viernes, febrero 04, 2011
EL RECTO USO DE INTERNET
El recto uso de internet
Ángel Rodríguez Luño | Cortesía de SonTusHijos.org
Aspectos éticos
El uso de Internet ha alcanzado en la actualidad una gran difusión, que muy probablemente está destinada a aumentar. Permite acceder, a muy bajo costo, a innumerables noticias e informaciones útiles. Para muchos tipos de trabajo se ha convertido en un instrumento indispensable. A la red de Internet está asociado el correo electrónico, que permite una comunicación rápida con cualquier parte del mundo. Internet está concebido como una red abierta y libre, en la que no se opera una selección de contenidos. Solo aquéllos que constituyen un delito grave son objeto de control y persecución por parte de la policía.
La posibilidad de navegar libremente por todas partes del mundo puede excitar la curiosidad y hacer que se pierda mucho tiempo, si el usuario carece de pericia y autodisciplina.
Ni el bien ni el mal son específicos de Internet. Si se debiera señalar algo realmente específico de Internet sería la posibilidad de hacer llegar el bien a muchas personas, sin la necesidad de movilizar grandes recursos económicos y de personal, haciendo así posible la intervención a gran escala de personas o grupos de recursos modestos, que hasta ahora no habían podido intervenir positivamente en el mundo de la opinión pública. Es verdad que, con la misma escasez de recursos, se puede difundir el mal, pero eso no es novedad, porque el mal ya se hace abundantemente a través de otros medios de comunicación.
El problema ético de Internet es el problema de su recto uso o, en otras palabras, el de la formación y la virtud necesarias para usarlo rectamente, tanto por parte de quien introduce contenidos en la red como del usuario.
Como primer apunte podríamos señalar que hacer un buen uso de Internet sería acceder a él siempre para algo determinado. Es poco razonable conectarse a Internet sin saber qué se quiere hacer, sólo porque se tiene tiempo libre o porque se está cansado y se piensa descansar navegando. La actitud de conectarse sin una finalidad precisa y justa, sólo para curiosear, tiene ya algo éticamente negativo y fácilmente puede dar lugar a males más graves.
Filtros y otras protecciones
Puesto que la red de Internet es vehículo de contenidos tanto positivos como negativos, han surgido dispositivos técnicos que impiden el paso de los contenidos negativos. Con el aumento de la potencia de los ordenadores personales, se hizo posible introducir en ellos un programa capaz de analizar en el acto el contenido de la página a la que se va a acceder, y de impedir el acceso si esos contenidos son negativos. Su eficacia es alta, pero no llega al 100%.
Otra vía de protección es la catalogación de las páginas con el sistema ICRA. El usuario instala en el ordenador el filtro ICRAplus, gratuito, y él mismo define qué nivel desea aceptar en cada categoría.
Una tercera vía de protección es usar Internet a través de un Provider, que ya aplica un sistema de filtración serio y bien orientado. Es un sistema gratuito y eficaz muy apropiado para las familias, aunque no es del todo perfecto.
Hay muchos estudios que obligan a reflexionar seriamente acerca del modo y la medida en que se emplean las restricciones que, en todo caso, han de ir adecuándose a la edad y al desarrollo de las personas.
Niños y adolescentes ante el ordenador
Actualmente, los niños y los adolescentes usan bastante el ordenador en su propia casa y usan también Internet. Es interesante el documento de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos titulado Your familyand Cyberspace que dice: Por el bien de sus hijos, así como por el suyo propio, los padres deben aprender y poner en práctica su capacidad de discernimiento como telespectadores, oyentes y lectores, dando ejemplo en sus hogares de un uso prudente de los medios de comunicación social. En lo que se refiere a los jóvenes, están más familiarizados con el uso de Internet que sus padres, pero estos tienen la grave obligación de guiar y supervisar a sus hijos en su uso.
Los padres y los hijos deberían comentar juntos lo que se ve y se experimenta en el ciberespacio. El deber fundamental de los padres consiste en ayudar a sus hijos a llegar a ser usuarios juiciosos y responsables de Internet, y a no llegar a una dependencia tal que se convierta en una adicción.
Los padres tienen que educar a los hijos en este aspecto, dedicándoles tiempo y haciendo un esfuerzo, si fuera necesario, para conocer la red de Internet. Es muy conveniente que el ordenador conectado a la red esté en un lugar de paso o bastante frecuentado en la casa. También se ha de explicar a los niños que no faciliten datos personales ni entren en contacto con desconocidos, que han de hablar con sus padres de lo que les parezca extraño, y que han de ser ante todo prudentes.
Cuando los hijos son más mayores, sigue siendo muy conveniente usar un filtro en el ordenador con el que trabajan en casa. A pesar de todas estas indicaciones, es muy difícil dar reglas generales acerca de lo que conviene hacer, pero lo único que no es aconsejable es desentenderse del tema.
Los adultos en internet
El uso de Internet por parte de los adultos puede ser estudiado desde dos puntos de vista: el del usuario y el de las autoridades de las que dependen algunos ámbitos en los que el usuario se mueve.
Desde el punto de vista del usuario consideramos, en primer lugar, el caso de la persona de actitud moral recta que usa Internet para su trabajo o para el estudio y que, por tanto, no busca contenidos inconvenientes ni pasa el tiempo navegando. Si se utiliza un filtro que impida que aparezcan involuntariamente contenidos inadecuados, el uso de Internet no debería ocasionar ningún problema moral.
Quien trabaja con Internet sin protección alguna, debe plantearse en conciencia si se puede encontrar en ocasiones próximas de pecado grave. En caso afirmativo tiene el deber moral de usar un filtro con el que evitar además tensiones innecesarias ante tentaciones que podrían presentarse de improviso.
Uso de internet en empresas, residencias e instituciones
La experiencia enseña que, incluso cuando se trata de personas con cierta formación moral, se hace un uso bastante inmoral de la red, con notable daño para los interesados. A veces, los responsables de estas estructuras no ponen remedio alguno, alegando que el comportamiento moral privado es responsabilidad de cada uno, dado que se trata de adultos; o bien por miedo a adquirir fama de personas mojigatas que no respetan la libertad de los demás; o bien porque desean evitar un ambiente de desconfianza.
Lo que aquí está en discusión no es el uso que los adultos pueden hacer de su libertad, sino el tipo de servicio que una residencia o institución educativa ha de ofrecer. Y conviene que el servicio ofrecido tenga ciertas garantías morales, lo que se puede lograr adoptando un sistema de filtrado de la línea que llega a la residencia o institución educativa. El ideal al que habría que tender es que los que pasan por una residencia salgan convencidos y educados respecto al buen uso de Internet, y no que simplemente acepten de modo pasivo unas restricciones de las que se liberarán apenas les sea posible.
La Iglesia ha declarado a menudo su convicción de que los medios de comunicación son, como dice el Vaticano II, "maravillosos inventos de la técnica", que ya hacen mucho para afrontar las necesidades humanas y pueden hacer aún mucho más. Desde siempre la Iglesia ha tenido un enfoque positivo de los medios de comunicación social, que contribuyen eficazmente a descansar y cultivar el espíritu y a propagar y fortalecer el Reino de Dios.
Sería un gran bien para la Iglesia que un mayor número de personas, que tienen cargos y cumplen funciones en su nombre, se formaran en el uso de los medios de comunicación social con el fin de servir a la vocación humana y transcendente de cada ser humano, y así glorificar al Padre, de quien viene todo bien.
Recomendaciones y conclusión
Es importante que la gente use Internet de modo creativo para asumir sus responsabilidades y realizar la obra de la Iglesia. No es aceptable quedarse atrás tímidamente por miedo a la tecnología o por cualquier otra razón, considerando las numerosas posibilidades positivas que ofrece Internet.
Internet es una puerta abierta a un mundo atractivo y fascinante, con una fuerte influencia formativa; pero no todo lo que está al otro lado de la puerta es saludable, sano y verdadero. Internet puede enriquecer nuestras vidas más allá de los sueños de generaciones anteriores y capacitarnos para que, a su vez, enriquezcamos la vida de los demás.
Los jóvenes necesitan aprender cómo funcionar bien en el mundo del ciberespacio, cómo hacer juicios maduros sobre lo que encuentran en él y cómo usar la nueva tecnología para su desarrollo integral y en beneficio de los demás. También puede arrastrarlos al consumismo, a la pornografía, a fantasías violentas y a un aislamiento patológico, por lo que en el ciberespacio pueden estar llamados a ir contracorriente, ejercer un influjo cultural positivo.
«El Papa bendice las redes sociales»
Eso no fue exactamente lo que dijo el Papa… La cultura de los titularesJorge Enrique Mújica | jem@arcol.org
«El Papa bendice las redes sociales» (nota original de la agencia Reuters retomada por la revista TIME -«Faithful Facebook: Pope Benedict Blesses Social Networking»- y numerosos periódicos a lo largo y ancho del mundo) o «Papa pide a fieles usar Twitter y Facebook» (titular, entre otros, de El Universal –México–, 24.01.2011) fueron los titulares destacados el día que se hizo público el mensaje de Benedicto XVI para la 45 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2011.
¿Fue esto lo que dijo el Papa? Lo primero que conviene recordar es que a lo largo del año el Sumo Pontífice suele ofrecer varios mensajes en torno a diferentes asuntos (en el portal del Vaticano se puede consultar fácilmente las diferentes temáticas): uno de ellos el de las comunicaciones sociales. De hecho, éste fue el mensaje número cuarenta y cinco, por lo que se puede comprender sin dificultad que antes ha habido 44 mensajes más; por tanto, no fue que un buen día al Papa se le ocurrió: «hoy voy a escribir un mensaje sobre las redes sociales», como puede parecer en un primer momento.
Lo segundo –que es ya la respuesta a la interrogante– es que el Papa no bendijo a las redes sociales en general ni a Facebook o Twitter en particular. De suyo, en el mensaje la palabra «bendición» aparece sólo una vez y no es para ninguna social network. Por cierto, «Facebook» y «Twitter» no aparecen citadas en ningún momento.
¿Y entonces qué dijo el Papa? Vale la pena leer el texto completo (aquí el enlace), pero si tenemos que sintetizarlo en pocas palabras, trata sobre la autenticidad y coherencia de vida en el uso de las redes sociales: la verdad aplicada al mundo digital, en definitiva.
El concepto de red social («social network» en inglés) suele asociarse a aquellas más famosas (Facebook, Twitter, Hi5, My Space, Orkut, Bebo, etc.) pero implica un significado más amplio: red social sería toda aquella modalidad que posibilita la interacción entre varios usuarios.
Llama la atención que algunas voces que no se pueden calificar precisamente como «amigas» de la Iglesia hayan leído, comprendido y valorado muy positivamente este mensaje del Papa. «Social media: el Papa los entiende mejor que los políticos y los medios» (cf. La Repubblica, 24.01.2011) destacaba que Benedicto XVI «entiende el fenómeno, lo describe bien, y capta el impacto sobre la sociedad».
Queda entonces una cuestión final: ¿el Papa invita o no a usar las redes sociales? (que fue otra de las líneas de titulación periodística más socorridas). Hacia el final de su mensaje Benedicto XVI expresa: «deseo invitar a los cristianos a unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana».
