que le diese la gana. A lo peor, hasta le daba unos euros para que se comprase un preservativo. Si alguien juzgase mi conducta de padre, creo que con la primera me ganaría, al menos el notable. Con la segunda, un suspenso vergonzante. La primera es la conducta de la Iglesia. La segunda es la muy progresista conducta de ciertos gobiernos europeos, con el español a la cabeza. Y no deja de ser irónico que los segundos pretendan suspender y dar lecciones a la primera, como lo muestra el hecho de que el secretario general del Ministerio de Sanidad, José Martínez Olmos, haya pedido al Papa que entone el ‘mea culpa’ porque “está dando un mensaje contrario a la evidencia científica”.
Y llegamos a la caridad. Cualquiera puede hacer la prueba, en Madrid o en el África subsahariana. Si se mira quien atiende desinteresadamente a los enfermos de sida, en especial a los más marginados, en cualquier parte del mundo, entregando su vida entera a ello, encontrará a personas que no sólo son católicas –y generalmente religiosos–, sino que hacen lo que hacen, precisamente por serlo. Les cuidan porque les quieren. Les quieren porque ven en ellos a Cristo doliente.
Tienen fuerza para gastar toda su vida en ellos porque el mismo Cristo se la da a través de los sacramentos de su Iglesia. Y precisamente porque les quieren les dicen que la promiscuidad no es buena, que la fidelidad a su pareja sí lo es, que la dignidad humana y el uso humano del sexo no va por ese camino. Y es posible que, si no les hacen caso, les acaben dando un preservativo, porque, al fin y al cabo, ponerse un trozo de goma en un miembro del cuerpo, no es en sí ni bueno ni malo. El mal moral no está en eso, sino en todo lo anterior. Y eso es lo que la Iglesia trata de corregir con amor. Sé que hay mucha gente que dice que esto es una utopía, pero pregunto: si la ingente cantidad de dinero que se ha empleado en la estúpida campaña de póntelo, pónselo, se hubiese empleado en una sana educación sexual, ¿no hubiesen cambiado muchas cosas? ¿No se lucha por una mayor prudencia en las carreteras? ¿No se hacen campañas contra el tabaco, el alcohol o la droga? ¿No se intenta poner coto por todos los medios a la violencia machista?
¿Por qué entonces se abandona la lucha contra una conducta sexual que va contra la dignidad humana y ayuda a la propagación del sida? Por dos motivos, porque se piensa que quita votos y porque para promoverla hacen falta códigos morales serios en vez de en eslóganes progres, demagógicos y taquilleros. Algo de lo que parece que anda escasa la clase política en general, más preocupada por el electoralismo que por el desarrollo de ciudadanos con criterio.
De aquí que hayamos llegado al más ramplón relativismo del haz lo que quieras y a la falta de criterio por parte de la gente. Lo primero, se piensa que da votos. De la misma manera que un padre demagogo cree que va a conseguir el cariño de su hijo dejándole hacer lo que le de la gana. Craso error. Al final, lo que se consigue es cultivar violencia, pasotismo y desilusión. Una gran herencia. Lo segundo, se piensa que da ciudadanos más fáciles de dirigir. Y es verdad, pero también ciudadanos más incapaces, con menos iniciativa para todo y, al final, miseria. Pero sobre todo, esto genera un peligroso caldo de cultivo para el advenimiento de dictaduras que degradan al hombre. Quizá el siglo XXI haga bueno al XX. Afortunadamente, la Iglesia no tiene que ganar votos, sino hacer consciente al ser humano de su dignidad.
Por eso el Papa dice lo que dice. Sobre el sida, sobre el preservativo, sobre el aborto y sobre muchísimas cosas más que nos convendría saber. Zenit, más Zenit. En la era de la información no es tan difícil. Si se tiene interés en saber lo que realmente dice la Iglesia y no lo que quienes nos quieren manipular quieren que creamos que dice. Si queremos hacer falsa la ley de la tergiversación.
Hay leyes, como la de Murphy, que no fallan. Nadie sabe muy bien por qué, pero se cumplen inexorablemente. “Si algo puede torcerse, se torcerá siempre y, además, en el momento más inoportuno”.
Me voy a atrever a enunciar una de esas leyes y la llamaré ley de la tergiversación: “Siempre que leas en el periódico una noticia de la que tú sabes aunque sea un poco, te darás cuenta de que es inexacta, simplista y está tergiversada”.
El mayor peso de esta tergiversación es pura ignorancia. Pero si además, esa noticia se refiere al Papa o a cualquier otra persona o actividad que tenga relación con la Iglesia católica, entonces, la ley se cumple en grado superlativo, casi esperpéntico y a la ignorancia suele sumarse la mala fe.
Pero lo peor de esta ley, sobre todo si se refiere a la Iglesia católica, es que la prensa goza de una credibilidad y un prestigio más allá de cualquier límite razonable, llegando a hacer dudar, incluso, a muchas personas que se supone que deberían saber algo de lo que se está hablando. En concreto, si el caso atañe a la Iglesia católica, muchos católicos se apresuran a escandalizarse por lo que dice la prensa sin tomarse la más mínima molestia de saber la verdad de lo dicho o hecho.
Sirva de ejemplo de esta ley de la tergiversación aplicada a la Iglesia el reciente tratamiento de la prensa de unas palabras del Papa sobre el preservativo, en su viaje a África. Todos hemos leído, no importa en qué diario de qué país, que el Papa ha dicho que el preservativo agrava el problema del sida en África. A título de ejemplo cito el titular de “El Mundo” del miércoles 18 de Marzo: El Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida”. Me parece relevante señalar que en el titular aparecen las comillas que yo he puesto, dando a entender que eso era una frase textual del Papa. Naturalmente la progresía española, junto con nuestro gobierno y el de algunos otros países europeos, han criticado duramente estas palabras. Pero lo peor es que muchos católicos se han rasgado también las vestiduras, escandalizados.
La pregunta clave para dejar clara la ley de la tergiversación en este caso es. ¿Qué ha dicho de verdad el Papa? En la era de la información en la que se supone que vivimos, al menos para lo que nos interesa, esto es muy fácil de saber: pone uno zenit en google y, la primera entrada que aparece es la de la agencia de noticias del Vaticano, que lleva ese nombre. Ahí está todo.
Literalmente. ¡Enorme molestia para conocer la verdad! Pero como yo ya lo he hecho, lo cuento y lo trascribo. En una rueda de prensa en el avión que llevaba al Papa a Camerún, el periodista Philippe Visseyrias de la cadena de televisión francesa France 2, hace una pregunta al Papa y éste le responde:
Pregunta: Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del Sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje? Querido Santo Padre, ¿le sería posible responder en francés a esta pregunta?
Papa: Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el Sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo profilácticos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema. La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro, y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen.
Sacar de aquí un titular diciendo que el Papa asegura que “los condones sólo agravan el problema del sida” es, en el mejor de los casos, un simplismo estúpido y en el peor una tergiversación malintencionada. La Iglesia, lo que dice es que la solución al sida no pasa sólo por la entrega indiscriminada de preservativos. La Iglesia dice que la solución empieza, primero, por el ejercicio de la caridad y, segundo, por una redefinición de lo que es una conducta sexual sana.
Lo segundo –de lo primero hablaré en unas líneas– es el archiconocido método ABC que significa Abstinencia, Fidelidad (nunca he sabido cómo la inicial B en inglés acaba en Fidelidad, pero eso significa) y Condón. De hecho, este método ABC es el que se ha seguido en varios países de África que, casualmente, son los que más éxito han tenido en la lucha contra la propagación del sida. Porque ocurre que la propagación del sida se parece a un quebrado que tiene por numerador la promiscuidad sexual y por denominador la seguridad del sexo.
Claro que el uso del preservativo hace el sexo más seguro, pero no totalmente seguro. Si el mensaje público anima a la promiscuidad sexual pero, eso sí, recomendando, el preservativo, seguramente aumente muchísimo más el numerador que el denominador y genere, como consecuencia, más sida. Porque aún usándolo correctamente, el preservativo no anula totalmente el riesgo de contagio. No anula totalmente el riesgo de embarazo, en el que se trata de “filtrar” un espermatozoide, cuanto menos el del sida en el que lo que se trata de “filtrar” es un minúsculo virus. Más aún, ¿quién puede asegurar que un hombre o una mujer, africanos o europeos, sin ningún freno sexual, se pondrá el preservativo que le dieron hace una semana, como si fuese un chicle, en un ambulatorio al que le llevaron más o menos sin saber a qué?