La invitación tiene varias condiciones («confianza», «creatividad responsable» y «no para satisfacer deseo de estar presentes») y es formulada después de haber tratado 1) los límites y riesgos («interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo interior, el riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia» -sic-), 2) la calidad del propio actuar y la autenticidad («El anhelo de compartir, de establecer "amistades", implica el desafío de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio "perfil" público» -sic-), 3) de hacer algunas llamadas de atención («el contacto virtual no puede y no debe sustituir el contacto humano directo, en todos los aspectos de nuestra vida» -sic-), 4) el papel de la verdad en las redes sociales («el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la "popularidad" o la cantidad de atención que provoca» -sic-) y 5) el estilo cristiano de presencia en las redes sociales («forma de comunicación respetuosa y discreta, que incita el corazón y mueve la conciencia» -sic-).
La tradición mediática, más o menos patológica y generaliza, de desvirtuar palabras del Papa invita a reflexionar en la exactitud de lo que se recoge en la prensa generalista y nos invita a acudir a las fuentes originales para conocerlas de primera mano. De otra manera nos quedamos con la errónea impresión de lo que los medios reflejan es verdad. Algunos lo llaman «cultura de titulares».
jueves, enero 21, 2010
Náufragos de músicaMiguel Aranguren | miguelaranguren.com
Viven ajenos al mundo, embutidos en una banda sonora constante, insensibles al ruido de la gran ciudad, al del tráfico, a las conversaciones en el autobús y en el metro. Apenas se despiertan, atrapan el aparatito que dejaron cargando por la noche, se colocan los cascos, seleccionan la ristra de temas y le dan al ?play? antes de tomarse el café o los cereales bajo los ritmos atronadores de cualquier melodía moderna.
Con música se visten y con música estiran las sábanas de la cama. Con música salen de casa, ajenos al saludo de la portera y al ladrido del perro faldero al que acaban de dar un pisotón. Con música se dirigen a la parada del transporte público sin dedicar ni un brevísimo ?buenos días? a los pasajeros con los que todas las mañanas recorren parte de la urbe. Esa misma música les impide saludar al revisor, al conductor, al bedel del instituto, de la facultad o del trabajo. El sonido melodioso les ha abducido a una suerte de ?El show de Truman? que en vez de cámaras tiene altavoces omnipresentes, un tema tras otro, sin solución de continuidad, una pesadilla orwelliana en la que los hombres entregan su capacidad de pensar, su raciocinio, a una espiral de canciones que, en muchas ocasiones, ni siquiera el sueño pone freno, ya que son muchos los que duermen con los auriculares puestos, confundiendo la etapa REM con una balada o con el aporreo frenético de una batería.
Dicen que la crisis de la industria de la música hunde sus raíces en las descargas ilegales en Internet. Pienso que es peor el soporte que guarda, clasifica y ofrece esos archivos sonoros. Del I-pod al MP3, del MP3 al MP4 y tiro porque me toca hasta que todos tengamos la biblioteca infinita de la historia del ruido, incluidas las jotas con las que se inauguró aquella vetusta Televisión del Paseo de la Habana. Es el precio de la era de la información, en la que hemos cedido la selección ?el criterio más importante para ser auténticamente libre- a cambio del contenido en masa, de almacenar lo bueno y lo horrible sin ningún criterio estético, de coleccionar todas y cada una de las combinaciones posibles de las notas musicales, hasta que estallemos en un bombazo de corcheas.
Ni siquiera Dickens, maestro en la descripción de los males de la sociedad industrial, la prehistoria de las grandes ciudades, llegó a imaginarse la soledad acompañada de este principio de milenio. Los escenarios de sus grandes novelas presentan un mundo apestoso y deshumanizado en el que, sin embargo, hasta los personajes tristes, esas sombras de humanidad, encuentran el refugio de un tugurio, de un orfanato, de una pensión, para llorarse las penas mutuamente. En sus callejones velados de niebla y vapor de col hay un resquicio para la amistad y, por tanto, para la esperanza. Y es que sus niños, a los que las circunstancias empujaban a una maduración acelerada, compartían sus desgracias y el anhelo de un mañana mejor. Y cantaban -¡claro que cantaban!- unidos en melodías de taberna, sonsonetes infantiles y ecos de marineros, nada que ver con esos marcianos que van de acá para allá sin siquiera tararear lo que les colma los oídos, la cabeza, escuchadores pasivos de una caterva capaz de taladrar la masa gris del más pintado.
La lluvia omnipresente de música, la multiplicación exponencial de una canción tras otra, la costumbre de prescindir de los demás en el disfrute del placer sonoro, la adaptación de los reproductores electrónicos y de los cascos a todas y cada una de las actividades habituales unida a la posibilidad de vivir sin intercambiar apenas palabras con nuestros semejantes, están configurando una nueva sociedad en la que el hombre, en efecto, se convierte en esclavo de la máquina, en un consumidor compulsivo de sonidos que le aíslan como al náufrago en un océano de gente.
Viven ajenos al mundo, embutidos en una banda sonora constante, insensibles al ruido de la gran ciudad, al del tráfico, a las conversaciones en el autobús y en el metro. Apenas se despiertan, atrapan el aparatito que dejaron cargando por la noche, se colocan los cascos, seleccionan la ristra de temas y le dan al ?play? antes de tomarse el café o los cereales bajo los ritmos atronadores de cualquier melodía moderna.
Con música se visten y con música estiran las sábanas de la cama. Con música salen de casa, ajenos al saludo de la portera y al ladrido del perro faldero al que acaban de dar un pisotón. Con música se dirigen a la parada del transporte público sin dedicar ni un brevísimo ?buenos días? a los pasajeros con los que todas las mañanas recorren parte de la urbe. Esa misma música les impide saludar al revisor, al conductor, al bedel del instituto, de la facultad o del trabajo. El sonido melodioso les ha abducido a una suerte de ?El show de Truman? que en vez de cámaras tiene altavoces omnipresentes, un tema tras otro, sin solución de continuidad, una pesadilla orwelliana en la que los hombres entregan su capacidad de pensar, su raciocinio, a una espiral de canciones que, en muchas ocasiones, ni siquiera el sueño pone freno, ya que son muchos los que duermen con los auriculares puestos, confundiendo la etapa REM con una balada o con el aporreo frenético de una batería.
Dicen que la crisis de la industria de la música hunde sus raíces en las descargas ilegales en Internet. Pienso que es peor el soporte que guarda, clasifica y ofrece esos archivos sonoros. Del I-pod al MP3, del MP3 al MP4 y tiro porque me toca hasta que todos tengamos la biblioteca infinita de la historia del ruido, incluidas las jotas con las que se inauguró aquella vetusta Televisión del Paseo de la Habana. Es el precio de la era de la información, en la que hemos cedido la selección ?el criterio más importante para ser auténticamente libre- a cambio del contenido en masa, de almacenar lo bueno y lo horrible sin ningún criterio estético, de coleccionar todas y cada una de las combinaciones posibles de las notas musicales, hasta que estallemos en un bombazo de corcheas.
Ni siquiera Dickens, maestro en la descripción de los males de la sociedad industrial, la prehistoria de las grandes ciudades, llegó a imaginarse la soledad acompañada de este principio de milenio. Los escenarios de sus grandes novelas presentan un mundo apestoso y deshumanizado en el que, sin embargo, hasta los personajes tristes, esas sombras de humanidad, encuentran el refugio de un tugurio, de un orfanato, de una pensión, para llorarse las penas mutuamente. En sus callejones velados de niebla y vapor de col hay un resquicio para la amistad y, por tanto, para la esperanza. Y es que sus niños, a los que las circunstancias empujaban a una maduración acelerada, compartían sus desgracias y el anhelo de un mañana mejor. Y cantaban -¡claro que cantaban!- unidos en melodías de taberna, sonsonetes infantiles y ecos de marineros, nada que ver con esos marcianos que van de acá para allá sin siquiera tararear lo que les colma los oídos, la cabeza, escuchadores pasivos de una caterva capaz de taladrar la masa gris del más pintado.
La lluvia omnipresente de música, la multiplicación exponencial de una canción tras otra, la costumbre de prescindir de los demás en el disfrute del placer sonoro, la adaptación de los reproductores electrónicos y de los cascos a todas y cada una de las actividades habituales unida a la posibilidad de vivir sin intercambiar apenas palabras con nuestros semejantes, están configurando una nueva sociedad en la que el hombre, en efecto, se convierte en esclavo de la máquina, en un consumidor compulsivo de sonidos que le aíslan como al náufrago en un océano de gente.
lunes, diciembre 14, 2009
miércoles, diciembre 02, 2009
LO QUE QUEDÓ EL 17-O: SOLIDARIDAD
Lo que quedó del 17-O: solidaridad
Fernando Magallanes jem@arcol.org
Ya hace más de un mes que se congregó en la capital española la multitudinaria manifestación por la vida. Mediáticamente se le bautizó con el nombre de 17-O (diecisiete de octubre).
A ella asistieron políticos aunque no la promovió ningún partido. Tampoco fue una manifestación confesional aunque se hallaban presentes sacerdotes, religiosos y religiosas. La convocaron asociaciones, organizaciones no gubernamentales y grupos a favor de la vida, apoyados también con la presencia de representantes de sus homólogos de países europeos y americanos: Argentina, Alemania, Brasil, Estados Unidos, Francia, México, etc. Pero sobre todo fue una manifestación ciudadana: bebés y niños pequeños con sus padres, chicos y chicas jóvenes cantando y bailando, familias enteras se encontraba allí.
Ha sido una de las mayores manifestaciones civiles en España en los últimos 30 años. ¿Cuántas personas se movilizaron? La agencia informativa gubernamental Efe hablaba de 58.171 y el diario español El País de 265.000, algo completamente inverosímil. El gobierno regional de Madrid de 1.200.000, mientras que los organizadores de la manifestación en cambio, de cerca de 2.000.000. Aún con divergencias, las última dos son cifras aplastantes frente a cualquier otro tipo de manifestación.
¿Cuál era el motivo principal? La defensa de toda vida humana. Y de modo particular el descontento ciudadano por el proyecto de ley impulsado por el gobierno socialista que pretende imponer una legislación de indicaciones y plazos que permita el aborto libre y el acceso del mismo a niñas 16 años sin el consentimiento paterno. Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, uno de los grupos organizadores, declaró al semanario Alfa y Omega que luchará durante “meses y años hasta lograr que no haya ni un solo aborto”.
Pero después de un mes, ¿surtió efecto?, ¿qué quedó de esa manifestación? La ley despenalizadora del aborto en 1985 que ha permitido el asesinato de 112.000 inocentes en 2007 continúa en vigor. De nuevo, Benigno Blanco afirmaba: “Con carácter inmediato no va a suceder [nada] –ya nos gustaría–. Pero a largo plazo no pueden dejar de escucharnos”.
Del 17-O quedó algo: solidaridad. Algo así como el movimiento producido en Polonia bajo el gobierno comunista de la década de los ochenta. Un electricista en paro, Lech Walesa, se erigió en representante de las necesidades sociales. De la manifestación de los astilleros en Gdansk y de la ebullición de todo el país, nació el sindicato Solidarnosc (Solidaridad, en polaco), que expresaba precisamente el sentimiento común ciudadano: no se podía continuar con el desprecio de los derechos fundamentales del ser humano: el derecho a la vida, a la libertad de religión y de conciencia, de asociación, de huelga, de igualdad ante la ley. Józef Tischner definió la fundación del sindicato como un “bosque inmenso plantado por conciencias que han despertado” (cf. George Weigel, Testigo de esperanza, Plaza&Janes, 1999, p. 440).