Y si le dieron diez, ¿se parará la decimoprimera vez porque se le han acabado? ¿Quién en su sano juicio se puede imaginar una campaña de seguridad vial en la que se dijese: “Viaja a 200 Km/h, pero, ponte el cinturón de seguridad”? La Iglesia no puede por menos que decir que hay que disminuir el numerador. Y no sólo para luchar contra el sida, sino por una cuestión de sano comportamiento sexual, como diré más adelante. Hace unos años Monseñor González Camino, a la sazón portavoz de la Conferencia Episcopal Española, hizo unas declaraciones intentando aclarar la C en tercer lugar y la prensa, con su simplismo y mala intención habitual es éstos temas, haciendo buena la ley de la tergiversación, propagó, con gran alarde de ineptitud, que la Iglesia rectificaba y daba luz verde al preservativo como forma de lucha contra el sida.
Por si a alguien esta comparación del numerador y el denominador, que me parece de sentido común, le parece traída por los pelos, ahí van algunas opiniones de uno de los mayores expertos sobre la propagación del sida, el director del Proyecto de Investigación de Prevención del Sida’ de Harvard, Edward Green[1]: “El Papa tiene razón. Nuestros mejores estudios muestran una relación consistente entre una mayor disponibilidad de preservativos y una mayor (no menor) tasa de contagios de Sida. Las evidencias que tenemos apoyan sus comentarios”. [...] No podemos asociar mayor uso de preservativos con una menor tasa de sida”. [...] “Cuando se usa alguna tecnología para reducir un riesgo, como el preservativo, a menudo se pierden los beneficios asumiendo un mayor riesgo que si uno no usara esa tecnología”. [...] “También me di cuenta de que el Papa dijo que la monogamia era la mejor respuesta al Sida en África. Nuestras investigaciones muestran que la reducción del número de parejas sexuales es el más importante cambio de comportamiento asociado a la reducción de las tasas de contagio del sida”. [...] “Sin embargo, los programas patrocinados por los más importantes donantes no han promovido la monogamia, ni siquiera la reducción de diferentes parejas. Es difícil entender por qué. Imagínense que se pusieran sobre la mesa 15 millones de dólares para luchar contra el cáncer de pulmón. Sin duda tendríamos que estudiar el comportamiento de los fumadores: consejos para dejar de fumar, o al menos reducir los cigarrillos al día".
Green sostiene que “el modelo en la lucha contra el sida sigue siendo el ugandés, donde el Gobierno adoptó en los años 80 un programa que decía “quédate con tu pareja o sé fiel”. "Allí los programas han intentado modificar los comportamientos sexuales a un nivel más profundo".
Por otra parte, esa conducta de disminuir el numerador es la que aconsejaría a su hijo cualquier padre o madre sensatos (aunque cada vez existen menos, por lo que parece), incluso aunque no existiese el sida. Si a mí un hijo me dijese que se iba a acostar con todo lo que se mueve, no se me ocurriría, salvo que me importase tres pimientos, darle una palmadita en el hombro y decirle: “qué bien hijo mío, cómo me gusta tu conducta, claro, disfruta de la promiscuidad sexual, pero ponte el preservativo”. Más bien le intentaría convencer de que el sexo no es un juguete, de que es algo maravilloso que debe estar al servicio del amor, de que el amor no es un sólo un sentimiento que hay que satisfacer sexualmente de forma inmediata, sino un proyecto de vida común entre un hombre y una mujer para luchar por sacar adelante una familia sana, en el que el sentimiento y la sexualidad están al servicio de ese proyecto de amor. Y esto se lo diría aunque no existiese el sida.
Si, a pesar de todo no me hiciese caso y decidiese seguir con su estúpida conducta, le diría que se pusiese un preservativo. Digo expresamente la palabra estúpida por una reflexión que nace de la mejor frase que he leído sobre la relación entre sexo y amor. La leí en la novela de Isabel Allende “El plan infinito”. Dice: “El amor es la música y el sexo es el instrumento”. ¿Como se podría calificar la conducta de alguien que jugase al tenis con un stradivarius en vez de usarlo para hacer música? A buen seguro perdería el partido y destrozaría el violín. Sería un comportamiento realmente estúpido.