Solidarnosc despertó la conciencia de la dignidad humana en los polacos. Y todo el movimiento social, político y religioso que lo acompañaba terminó por desbancar a un gobierno socialista injusto, a pesar de éste mismo y la URRS trataran de impedirlo con el arresto de los dirigentes en 1981 por órdenes del general Jaruzelski o de una posible invasión soviética.
Un despertar y un mismo sentir de la conciencia ciudadana que reclama el respeto de un derecho fundamental del hombre: el derecho a la vida. Esto es lo que ha suscitado la movilización de Madrid.
Solidaridad es lo que ha quedado del 17-O. Solidaridad con las víctimas del aborto: con los miles de seres humanos inocentes sacrificados por una ley injusta; con las madres destrozadas por el asesinato del hijo de sus entrañas. Y solidaridad de los ciudadanos entre sí, pues significó el despertar social que tiene vocación internacional. La estadounidense Nicole Carton, representante de 44 entidades norteamericanas provida, dijo: “Si queremos un mundo donde reine la paz de verdad, le toca a cada país defender los derechos básicos de todos ser humano. Va a hacer falta unir fuerzas y apoyarnos mutuamente si queremos conseguir leyes que protejan a los más débiles”.
Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, en el XI Congreso de Católicos y vida pública celebrado en España refirió lo siguiente acerca del 17-O: “Como alemán, tengo que reconocer que este compromiso […] por la dignidad de la vida, de las personas y de la familia, me da un poco de envidia. […] Espero que el ejemplo de firmeza española pueda despertar a mis compatriotas, para que Europa –como la entendieron hombres como Robert Schumann y el cardenal Herrera Oria– no pierda la hora de su salvación” (cf. Alfa y Omega, 19.11.09).
El despertar solidario que han sembrado los ciudadanos a favor de la vida es el primer paso. Aunque no tendrá un efecto inmediato, a la larga como declaró Blanco, no podrán dejar de escucharlos. Y es así, a largo plazo, pero muy claro en la conciencia popular de que “cada vida importa”, como reza el manifiesto de las asociaciones convocantes del 17-O, que se ganará la batalla por la defensa de toda vida humana.
Fernando Magallanes jem@arcol.org
Ya hace más de un mes que se congregó en la capital española la multitudinaria manifestación por la vida. Mediáticamente se le bautizó con el nombre de 17-O (diecisiete de octubre).
A ella asistieron políticos aunque no la promovió ningún partido. Tampoco fue una manifestación confesional aunque se hallaban presentes sacerdotes, religiosos y religiosas. La convocaron asociaciones, organizaciones no gubernamentales y grupos a favor de la vida, apoyados también con la presencia de representantes de sus homólogos de países europeos y americanos: Argentina, Alemania, Brasil, Estados Unidos, Francia, México, etc. Pero sobre todo fue una manifestación ciudadana: bebés y niños pequeños con sus padres, chicos y chicas jóvenes cantando y bailando, familias enteras se encontraba allí.
Ha sido una de las mayores manifestaciones civiles en España en los últimos 30 años. ¿Cuántas personas se movilizaron? La agencia informativa gubernamental Efe hablaba de 58.171 y el diario español El País de 265.000, algo completamente inverosímil. El gobierno regional de Madrid de 1.200.000, mientras que los organizadores de la manifestación en cambio, de cerca de 2.000.000. Aún con divergencias, las última dos son cifras aplastantes frente a cualquier otro tipo de manifestación.
¿Cuál era el motivo principal? La defensa de toda vida humana. Y de modo particular el descontento ciudadano por el proyecto de ley impulsado por el gobierno socialista que pretende imponer una legislación de indicaciones y plazos que permita el aborto libre y el acceso del mismo a niñas 16 años sin el consentimiento paterno. Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, uno de los grupos organizadores, declaró al semanario Alfa y Omega que luchará durante “meses y años hasta lograr que no haya ni un solo aborto”.
Pero después de un mes, ¿surtió efecto?, ¿qué quedó de esa manifestación? La ley despenalizadora del aborto en 1985 que ha permitido el asesinato de 112.000 inocentes en 2007 continúa en vigor. De nuevo, Benigno Blanco afirmaba: “Con carácter inmediato no va a suceder [nada] –ya nos gustaría–. Pero a largo plazo no pueden dejar de escucharnos”.
Del 17-O quedó algo: solidaridad. Algo así como el movimiento producido en Polonia bajo el gobierno comunista de la década de los ochenta. Un electricista en paro, Lech Walesa, se erigió en representante de las necesidades sociales. De la manifestación de los astilleros en Gdansk y de la ebullición de todo el país, nació el sindicato Solidarnosc (Solidaridad, en polaco), que expresaba precisamente el sentimiento común ciudadano: no se podía continuar con el desprecio de los derechos fundamentales del ser humano: el derecho a la vida, a la libertad de religión y de conciencia, de asociación, de huelga, de igualdad ante la ley. Józef Tischner definió la fundación del sindicato como un “bosque inmenso plantado por conciencias que han despertado” (cf. George Weigel, Testigo de esperanza, Plaza&Janes, 1999, p. 440).
Solidarnosc despertó la conciencia de la dignidad humana en los polacos. Y todo el movimiento social, político y religioso que lo acompañaba terminó por desbancar a un gobierno socialista injusto, a pesar de éste mismo y la URRS trataran de impedirlo con el arresto de los dirigentes en 1981 por órdenes del general Jaruzelski o de una posible invasión soviética.
Un despertar y un mismo sentir de la conciencia ciudadana que reclama el respeto de un derecho fundamental del hombre: el derecho a la vida. Esto es lo que ha suscitado la movilización de Madrid.
Solidaridad es lo que ha quedado del 17-O. Solidaridad con las víctimas del aborto: con los miles de seres humanos inocentes sacrificados por una ley injusta; con las madres destrozadas por el asesinato del hijo de sus entrañas. Y solidaridad de los ciudadanos entre sí, pues significó el despertar social que tiene vocación internacional. La estadounidense Nicole Carton, representante de 44 entidades norteamericanas provida, dijo: “Si queremos un mundo donde reine la paz de verdad, le toca a cada país defender los derechos básicos de todos ser humano. Va a hacer falta unir fuerzas y apoyarnos mutuamente si queremos conseguir leyes que protejan a los más débiles”.
Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, en el XI Congreso de Católicos y vida pública celebrado en España refirió lo siguiente acerca del 17-O: “Como alemán, tengo que reconocer que este compromiso […] por la dignidad de la vida, de las personas y de la familia, me da un poco de envidia. […] Espero que el ejemplo de firmeza española pueda despertar a mis compatriotas, para que Europa –como la entendieron hombres como Robert Schumann y el cardenal Herrera Oria– no pierda la hora de su salvación” (cf. Alfa y Omega, 19.11.09).
El despertar solidario que han sembrado los ciudadanos a favor de la vida es el primer paso. Aunque no tendrá un efecto inmediato, a la larga como declaró Blanco, no podrán dejar de escucharlos. Y es así, a largo plazo, pero muy claro en la conciencia popular de que “cada vida importa”, como reza el manifiesto de las asociaciones convocantes del 17-O, que se ganará la batalla por la defensa de toda vida humana.
EUROPA, TU ERES CRISTIANA
Europa, tú eres cristiana
José de Jesús García jem@arcol.org
La Unión Europea no es producto de la generación espontánea. Es el fruto maduro de un proceso impulsado por dos motores. Uno es el sentido de reconciliación después de la atroz Segunda Guerra Mundial. El otro es el concepto de Europa como un sujeto histórico, realidad cultural “destinada” a convertirse en unión debido a las raíces comunes de los estados que la componen.
Las naciones europeas son distintas entre sí. Sin embargo Europa es unión porque aprovecha las diferencias positivas y supera las conflictivas. Esta unión es como un enorme mosaico polícromo en el cual los elementos propios de cada nación se ordenan en un conjunto armonioso. Los estados participan del derecho romano y germánico, de la democracia, de algunas ideas del Iluminismo, del amor al progreso a través del trabajo… Sin embargo, la base común es el cristianismo, cultura viva compartida.
Europa no es sólo un lugar geográfico. Es una realidad cultural, histórica, moral, una comunidad de personas que no podrá construir un futuro prometedor si prescinde de su historia y de sus valores. El cristianismo ha contribuido en manera determinante a descubrir y consolidar en la cultura occidental valores fundamentales. La dignidad trascendente de la persona humana, los derechos humanos, el valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado de Derecho y la legítima laicidad del Estado, que distingue correctamente entre política y religión, son algunos ejemplos.
Negar la evidencia en nombre del laicismo y de la falsa tolerancia es negarle a Europa su identidad, es rechazar el pluralismo, los derechos humanos… de los que estamos tan orgullosos. La construcción de la sociedad de la Unión Europea exige una moral compartida, condición sin la cual deja de estar unida, quedando sólo trozos que quisieran ser estados “autónomos”, arruinando la armonía del gran mosaico. Es necesario que las leyes establezcan un sentido colectivo del cual derive una moralidad común que al mismo tiempo respete la autodeterminación de cada persona, es decir, su libertad.
El 3 de noviembre de 2009 la Corte Europea de Estrasburgo de los derechos humanos pronunció una sentencia –no vinculante- contra Italia, por tener crucifijos expuestos en las escuelas. Se puede hablar de un atentado contra la base cultural de Europa y de un pésimo ejemplo de tolerancia.
¿Por qué Europa –y dentro de ella Italia- no debería reflejar la herencia cristiana que la fundamenta? A los que niegan esta herencia van dirigidas estas palabras de Juan Pablo II: "la marginación de las religiones que han contribuido y siguen contribuyendo a la cultura y al humanismo de los que Europa se siente legítimamente orgullosa, me parece que es al mismo tiempo una injusticia y un error de perspectiva. Reconocer un hecho histórico innegable no significa en absoluto ignorar la exigencia moderna de una justa condición laica de los Estados y, por tanto, de Europa" (Discurso al Cuerpo diplomático, 10 de enero de 2002).
La Corte de Estrasburgo considera que la presencia del crucifijo en las escuelas constituye una violación “de los derechos que los padres tienen de educar a su hijos según sus propias convicciones” y “de la libertad de los alumnos”. Parece que Estrasburgo ignora la realidad italiana (también la europea) y su historia: la exposición del crucifijo en lugares públicos está armonizada con los principios del catolicismo, reconocidos como parte del patrimonio histórico del pueblo italiano y confirmados por el Concordado de 1984, que regula la relación Iglesia-Estado.
La identidad nacional y los orígenes espirituales, históricos y culturales no se deben separar. La realidad se admite, no se inventa. Europa –incluida la Corte de Estrasburgo- debe asumir el reto de la historia: ofrecer a otros continentes un modelo de cómo armonizar fe y razón, cultura y religión, cristianismo y pensamiento laico, comunidad eclesial y comunidad política y social. Recuerda, Europa, tú eres cristiana.
José de Jesús García jem@arcol.org
La Unión Europea no es producto de la generación espontánea. Es el fruto maduro de un proceso impulsado por dos motores. Uno es el sentido de reconciliación después de la atroz Segunda Guerra Mundial. El otro es el concepto de Europa como un sujeto histórico, realidad cultural “destinada” a convertirse en unión debido a las raíces comunes de los estados que la componen.