Y estas reflexiones se las haría a mi hijo por una sola razón. Porque le quiero. Pero si mi hijo me importase tres pimientos, le diría que hiciese lo que le diese la gana. A lo peor, hasta le daba unos euros para que se comprase un preservativo. Si alguien juzgase mi conducta de padre, creo que con la primera me ganaría, al menos el notable. Con la segunda, un suspenso vergonzante. La primera es la conducta de la Iglesia. La segunda es la muy progresista conducta de ciertos gobiernos europeos, con el español a la cabeza. Y no deja de ser irónico que los segundos pretendan suspender y dar lecciones a la primera, como lo muestra el hecho de que el secretario general del Ministerio de Sanidad, José Martínez Olmos, haya pedido al Papa que entone el ‘mea culpa’ porque “está dando un mensaje contrario a la evidencia científica”.
Y llegamos a la caridad. Cualquiera puede hacer la prueba, en Madrid o en el África subsahariana. Si se mira quien atiende desinteresadamente a los enfermos de sida, en especial a los más marginados, en cualquier parte del mundo, entregando su vida entera a ello, encontrará a personas que no sólo son católicas –y generalmente religiosos–, sino que hacen lo que hacen, precisamente por serlo. Les cuidan porque les quieren. Les quieren porque ven en ellos a Cristo doliente.
Tienen fuerza para gastar toda su vida en ellos porque el mismo Cristo se la da a través de los sacramentos de su Iglesia. Y precisamente porque les quieren les dicen que la promiscuidad no es buena, que la fidelidad a su pareja sí lo es, que la dignidad humana y el uso humano del sexo no va por ese camino. Y es posible que, si no les hacen caso, les acaben dando un preservativo, porque, al fin y al cabo, ponerse un trozo de goma en un miembro del cuerpo, no es en sí ni bueno ni malo. El mal moral no está en eso, sino en todo lo anterior. Y eso es lo que la Iglesia trata de corregir con amor. Sé que hay mucha gente que dice que esto es una utopía, pero pregunto: si la ingente cantidad de dinero que se ha empleado en la estúpida campaña de póntelo, pónselo, se hubiese empleado en una sana educación sexual, ¿no hubiesen cambiado muchas cosas? ¿No se lucha por una mayor prudencia en las carreteras? ¿No se hacen campañas contra el tabaco, el alcohol o la droga? ¿No se intenta poner coto por todos los medios a la violencia machista?
¿Por qué entonces se abandona la lucha contra una conducta sexual que va contra la dignidad humana y ayuda a la propagación del sida? Por dos motivos, porque se piensa que quita votos y porque para promoverla hacen falta códigos morales serios en vez de en eslóganes progres, demagógicos y taquilleros. Algo de lo que parece que anda escasa la clase política en general, más preocupada por el electoralismo que por el desarrollo de ciudadanos con criterio.
De aquí que hayamos llegado al más ramplón relativismo del haz lo que quieras y a la falta de criterio por parte de la gente. Lo primero, se piensa que da votos. De la misma manera que un padre demagogo cree que va a conseguir el cariño de su hijo dejándole hacer lo que le de la gana. Craso error. Al final, lo que se consigue es cultivar violencia, pasotismo y desilusión. Una gran herencia. Lo segundo, se piensa que da ciudadanos más fáciles de dirigir. Y es verdad, pero también ciudadanos más incapaces, con menos iniciativa para todo y, al final, miseria. Pero sobre todo, esto genera un peligroso caldo de cultivo para el advenimiento de dictaduras que degradan al hombre. Quizá el siglo XXI haga bueno al XX. Afortunadamente, la Iglesia no tiene que ganar votos, sino hacer consciente al ser humano de su dignidad.
Por eso el Papa dice lo que dice. Sobre el sida, sobre el preservativo, sobre el aborto y sobre muchísimas cosas más que nos convendría saber. Zenit, más Zenit. En la era de la información no es tan difícil. Si se tiene interés en saber lo que realmente dice la Iglesia y no lo que quienes nos quieren manipular quieren que creamos que dice. Si queremos hacer falsa la ley de la tergiversación.