Las naciones europeas son distintas entre sí. Sin embargo Europa es unión porque aprovecha las diferencias positivas y supera las conflictivas. Esta unión es como un enorme mosaico polícromo en el cual los elementos propios de cada nación se ordenan en un conjunto armonioso. Los estados participan del derecho romano y germánico, de la democracia, de algunas ideas del Iluminismo, del amor al progreso a través del trabajo… Sin embargo, la base común es el cristianismo, cultura viva compartida.
Europa no es sólo un lugar geográfico. Es una realidad cultural, histórica, moral, una comunidad de personas que no podrá construir un futuro prometedor si prescinde de su historia y de sus valores. El cristianismo ha contribuido en manera determinante a descubrir y consolidar en la cultura occidental valores fundamentales. La dignidad trascendente de la persona humana, los derechos humanos, el valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado de Derecho y la legítima laicidad del Estado, que distingue correctamente entre política y religión, son algunos ejemplos.
Negar la evidencia en nombre del laicismo y de la falsa tolerancia es negarle a Europa su identidad, es rechazar el pluralismo, los derechos humanos… de los que estamos tan orgullosos. La construcción de la sociedad de la Unión Europea exige una moral compartida, condición sin la cual deja de estar unida, quedando sólo trozos que quisieran ser estados “autónomos”, arruinando la armonía del gran mosaico. Es necesario que las leyes establezcan un sentido colectivo del cual derive una moralidad común que al mismo tiempo respete la autodeterminación de cada persona, es decir, su libertad.
El 3 de noviembre de 2009 la Corte Europea de Estrasburgo de los derechos humanos pronunció una sentencia –no vinculante- contra Italia, por tener crucifijos expuestos en las escuelas. Se puede hablar de un atentado contra la base cultural de Europa y de un pésimo ejemplo de tolerancia.
¿Por qué Europa –y dentro de ella Italia- no debería reflejar la herencia cristiana que la fundamenta? A los que niegan esta herencia van dirigidas estas palabras de Juan Pablo II: "la marginación de las religiones que han contribuido y siguen contribuyendo a la cultura y al humanismo de los que Europa se siente legítimamente orgullosa, me parece que es al mismo tiempo una injusticia y un error de perspectiva. Reconocer un hecho histórico innegable no significa en absoluto ignorar la exigencia moderna de una justa condición laica de los Estados y, por tanto, de Europa" (Discurso al Cuerpo diplomático, 10 de enero de 2002).
La Corte de Estrasburgo considera que la presencia del crucifijo en las escuelas constituye una violación “de los derechos que los padres tienen de educar a su hijos según sus propias convicciones” y “de la libertad de los alumnos”. Parece que Estrasburgo ignora la realidad italiana (también la europea) y su historia: la exposición del crucifijo en lugares públicos está armonizada con los principios del catolicismo, reconocidos como parte del patrimonio histórico del pueblo italiano y confirmados por el Concordado de 1984, que regula la relación Iglesia-Estado.
La identidad nacional y los orígenes espirituales, históricos y culturales no se deben separar. La realidad se admite, no se inventa. Europa –incluida la Corte de Estrasburgo- debe asumir el reto de la historia: ofrecer a otros continentes un modelo de cómo armonizar fe y razón, cultura y religión, cristianismo y pensamiento laico, comunidad eclesial y comunidad política y social. Recuerda, Europa, tú eres cristiana.
AMISTAD: Miguel Aranguren
Teresuca y Hervé
Miguel Aranguren miguelaranguren.com
Más de una vez he contado, en esta misma columna, que el mayor privilegio de ser escritor se resume en los amigos que a uno le van llegando, sin merecerlos, gracias al interés que despierta una novela, una conferencia, un artículo humilde de quinientas palabras.
El lector hace un pacto no del todo consciente con el texto al que se enfrenta, apropiándose de los desvelos de quien escribe, de las grandezas del alma de algunos de nuestros personajes, de la tesis con la que se sostiene cualquier reivindicación gracias a la comodidad de la letra impresa.
Mi carrera está jalonada de amigos más que de éxitos, y me doy por espléndidamente pagado. Aquí y allá sé que tengo abierta la casa de lectores que han descubierto en mí -¡qué vergüenza!- a alguien más que el autor de una más que modesta obra. Y entre todos ellos, quiero hablarles de Teresuca y Hervé, sin que haya mediado ningún tipo de permiso, con la seguridad de que la guitarra de colores del fantástico payaso se ruborizará porque no está acostumbrada a salir en los medios.
Teresuca y Hervé son mujer y marido, escritora y dibujante, clown y augusto, fotógrafa y cantante, filósofa y poeta, animadora cultural y viajero, presentadora de televisión y recitador. Todo eso y más cabe en el corazón de este matrimonio genial que se han venido a Madrid con lo puesto (que es mucho, un amor sin condiciones) y el propósito de hacer la vida un poco más feliz a quienes conocen.
Presumir de la amistad de un payaso es un lujo que no está al alcance de cualquiera. De niño soñaba formar parte de la trouppe de un circo y así se lo hice saber a Miliki en el carromato del Gran Circo Americano, cuando se detuvo en Bilbao. El descendiente de los legendarios Pompoff y Thedy rompió mi sueño cuando me dijo que los buenos payasos primero pasaban muchos años frente a los libros, estudiando en serio. Recuerdo que me bajé de las rodillas de Emilio Aragón con el corazón roto, pues acababa de verme en un remolque, entre chimpancés disfrazados de saltimbanquis, camino de Santander. Esta anécdota me la pide Gonzalo Altozano muchas veces, para reírse de mi gravedad adulta, supongo.
Así que ahora, que no soy payaso (qué oficio más serio), me jacto de que Hervé y Teresuca me alegran con sus correos electrónicos, con sus llamadas de teléfono, con sus detalles… El último, darle una sorpresa a mi mujer cuando yo me encontraba impartiendo una conferencia. Se presentaron en casa vestidos de época, con terciopelos, golas y plumas de marabú, acompañados por un violín y por un chelo. Uno a uno, desgranaron tres de los más bellos poemas de amor, esos versos que mi torpeza me impide siquiera balbucear. Y en la voz de un payaso de corazón de oro quiso mi esposa escuchar mi voz, con lo que mi reputación se encuentra por las nubes.
Miguel Aranguren miguelaranguren.com
Más de una vez he contado, en esta misma columna, que el mayor privilegio de ser escritor se resume en los amigos que a uno le van llegando, sin merecerlos, gracias al interés que despierta una novela, una conferencia, un artículo humilde de quinientas palabras.
El lector hace un pacto no del todo consciente con el texto al que se enfrenta, apropiándose de los desvelos de quien escribe, de las grandezas del alma de algunos de nuestros personajes, de la tesis con la que se sostiene cualquier reivindicación gracias a la comodidad de la letra impresa.
Mi carrera está jalonada de amigos más que de éxitos, y me doy por espléndidamente pagado. Aquí y allá sé que tengo abierta la casa de lectores que han descubierto en mí -¡qué vergüenza!- a alguien más que el autor de una más que modesta obra. Y entre todos ellos, quiero hablarles de Teresuca y Hervé, sin que haya mediado ningún tipo de permiso, con la seguridad de que la guitarra de colores del fantástico payaso se ruborizará porque no está acostumbrada a salir en los medios.
Teresuca y Hervé son mujer y marido, escritora y dibujante, clown y augusto, fotógrafa y cantante, filósofa y poeta, animadora cultural y viajero, presentadora de televisión y recitador. Todo eso y más cabe en el corazón de este matrimonio genial que se han venido a Madrid con lo puesto (que es mucho, un amor sin condiciones) y el propósito de hacer la vida un poco más feliz a quienes conocen.
Presumir de la amistad de un payaso es un lujo que no está al alcance de cualquiera. De niño soñaba formar parte de la trouppe de un circo y así se lo hice saber a Miliki en el carromato del Gran Circo Americano, cuando se detuvo en Bilbao. El descendiente de los legendarios Pompoff y Thedy rompió mi sueño cuando me dijo que los buenos payasos primero pasaban muchos años frente a los libros, estudiando en serio. Recuerdo que me bajé de las rodillas de Emilio Aragón con el corazón roto, pues acababa de verme en un remolque, entre chimpancés disfrazados de saltimbanquis, camino de Santander. Esta anécdota me la pide Gonzalo Altozano muchas veces, para reírse de mi gravedad adulta, supongo.
Así que ahora, que no soy payaso (qué oficio más serio), me jacto de que Hervé y Teresuca me alegran con sus correos electrónicos, con sus llamadas de teléfono, con sus detalles… El último, darle una sorpresa a mi mujer cuando yo me encontraba impartiendo una conferencia. Se presentaron en casa vestidos de época, con terciopelos, golas y plumas de marabú, acompañados por un violín y por un chelo. Uno a uno, desgranaron tres de los más bellos poemas de amor, esos versos que mi torpeza me impide siquiera balbucear. Y en la voz de un payaso de corazón de oro quiso mi esposa escuchar mi voz, con lo que mi reputación se encuentra por las nubes.
GENERACIÓN INTERACTIVA
Generación interactiva
Jaime Septién jaimeseptien.com
Con el título de “Generación Interactiva: Niños y Adolescentes frente a la Pantalla” se acaba de llevar a cabo un foro en España, justamente para analizar las tendencias, los hábitos, los gustos y los disgustos de la primera generación del siglo XXI, nacida bajo el signo de la conectividad y bajo la tutela de la superficie pulida del televisor o de la computadora.
Muchos datos y muchas estadísticas se desprenden de la actual relación entre niños y adolescentes con la pantalla de acuerdo con un estudio previo al foro, elaborado por la Universidad de Navarra. El primero de ellos es que cada vez más este sector de la población abandona la televisión para sustituirla por la computadora, especialmente, para sustituirla por la navegación en Internet. Hay un “gancho” que fundamenta la migración: 40 por ciento de los adolescentes genera contenidos que “cuelga” en Internet, generalmente a través de un blog, mientras que ninguno tiene la menor injerencia en lo que se le presenta en el televisor.
Es decir, los niños y los adolescentes de este siglo se están convirtiendo en productores de contenidos, lejanos muy lejanos a los meros consumidores que fuimos nosotros. También es cierto que existe una libertad casi irrestricta por parte de los padres y una ausencia de la autoridad pública en la red de redes: 61 por ciento de los niños y adolescentes españoles (pronto será el mismo porcentaje en los mexicanos) de entre 6 y 9 años navegan en solitario por Internet, mientras que 85.5 por ciento de los adolescentes también navegan en solitario. ¿Qué se encuentran? Indudablemente, un montón de tonterías. Pero si se les guía con rectitud en la casa y en la escuela, podrán avanzar mucho más rápido en el conocimiento de lo que, de ordinario, avanzábamos antes.
Internet ya supera en España las preferencias de los niños y de los adolescentes frente a la pantalla del televisor o del teléfono celular. Cerca de 71 por ciento de los niños y 88 por ciento de los adolescentes son usuarios seguros y continuos de Internet, mientras que la televisión va a la baja en cuanto horario y frecuencia de uso de niños y jóvenes. El éxito en cuanto a número de niños y jóvenes de Internet se lo llevan las llamadas redes sociales: 7 de cada diez menores son, hoy por hoy, usuarios de Twitter, Facebook, MySpace…
Los resultados del estudio presentan a una generación autónoma y autodidacta, multitarea, creativa y precoz en el uso de las nuevas tecnologías, que aprovecha al máximo las pantallas para comunicarse, conocer, compartir, divertirse y, en menor medida, consumir, y que vive en “ciberhogares” (hogares equipados y conectados), indicó Xavier Bringué, uno de los autores del estudio junto con Charo Sádaba, ambos de la Universidad de Navarra.
O sea, una generación diametralmente opuesta al mundo que estamos diseñando (o que estamos destruyendo) el día de hoy. Si alguna vez la brecha generacional fue grande, con la irrupción de la generación interactiva, la zanja será enorme. ¿Sus consecuencias? Imposibles de prevenir. Estamos entrando a tientas en un mundo que apenas si alcanzamos a vislumbrar.
Jaime Septién jaimeseptien.com
Con el título de “Generación Interactiva: Niños y Adolescentes frente a la Pantalla” se acaba de llevar a cabo un foro en España, justamente para analizar las tendencias, los hábitos, los gustos y los disgustos de la primera generación del siglo XXI, nacida bajo el signo de la conectividad y bajo la tutela de la superficie pulida del televisor o de la computadora.
Muchos datos y muchas estadísticas se desprenden de la actual relación entre niños y adolescentes con la pantalla de acuerdo con un estudio previo al foro, elaborado por la Universidad de Navarra. El primero de ellos es que cada vez más este sector de la población abandona la televisión para sustituirla por la computadora, especialmente, para sustituirla por la navegación en Internet. Hay un “gancho” que fundamenta la migración: 40 por ciento de los adolescentes genera contenidos que “cuelga” en Internet, generalmente a través de un blog, mientras que ninguno tiene la menor injerencia en lo que se le presenta en el televisor.
Es decir, los niños y los adolescentes de este siglo se están convirtiendo en productores de contenidos, lejanos muy lejanos a los meros consumidores que fuimos nosotros. También es cierto que existe una libertad casi irrestricta por parte de los padres y una ausencia de la autoridad pública en la red de redes: 61 por ciento de los niños y adolescentes españoles (pronto será el mismo porcentaje en los mexicanos) de entre 6 y 9 años navegan en solitario por Internet, mientras que 85.5 por ciento de los adolescentes también navegan en solitario. ¿Qué se encuentran? Indudablemente, un montón de tonterías. Pero si se les guía con rectitud en la casa y en la escuela, podrán avanzar mucho más rápido en el conocimiento de lo que, de ordinario, avanzábamos antes.
Internet ya supera en España las preferencias de los niños y de los adolescentes frente a la pantalla del televisor o del teléfono celular. Cerca de 71 por ciento de los niños y 88 por ciento de los adolescentes son usuarios seguros y continuos de Internet, mientras que la televisión va a la baja en cuanto horario y frecuencia de uso de niños y jóvenes. El éxito en cuanto a número de niños y jóvenes de Internet se lo llevan las llamadas redes sociales: 7 de cada diez menores son, hoy por hoy, usuarios de Twitter, Facebook, MySpace…
Los resultados del estudio presentan a una generación autónoma y autodidacta, multitarea, creativa y precoz en el uso de las nuevas tecnologías, que aprovecha al máximo las pantallas para comunicarse, conocer, compartir, divertirse y, en menor medida, consumir, y que vive en “ciberhogares” (hogares equipados y conectados), indicó Xavier Bringué, uno de los autores del estudio junto con Charo Sádaba, ambos de la Universidad de Navarra.
O sea, una generación diametralmente opuesta al mundo que estamos diseñando (o que estamos destruyendo) el día de hoy. Si alguna vez la brecha generacional fue grande, con la irrupción de la generación interactiva, la zanja será enorme. ¿Sus consecuencias? Imposibles de prevenir. Estamos entrando a tientas en un mundo que apenas si alcanzamos a vislumbrar.
CONTAR HASTA DOS
Contar hasta dos
Íñigo Alfaro ialfaro@legionaries.org
“1,2,3,4,5,6… acaba de morir un niño”. Este es el slogan que el Dr. Jacques Diouf utilizó en la última Cumbre de Seguridad Alimentaria, para tratar de sensibilizar al mundo sobre el drama del hambre.
Creo que debemos suponer que el Sr. Diouf, desconoce o, más bien, desaprueba las prácticas de la ONU respecto a los niños no nacidos de países subdesarrollados. Lo contrario sería muy cínico.
Es cierto que el hambre es un mal que lleva siglos lacerando a la humanidad y una de las injusticias más flagrantes. Además, al tratarlo es fácil caer en tópicos injustos y tendenciosos. Es tan fácil echarle la culpa a la opulencia de los países desarrollados como a la ineptitud y corrupción de muchos de los gobiernos de los países que sufren el hambre. Son maneras de culpar a otros, y –por una vez- no mirarnos el ombligo. Es evidente que la solución para que todo el mundo llegue a tener algo que comer pasa por la movilización eficaz de los gobiernos, pero también por cada uno de nosotros. La tierra tiene recursos de sobra para satisfacer las necesidades de todos, pero no tiene lo suficiente para saciar los deseos y caprichos, ni siquiera, de unos pocos. Que el bienestar llegue a todos, pasa por que los países desarrollados –sus habitantes- nos apretemos un poco el cinturón.
Pero lo que resulta sorprendente, es que la ONU –la mayor promotora del asesinato infantil-, ponga a los niños como pancarta para luchar contra el hambre. En el mundo, al parecer, cada seis segundos muere un niño de hambre. Es mucho, muchísimo, aunque sólo fuese uno. Pero por culpa del aborto muere un niño, no cada seis segundos, sino cada 1´8, más del triple y la institución número uno en promoción y financiación del aborto, a lo largo y ancho de todo el planeta no es otra que la ONU.
Así visto, no creo que sea aventurado calificar actitud de la ONU como cínica y engañosa. Por un lado, algunos de sus representantes se desgañitan en los foros internacionales para recordarnos cada cuanto muere un niño de hambre. Por otro lado, destinan torrentes de dólares para la promoción del aborto y la cultura de la muerte.
En realidad, si fuese por la ONU, esos niños que mueren de hambre, ni siquiera deberían haber llegado a nacer. Prueba de ello es que una de las principales metas de la UNFPA (fondo de población de la ONU), que cuenta con una financiación anual de más de 750 millones de dólares, sea la reducción de la natalidad en los países en vías de desarrollo, es decir: el aborto y sus lacras primas hermanas (esterilización, promoción y distribución indiscriminada de anticonceptivos…). Otro organismo de la ONU, el PMA (Programa Mundial de Alimentos), aseguró por medio de su portavoz, que con 5200 millones de papeles verdes arreglarían el problema del hambre. El presupuesto de la UNFPA, aunque no llega a tanto, sería un buen inicio (más del 10%). Lástima que lo utilicen para matar.
Es difícil saber cuántos millones de abortos –de los 55.000.000 que se realizan cada año, según algunas fuentes- son fruto específico de ese dinero y de esa institución o de otras, pero es fácil darse cuenta de que la ONU ocupa el primer lugar en el ranking. ¿Puede acaso su bandera representar a los niños que no tienen que comer?
1, 1´8… ¡acaba de morir un niño! Un niño que a la vuelta de unos años podría haber hecho producir un campo, inventado una técnica revolucionaria de cultivo, hecho posible la fusión nuclear, encontrado una técnica barata para desalinizar el agua, hallado una fórmula razonable de comercio justo, en definitiva un niño que podría haber contribuido con su ingenio y dones a construir un mundo más justo, con menos hambre. Si hay algo que la historia ha demostrado, es que el es ingenio del hombre el que es capaz de hacerle superar los retos que ha encontrado. El aborto, es un drama, una máquina segadora de vidas, una silenciadora prematura de inteligencias llenas de soluciones, de esperanzas.
Una cultura que prefiera el aborto de un niño antes que luchar por su desarrollo, difícilmente se preocupará de los niños que se mueren de hambre, o lo hará solo en la medida en que le resulten incómodos los datos e imágenes que el hambre produce. Una organización que prefiera gastar 750 millones de dólares en “seguridad reproductiva” en vez de en alimentación sólo puede preocuparse por el hambre en el mundo cuando quiera lavar su imagen.
La solución del hambre en el mundo depende, en parte, de que los potentados de la tierra se pongan de acuerdo, es verdad, pero depende sobre todo de que cada uno de nosotros, de que estemos dispuestos a aceptar toda vida humana, empezando por el no nacido y pasando, por supuesto, por el que no tiene nada que comer. La cultura de la vida es la única que puede hacer florecer la solidaridad y los campos, la cultura de la muerte –la de la ONU- solo puede marchitar nuestro mundo. Mientras no entendamos esto, no podremos llegar a contar ni hasta dos.
Íñigo Alfaro ialfaro@legionaries.org
“1,2,3,4,5,6… acaba de morir un niño”. Este es el slogan que el Dr. Jacques Diouf utilizó en la última Cumbre de Seguridad Alimentaria, para tratar de sensibilizar al mundo sobre el drama del hambre.
Creo que debemos suponer que el Sr. Diouf, desconoce o, más bien, desaprueba las prácticas de la ONU respecto a los niños no nacidos de países subdesarrollados. Lo contrario sería muy cínico.
Es cierto que el hambre es un mal que lleva siglos lacerando a la humanidad y una de las injusticias más flagrantes. Además, al tratarlo es fácil caer en tópicos injustos y tendenciosos. Es tan fácil echarle la culpa a la opulencia de los países desarrollados como a la ineptitud y corrupción de muchos de los gobiernos de los países que sufren el hambre. Son maneras de culpar a otros, y –por una vez- no mirarnos el ombligo. Es evidente que la solución para que todo el mundo llegue a tener algo que comer pasa por la movilización eficaz de los gobiernos, pero también por cada uno de nosotros. La tierra tiene recursos de sobra para satisfacer las necesidades de todos, pero no tiene lo suficiente para saciar los deseos y caprichos, ni siquiera, de unos pocos. Que el bienestar llegue a todos, pasa por que los países desarrollados –sus habitantes- nos apretemos un poco el cinturón.
Pero lo que resulta sorprendente, es que la ONU –la mayor promotora del asesinato infantil-, ponga a los niños como pancarta para luchar contra el hambre. En el mundo, al parecer, cada seis segundos muere un niño de hambre. Es mucho, muchísimo, aunque sólo fuese uno. Pero por culpa del aborto muere un niño, no cada seis segundos, sino cada 1´8, más del triple y la institución número uno en promoción y financiación del aborto, a lo largo y ancho de todo el planeta no es otra que la ONU.
Así visto, no creo que sea aventurado calificar actitud de la ONU como cínica y engañosa. Por un lado, algunos de sus representantes se desgañitan en los foros internacionales para recordarnos cada cuanto muere un niño de hambre. Por otro lado, destinan torrentes de dólares para la promoción del aborto y la cultura de la muerte.
En realidad, si fuese por la ONU, esos niños que mueren de hambre, ni siquiera deberían haber llegado a nacer. Prueba de ello es que una de las principales metas de la UNFPA (fondo de población de la ONU), que cuenta con una financiación anual de más de 750 millones de dólares, sea la reducción de la natalidad en los países en vías de desarrollo, es decir: el aborto y sus lacras primas hermanas (esterilización, promoción y distribución indiscriminada de anticonceptivos…). Otro organismo de la ONU, el PMA (Programa Mundial de Alimentos), aseguró por medio de su portavoz, que con 5200 millones de papeles verdes arreglarían el problema del hambre. El presupuesto de la UNFPA, aunque no llega a tanto, sería un buen inicio (más del 10%). Lástima que lo utilicen para matar.
Es difícil saber cuántos millones de abortos –de los 55.000.000 que se realizan cada año, según algunas fuentes- son fruto específico de ese dinero y de esa institución o de otras, pero es fácil darse cuenta de que la ONU ocupa el primer lugar en el ranking. ¿Puede acaso su bandera representar a los niños que no tienen que comer?
1, 1´8… ¡acaba de morir un niño! Un niño que a la vuelta de unos años podría haber hecho producir un campo, inventado una técnica revolucionaria de cultivo, hecho posible la fusión nuclear, encontrado una técnica barata para desalinizar el agua, hallado una fórmula razonable de comercio justo, en definitiva un niño que podría haber contribuido con su ingenio y dones a construir un mundo más justo, con menos hambre. Si hay algo que la historia ha demostrado, es que el es ingenio del hombre el que es capaz de hacerle superar los retos que ha encontrado. El aborto, es un drama, una máquina segadora de vidas, una silenciadora prematura de inteligencias llenas de soluciones, de esperanzas.
Una cultura que prefiera el aborto de un niño antes que luchar por su desarrollo, difícilmente se preocupará de los niños que se mueren de hambre, o lo hará solo en la medida en que le resulten incómodos los datos e imágenes que el hambre produce. Una organización que prefiera gastar 750 millones de dólares en “seguridad reproductiva” en vez de en alimentación sólo puede preocuparse por el hambre en el mundo cuando quiera lavar su imagen.
La solución del hambre en el mundo depende, en parte, de que los potentados de la tierra se pongan de acuerdo, es verdad, pero depende sobre todo de que cada uno de nosotros, de que estemos dispuestos a aceptar toda vida humana, empezando por el no nacido y pasando, por supuesto, por el que no tiene nada que comer. La cultura de la vida es la única que puede hacer florecer la solidaridad y los campos, la cultura de la muerte –la de la ONU- solo puede marchitar nuestro mundo. Mientras no entendamos esto, no podremos llegar a contar ni hasta dos.
RELATIVISMO, VERDAD Y FE
Relativismo, verdad y fe
Ángel Rodríguez Luño De la Pontificia Università della Santa Croce
1. La fe cristiana ante el desafío del relativismo
Las presentes reflexiones toman como punto de partida algunas enseñanzas de Benedicto XVI, aunque no pretenden hacer una exposición completa de su pensamiento [1].
En diversas ocasiones y con diversas palabras, Benedicto XVI ha manifestado su convicción de que el relativismo se ha convertido en el problema central que la fe cristiana tiene que afrontar en nuestros días [2].
Algunos medios de comunicación han interpretado esas palabras como referidas casi exclusivamente al campo de la moral, como si respondiesen a la voluntad de calificar del modo más duro posible a todos los que no aceptan algún punto concreto de la enseñanza moral de la Iglesia Católica. Esta interpretación no corresponde al pensamiento ni a los escritos de Benedicto XVI. Él alude a un problema mucho más hondo y general, que se manifiesta primariamente en el ámbito filosófico y religioso, y que se refiere a la actitud intencional profunda que la conciencia contemporánea —creyente y no creyente— asume fácilmente con relación a la verdad.
La referencia a la actitud profunda de la conciencia ante la verdad distingue el relativismo del error. El error es compatible con una adecuada actitud de la conciencia personal con relación a la verdad. Quien afirmase, por ejemplo, que la Iglesia no fue fundada por Jesucristo, lo afirma porque piensa (equivocadamente) que ésa es la verdad, y que la tesis opuesta es falsa.
Quien hace una afirmación de este tipo piensa que es posible alcanzar la verdad. Los que la alcanzan —y en la medida en que la alcanzan— tienen razón, y los que sostienen la afirmación contradictoria se equivocan.
La filosofía relativista dice, en cambio, que hay que resignarse al hecho de que las realidades divinas y las que se refieren al sentido de la vida humana, personal y social, son sustancialmente inaccesibles, y que no existe una única vía para acercarse a ellas. Cada época, cada cultura y cada religión ha utilizado diversos conceptos, imágenes, símbolos, metáforas, visiones, etc. para expresarlas. Estas formas culturales pueden oponerse entre sí, pero con relación a los objetos a los que se refieren tendrían todas igual valor. Serían diversos modos, cultural e históricamente limitados, de aludir de modo muy imperfecto a unas realidades que no se pueden conocer. En definitiva, ninguno de los sistemas conceptuales o religiosos tendría bajo algún aspecto un valor absoluto de verdad. Todos serían relativos al momento histórico y al contexto cultural, de ahí su diversidad e incluso oposición. Pero dentro de esa relatividad, todos serían igualmente válidos, en cuanto vías diversas y complementarias para acercarse a una misma realidad que sustancialmente permanece oculta.
En un libro publicado antes de su elección como Romano Pontífice, Benedicto XVI se refería a una parábola budista [3]. Un rey del norte de la India reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante. A unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: "esto es un elefante". Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las orejas, o las patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el rey preguntó a los ciegos qué es un elefante, y cada uno dio explicaciones diversas según la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos comenzaron a discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey deseaba.
Este cuento es particularmente útil para ilustrar la idea relativista de la condición humana. Los hombres seríamos ciegos que corremos el peligro de absolutizar un conocimiento parcial e inadecuado, inconscientes de nuestra intrínseca limitación (motivación teórica del relativismo).
Cuando caemos en esa tentación, adoptamos un comportamiento violento e irrespetuoso, incompatible con la dignidad humana (motivación ética del relativismo). Lo lógico sería que aceptásemos la relatividad de nuestras ideas, no sólo porque eso corresponde a la índole de nuestro pobre conocimiento, sino también en virtud del imperativo ético de la tolerancia, del diálogo y del respeto recíproco. La filosofía relativista se presenta a sí misma como el presupuesto necesario de la democracia, del respeto y de la convivencia. Pero esa filosofía no parece darse cuenta de que el relativismo hace posible la burla y el abuso de quien tiene el poder en su mano: en el cuento, el rey que quiere divertirse a costa de los pobres ciegos; en la sociedad actual, quienes promueven sus propios intereses económicos, ideológicos, de poder político, etc. a costa de los demás, mediante el manejo hábil y sin escrúpulos de la opinión pública y de los demás resortes del poder.
¿Qué tiene que ver todo esto con la fe cristiana? Mucho. Porque es esencial al Cristianismo el autopresentarse como religio vera, como religión verdadera [4]. La fe cristiana se mueve en el plano de la verdad, y ese plano es su espacio vital mínimo. La religión cristiana no es un mito, ni un conjunto de ritos útiles para la vida social y política, ni un principio inspirador de buenos sentimientos privados, ni una agencia ética de cooperación internacional. La fe cristiana ante todo nos comunica la verdad acerca de Dios, aunque no exhaustivamente, y la verdad acerca del hombre y del sentido de su vida [5].
La fe cristiana es incompatible con la lógica del "como si". No se reduce a decirnos que hemos de comportarnos "como si" Dios nos hubiese creado y, por consiguiente, "como si" todos los hombres fuésemos hermanos, sino que afirma, con pretensión veritativa, que Dios ha creado el cielo y la tierra y que todos somos igualmente hijos de Dios. Nos dice además que Cristo es la revelación plena y definitiva de Dios, «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» [6], único mediador entre Dios y los hombres [7], y por lo tanto no puede admitir que Cristo sea solamente el rostro con que Dios se presenta a los europeos [8].
Quizá conviene repetir que la convivencia y el diálogo sereno con los que no tiene fe o con los que sostienen otras doctrinas no se opone al Cristianismo; más bien es verdad todo lo contrario. Lo que es incompatible con la fe cristiana es la idea de que el Cristianismo, las demás religiones monoteístas o no monoteístas, las místicas orientales monistas, el ateísmo, etc. son igualmente verdaderos, porque son diversos modos cultural e históricamente limitados de referirse a una misma realidad que ni unos ni otros en el fondo conocen. Es decir, la fe cristiana se disuelve si en el plano teórico se evade la perspectiva de la verdad, según la cual quienes afirman y niegan lo mismo no pueden tener igualmente razón, ni pueden ser considerados como representantes de visiones complementarias de una misma realidad.
2. El relativismo religioso
La fuerza del Cristianismo, y el poder para configurar y sanar la vida personal y colectiva que ha demostrado a lo largo de la historia, consiste en que implica una estrecha síntesis entre fe, razón y vida [9], en cuanto la fe religiosa muestra a la conciencia personal que la razón verdadera es el amor y que el amor es la razón verdadera [10]. Esa síntesis se rompe si la razón que en ella debería entrar es relativista. Por ello dijimos al inicio que el relativismo se ha convertido en el problema central que la evangelización tiene que afrontar en nuestros días. El relativismo es tan problemático porque, aunque no llega a ser una mutación epocal de la condición y de la inteligencia humana, sí comporta un desorden generalizado de la intencionalidad profunda de la conciencia respecto de la verdad, que tiene manifestaciones en todos los ámbitos de la vida.
En primer lugar existe hoy una interpretación relativista de la religión. Es lo que actualmente se conoce como "teología del pluralismo religioso". Esta teoría teológica afirma que el pluralismo de las religiones no es sólo una realidad de hecho, sino una realidad de derecho. Dios querría positivamente las religiones no cristianas como diversos caminos a través de los cuales los hombres se unen a Él y reciben la salvación, independientemente de Cristo. Cristo a lo más tiene una posición de particular importancia, pero es sólo uno de los caminos posibles, y desde luego ni exclusivo ni inclusivo de los demás. Todas las religiones serían vías parciales, todas podrían aprender de las demás algo de la verdad sobre Dios, en todas habría una verdadera revelación divina.
Esa posición descansa sobre el presupuesto de la esencial relatividad histórica y cultural de la acción salvífica de Dios en Jesucristo. La acción salvífica universal de la divinidad se realizaría a través de diversas formas limitadas, según la diversidad de pueblos y culturas, sin identificarse plenamente con ninguna de ellas. La verdad absoluta de Dios no podría tener una expresión adecuada y suficiente en la historia y en el lenguaje humano, siempre limitado y relativo. Las acciones y las palabras de Cristo estarían sometidas a esa relatividad, poco más o menos como las acciones y palabras de las otras grandes figuras religiosas de la humanidad. La figura de Cristo no tendría un valor absoluto y universal. Nada de lo que aparece en la historia podría tener ese valor [11]. No nos detenemos ahora en explicar los diversos modos en que se ha pretendido justificar esta concepción [12].
De estas complejas teorías se ocupó la encíclica Redemptoris Missio [13] de Juan Pablo II y la declaraciónDominus Iesus [14]. Es fácil darse cuenta de que tales teorías teológicas disuelven la cristología y relativizan la revelación llevada a cabo por Cristo, que sería limitada, incompleta e imperfecta [15], y que dejaría un espacio libre para otras revelaciones independientes y autónomas [16]. Para los que sostienen estas teorías es determinante el imperativo ético del diálogo con los representantes de las grandes religiones asiáticas, que no sería posible si no se aceptase, como punto de partida, que esas religiones tienen un valor salvífico autónomo, no derivado y no dirigido a Cristo. También en este caso el relativismo teórico (dogmático) obedece en buena parte a una motivación de orden práctico (el imperativo del diálogo). Estamos, pues, ante otra versión del conocido tema kantiano de la primacía de la razón práctica sobre la razón teórica.
Se hace necesario aclarar que lo que acabamos de decir en nada prejuzga la salvación de los que no tienen la fe cristiana. Lo único que se dice es que también los no cristianos que viven con rectitud según su conciencia se salvan por Cristo y en Cristo, aunque en esta tierra no le hayan conocido. Cristo es el Redentor y el Salvador universal del género humano. Él es la salvación de todos los que se salvan.
3. El relativismo ético-social
Pasamos a ocuparnos del relativismo ético-social. Esta expresión significa no sólo que el relativismo actual tiene muchas y evidentes manifestaciones en al ámbito ético-social, sino también — y principalmente — que se presenta como si estuviese justificado por razones ético-sociales. Esto explica tanto la facilidad con que se difunde cuanto la escasa eficacia que tienen ciertos intentos de combatirlo.
Veamos cómo formula Habermas esa justificación ético-social. En la sociedad actual encontramos un pluralismo de proyectos de vida y de concepciones del bien humano. Este hecho nos plantea la siguiente alternativa: o se renuncia a la pretensión clásica de pronunciar juicios de valor sobre las diversas formas de vida que la experiencia nos ofrece; o bien se ha de renunciar a defender el ideal de la tolerancia, para el cual cada concepción de la vida vale tanto como cualquier otra o, por lo menos, tiene el mismo derecho a existir [17].
La misma idea la expresa de modo más sintético un conocido jurista argentino: «Si la existencia de razones para modos de vida no fuese utilizada para justificar el empleo de la coacción, la tolerancia sería compatible con los compromisos más profundos» [18]. La fuerza de este tipo de razonamientos consiste en que históricamente ha sucedido muchas veces que los hombres hemos sacrificado violentamente la libertad sobre el altar de la verdad. Por eso, con un poco de habilidad dialéctica no es difícil hacer pasar por defensa de la libertad actitudes y concepciones que en realidad caen en el extremo opuesto de sacrificar violentamente la verdad sobre el altar de la libertad.
Esto se ve claramente en el modo en que la mentalidad relativista ataca a sus adversarios. A quien afirma, por ejemplo, que la heterosexualidad pertenece a la esencia del matrimonio, no se le dice que esa tesis es falsa, sino que se le acusa de fundamentalismo religioso, de intolerancia o de espíritu antimoderno. Menos aún se le dirá que la tesis contraria es verdadera, es decir, no se intentará demostrar que la heterosexualidad nada tiene que ver con el matrimonio. Lo característico de la mentalidad relativista es pensar que esta tesis es una de las tesis que hay en la sociedad, junto con su contraria y quizá con otras más, y que en definitiva todas tienen igual valor y el mismo derecho a ser socialmente reconocidas. A nadie se obliga a casarse con una persona del mismo sexo, pero quien quiera hacerlo debe poder hacerlo. Es el mismo razonamiento con el que se justifica la legalización del aborto y de otros atentados contra la vida de seres humanos que, por el estado en que se encuentran, no pueden reivindicar activamente sus derechos y cuya colaboración no nos es necesaria. A nadie se le obliga a abortar, pero quien piense que debe hacerlo, debe poder hacerlo.
Se puede criticar a la mentalidad relativista de muchas formas, según las circunstancias. Pero lo que nunca se debe hacer es reforzar, con las propias palabras o actitudes, lo que en esa mentalidad es más persuasivo. Es decir: quien ataca el relativismo no puede dar la impresión de que está dispuesto a sacrificar la libertad sobre el altar de la verdad. Más bien se debe demostrar que se es muy sensible al hecho, de suyo bastante claro, que el paso desde la perspectiva teórica a la perspectiva ético-política ha de hacerse con mucho cuidado. Una cosa es que sea inadmisible que los que afirman y niegan lo mismo tengan igualmente razón, otra cosa sería decir que sólo los que piensan de un determinado modo pueden disfrutar de todos los derechos civiles de libertad en el ámbito el Estado.
Se debe evitar toda confusión entre el plano teórico y el plano ético-político: una cosa es la relación de la conciencia con la verdad, y otra bien distinta es la justicia con las personas. Siguiendo esta lógica se podrá mostrar después, de modo creíble, que de una afirmación que pretende decir cómo son las cosas, es decir, de una tesis especulativa, sólo cabe decir que es verdadera o que es falsa. Las tesis especulativas no son ni fuertes ni débiles, ni privadas ni públicas, ni frías ni calientes, ni violentas ni pacíficas, ni autoritarias ni democráticas, ni progresistas ni conservadoras, ni buenas ni malas. Son simplemente verdaderas o falsas. ¿Qué pensaríamos de quien al exponer una demostración matemática o una explicación médica, empezase a decir que esos conocimientos científicos tienen sólo una validez privada, o que constituyen una teoría muy democrática? Si hay completa certeza de que un fármaco permite detener un tumor, se trata de una verdad médica, a secas, y no hay nada más que añadir. En cambio a una forma de concebir los derechos civiles o la estructura del Estado sí cabe calificarla de autoritaria o democrática, de justa o injusta, de conservadora o reformista. A la vez hay que recordar que existen realidades, como el matrimonio, que son a la vez objeto de un conocimiento verdadero y de una regulación práctica según justicia. En caso de conflicto, hay que encontrar el modo de salvar tanto la verdad cuanto la justicia con las personas, para lo cual se ha de tener muy en cuenta — entre otras cosas — el aspecto "expresivo" o educativo de las leyes civiles [19].
En el Discurso del 22 de diciembre de 2005, Benedicto XVI ha distinguido con mucha nitidez la relación de la conciencia con la verdad de las relaciones de justicia entre las personas. Transcribo un párrafo muy significativo: «Si la libertad de religión es considerada como expresión de la incapacidad del hombre para encontrar la verdad, y por tanto se convierte en canonización del relativismo, entonces se eleva impropiamente tal libertad del plano de la necesidad social e histórica al nivel metafísico y se le priva de su auténtico sentido. La consecuencia es que no puede ser aceptada por quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado por ese conocimiento, en virtud de la dignidad interior de la libertad. Algo completamente diferente es considerar la libertad de religión como una necesidad que deriva de la convivencia humana; más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad, que no puede ser impuesta desde el exterior, sino que tiene que ser asumida por el hombre sólo mediante el proceso de la convicción. El Concilio Vaticano II, al reconocer y asumir con el Decreto sobre la libertad religiosa un principio esencial del Estado moderno, retomó el patrimonio más profundo de la Iglesia» [20].
Benedicto XVI da muestras de un fino discernimiento cuando reconoce que en el Concilio Vaticano II la Iglesia hizo suyo un principio ético-político del Estado moderno, y que lo hizo recuperando algo que pertenecía a la tradición católica. Su posición está llena de matices. Y así aclara que «quien esperaba que con este "sí" fundamental a la edad moderna iban a desaparecer todas las tensiones y que esa "apertura al mundo" transformase todo en armonía pura, había minimizado las tensiones interiores y las contradicciones de la misma edad moderna; había infravalorado la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que es una amenaza para el camino del hombre en todos los períodos de la historia».
Y si afirma que «no podía ser la intención del Concilio abolir esta contradicción del Evangelio en relación a los peligros y errores del hombre» [21], dice también que es un bien hacer todo lo posible por evitar «las contradicciones erróneas o superfluas con el fin de presentar a este mundo nuestro las exigencias del Evangelio con toda su grandeza y pureza» [22]. Y señalando el fondo del problema, añade que «el paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de manera bastante imprecisa se ha presentado como "apertura al mundo", pertenece en definitiva al problema perenne de la relación entre fe y razón, que se muestra siempre con formas nuevas» [23].
El razonamiento de Benedicto XVI muestra un modo de hacer frente de modo justo y matizado a una posición tremendamente insidiosa como es el relativismo ético-social.
4. Los problemas antropológicos del relativismo
Hemos dicho que el relativismo en el campo ético-social se apoya en una motivación de orden práctico: quiere permitir hacer algo a quien lo desea, sin hacer daño a los demás, y esto sería una ampliación de la libertad. Pero el valor de esa motivación es sólo aparente. La mentalidad relativista comporta un profundo desorden antropológico, que tiene costes personales y sociales muy altos. La naturaleza de este desorden antropológico es bastante compleja y altamente problemática. Aquí voy a mencionar sólo dos problemas.
El primero es que la mentalidad relativista está unida a una excesiva acentuación de la dimensión técnica de la inteligencia humana, y de los impulsos ligados a la expansión del yo con los que esa dimensión de la inteligencia está relacionada, lo que lleva consigo la depresión de la dimensión sapiencial de la inteligencia y, por consiguiente, de las tendencias transitivas y trascendentes de la persona, con las que esta segunda dimensión de la inteligencia está emparentada.
Lo que aquí se llama dimensión técnica de la inteligencia humana, y que otros autores llaman con otros nombres [24], es la evidente y necesaria actividad de la inteligencia que nos permite orientarnos en el medio ambiente, garantizando la subsistencia y la satisfacción de las necesidades básicas. Acuña conceptos, capta relaciones, conoce el orden de las cosas, etc. con la finalidad de dominar y explotar la naturaleza, fabricar los instrumentos y obtener los recursos que necesitamos. Gracias a esta función de la inteligencia las cosas y las fuerzas de la naturaleza se hacen objetos dominables y manipulables para nuestro provecho. Desde este punto de vista conocer es poder: poder dominar, poder manipular, poder vivir mejor.
La función sapiencial de la inteligencia mira, en cambio, a entender el significado del mundo y el sentido de la vida humana. Acuña conceptos no con la finalidad de dominar, sino de alcanzar las verdades y las concepciones del mundo que puedan dar respuesta cumplida a la pregunta por el sentido de nuestra existencia, respuesta que a la larga nos resulta tan necesaria como el pan y el agua.
La sistemática huida o evasión del plano de la verdad, que hemos llamado mentalidad relativista, comporta un desequilibrio de estas dos funciones de la inteligencia, y de las tendencias que les están ligadas. El predominio de la función técnica significa el predominio a nivel personal y cultural de los impulsos hacia los valores vitales (el placer, el bienestar, la ausencia de sacrificio y de esfuerzo), a través de los cuales se afirma y se expande el yo individual. La depresión de la función sapiencial de la inteligencia comporta la inhibición de las tendencias transitivas, es decir, de las tendencias sociales y altruistas, y sobre todo un empequeñecimiento de la capacidad de autotrascendencia, por lo que la persona queda encerrada en los límites del individualismo egoísta. En términos más sencillos: el afán ansioso de tener, de triunfar, de subir, de descansar y divertirse, de llevar una vida fácil y placentera, prevalece con mucho sobre el deseo de saber, de reflexionar, de dar un sentido a lo que se hace, de ayudar a los demás con el propio trabajo, de trascender el reducido ámbito de nuestros intereses vitales inmediatos. Queda casi bloqueada la trascendencia horizontal (hacia los demás y hacia la colectividad) y también la vertical (hacia los valores ideales absolutos, hacia Dios).
El segundo problema está estrechamente vinculado con el primero. La falta de sensibilidad hacia la verdad y hacia las cuestiones relativas al sentido del vivir lleva consigo la deformación, cuando no la corrupción, de la idea y de la experiencia de la libertad; de la propia libertad en primer lugar. No puede extrañar que la consolidación social y legal de los modos de vida congruentes con el desorden antropológico del que estamos hablando se fundamenten siempre invocando la libertad, realidad ciertamente sacrosanta, pero que hay que entender en su verdaderos sentido. Se invoca la libertad como libertad de abortar, libertad de ignorar, libertad de no saber hablar más que con palabras soeces, libertad de no deber dar razón de las propias posiciones, libertad de molestar y, ante todo y sobre todo, libertad de imponer a los demás una filosofía relativista que todos tendríamos que aplaudir como filosofía de la libertad. Quien le niega el aplauso será sometido a un proceso de linchamiento social y cultural muy difícil de aguantar. Pienso que estas consideraciones pueden ayudar a entender en qué sentido Benedicto XVI ha hablado de "dictadura del relativismo".
Todo esto también tiene mucho que ver, negativamente, con la fe cristiana. Quien piensa que existe una verdad, y que esa verdad se puede alcanzar con certeza aun en medio de muchas dificultades, quien piensa que no todo puede ser de otra manera, es decir, quien piensa que nuestra capacidad de modelar culturalmente el amor, el matrimonio, la generación, la ordenación de la convivencia en el Estado, etc. tiene límites que no se pueden superar, piensa, en definitiva, que existe una inteligencia más alta que la humana. Es la inteligencia del Creador, que determina lo que las cosas son y los límites de nuestro poder de transformarlas. El relativista piensa lo contrario. El relativismo parece un agnosticismo. Quien pueda pensarlo coherentemente hasta el final lo verá mucho más afín al ateísmo práctico. No me parece compatible la convicción de que Dios ha creado al hombre y a la mujer, con la idea de que puede existir un matrimonio entre personas del mismo sexo. Esto sólo sería posible si el matrimonio fuese simplemente una creación cultural: nosotros lo estructuramos hace siglos de un modo, y ahora somos libres de estructurarlo de otro modo.
El relativismo responde a una concepción profunda de la vida que trata de imponer. El relativista piensa que el modo de alcanzar la mayor felicidad que es posible lograr en este pobre mundo nuestro, que siempre es una felicidad fragmentaria y limitada, es evadir el problema de la verdad, que sería una complicación inútil y nociva, causa de tantos quebraderos de cabeza. Pero esta concepción se encuentra con el problema de que los hombres, además de desear ser felices, de querer gozar, de aspirar a carecer de vínculos para movernos a nuestro antojo, tenemos también una inteligencia, y deseamos conocer el sentido de nuestro vivir. Aristóteles inició su Metafísica diciendo que todo hombre, por naturaleza, desea saber [25]. Y Cristo añadió que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios» [26].
El deseo de saber y el hambre de la palabra que procede de la boca de Dios son inextinguibles, y ningún aparato comunicativo o coercitivo podrá hacerlos desaparecer de la vida humana. Por eso estoy convencido de que la hora actual es una hora llena de esperanza y de que el futuro es mucho más prometedor de lo que parece. Con las presentes reflexiones, que no quieren ser negativas, sólo se ha pretendido exponer con seriedad y realismo el aspecto de la presente coyuntura que Benedicto XVI ha llamado relativismo, así como su incidencia en la práctica y difusión de la fe cristiana en el mundo actual.
Notas
[1] Aquí tendremos en cuenta los siguientes textos: Ratzinger, J., Fede, verità, tolleranza. Il Cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena 2003 (trad. española: Fe, verdad y tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca 2005); la homilía de la "Missa pro eligendo Romano Pontifice" celebrada en la basílica vaticana el 18 de abril de 2005, y el importantísimo Discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana con ocasión de la Navidad, del 22 de diciembre 2005.
[2] Cfr. por ejemplo Ratzinger, J.,Fede, verità, tolleranza. Il Cristianesimo e le religioni del mondo, cit., p. 121. Se vea también la homilía antes mencionada del 18 de abril de 2005.
[3] Cfr. Ratzinger, J., Fede, verità, tolleranza..., cit., pp. 170 ss.
[4] Cfr. ibid., pp. 170-192.
[5] Decimos que el conocimiento de Dios que nos da la fe no es exhaustivo porque en el Cielo conoceremos a Dios muchísimo mejor. Sin embargo, lo que nos dice la Revelación es verdadero, y es todo lo que Dios ha querido darnos a conocer de Sí mismo. No hay otra fuente para conocer más verdades acerca de Dios. No hay otras revelaciones.
[6] Hb 1, 3.
[7] Cfr. 1 Tm 2, 5.
[8] Ésta es la tesis defendida a principios del siglo XX por E. Troeltsch. Cfr. L’assolutezza del cristianesimo e la storia delle religioni, Morano, Napoli 1968.
[9] Esta es una idea muy presente a lo largo de libro antes citado Fede, verità e tolleranza...
[10] Cfr. Ratzinger, J., Fede, verità e tolleranza..., cit., p. 192.
[11] Una exposición y defensa de la tesis pluralista puede encontrarse en: Knitter, P., No Other Name? A Critical Survey of Christian Attitudes towards the World Religions, Orbis Books, Maryknoll (NY) 1985; Hick, J.,An Interpretation of Religion. Human Responses to Tracendent, Yale University Press, London 1989; Amaladoss, M., The pluralism of Religions and the Significance of Christ, en Id., Making All Things New: Dialogue, Pluralism and Evangelisation in Asia, Gujarat Sahistya Prakash, Anand 1990, pp. 243-268; Id.,Mission and Servanthood, «Third Millennium» 2 (1999) 59-66; Id.,Jésus Christ, le seul sauveur, et la mission, «Spiritus» 159 (2000) 148-157; Id., "Do Not Judge..." (Mt 7:1), «Jeevadhara» 31/183 (2001) 179-182; Wilfred, F., Beyond Settled Foundations. The Journey of Indian Theology, Madras 1993.
[12] Unos afirman que el Verbo no encarnado, Lógos ásarkos o Lógos cósmico, desarrolla una acción salvífica mucho más amplia que la del Verbo Encarnado, es decir, que la del Lógos énsarkos (Cfr. por ejemplo Dupuis, J., Verso una teologia del pluralismo religioso, Queriniana, Brescia 1997, p. 404). Otros dicen en cambio que es el Espíritu Santo quien despliega una acción salvífica separada e independiente de la de Cristo, y fundamentan en el Espíritu Santo el valor salvífico autónomo de las religiones no cristianas y la verdadera revelación contenida en ellas.
[13] Cfr. Juan Pablo II, Carta encíclica"Redemptoris missio" sobre la permanente validez del mandato misionero, 7-XII-1990.
[14] Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración"Dominus Iesus" sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, 6-VIII-2000.
[15] Cfr. Dupuis, J., Verso una teologia del pluralismo religioso, cit., pp. 367 y 403.
[16] Cfr. ibid., pp. 332 y 342.
[17] Cfr. Habermas, J., Teoria della morale, Laterza, Roma - Bari 1995, p. 88 (original: Erläuterungen zur Diskursethik, Suhrkamp, Frankfurt am Main 1991).
[18] Nino, C.S., Ética y derechos humanos. Un ensayo de fundamentación, Ariel, Barcelona 1989, p. 195.
[19] Se llama aspecto "expresivo" de las leyes civiles al hecho innegable de que las leyes, además de permitir o de prohibir algo, expresan una concepción del hombre, de la vida, del matrimonio, y así tienen un efecto educativo de signo positivo o negativo.
Ángel Rodríguez Luño De la Pontificia Università della Santa Croce
1. La fe cristiana ante el desafío del relativismo
Las presentes reflexiones toman como punto de partida algunas enseñanzas de Benedicto XVI, aunque no pretenden hacer una exposición completa de su pensamiento [1].
En diversas ocasiones y con diversas palabras, Benedicto XVI ha manifestado su convicción de que el relativismo se ha convertido en el problema central que la fe cristiana tiene que afrontar en nuestros días [2].
Algunos medios de comunicación han interpretado esas palabras como referidas casi exclusivamente al campo de la moral, como si respondiesen a la voluntad de calificar del modo más duro posible a todos los que no aceptan algún punto concreto de la enseñanza moral de la Iglesia Católica. Esta interpretación no corresponde al pensamiento ni a los escritos de Benedicto XVI. Él alude a un problema mucho más hondo y general, que se manifiesta primariamente en el ámbito filosófico y religioso, y que se refiere a la actitud intencional profunda que la conciencia contemporánea —creyente y no creyente— asume fácilmente con relación a la verdad.
La referencia a la actitud profunda de la conciencia ante la verdad distingue el relativismo del error. El error es compatible con una adecuada actitud de la conciencia personal con relación a la verdad. Quien afirmase, por ejemplo, que la Iglesia no fue fundada por Jesucristo, lo afirma porque piensa (equivocadamente) que ésa es la verdad, y que la tesis opuesta es falsa.
Quien hace una afirmación de este tipo piensa que es posible alcanzar la verdad. Los que la alcanzan —y en la medida en que la alcanzan— tienen razón, y los que sostienen la afirmación contradictoria se equivocan.
La filosofía relativista dice, en cambio, que hay que resignarse al hecho de que las realidades divinas y las que se refieren al sentido de la vida humana, personal y social, son sustancialmente inaccesibles, y que no existe una única vía para acercarse a ellas. Cada época, cada cultura y cada religión ha utilizado diversos conceptos, imágenes, símbolos, metáforas, visiones, etc. para expresarlas. Estas formas culturales pueden oponerse entre sí, pero con relación a los objetos a los que se refieren tendrían todas igual valor. Serían diversos modos, cultural e históricamente limitados, de aludir de modo muy imperfecto a unas realidades que no se pueden conocer. En definitiva, ninguno de los sistemas conceptuales o religiosos tendría bajo algún aspecto un valor absoluto de verdad. Todos serían relativos al momento histórico y al contexto cultural, de ahí su diversidad e incluso oposición. Pero dentro de esa relatividad, todos serían igualmente válidos, en cuanto vías diversas y complementarias para acercarse a una misma realidad que sustancialmente permanece oculta.
En un libro publicado antes de su elección como Romano Pontífice, Benedicto XVI se refería a una parábola budista [3]. Un rey del norte de la India reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante. A unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: "esto es un elefante". Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las orejas, o las patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el rey preguntó a los ciegos qué es un elefante, y cada uno dio explicaciones diversas según la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos comenzaron a discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey deseaba.
Este cuento es particularmente útil para ilustrar la idea relativista de la condición humana. Los hombres seríamos ciegos que corremos el peligro de absolutizar un conocimiento parcial e inadecuado, inconscientes de nuestra intrínseca limitación (motivación teórica del relativismo).
Cuando caemos en esa tentación, adoptamos un comportamiento violento e irrespetuoso, incompatible con la dignidad humana (motivación ética del relativismo). Lo lógico sería que aceptásemos la relatividad de nuestras ideas, no sólo porque eso corresponde a la índole de nuestro pobre conocimiento, sino también en virtud del imperativo ético de la tolerancia, del diálogo y del respeto recíproco. La filosofía relativista se presenta a sí misma como el presupuesto necesario de la democracia, del respeto y de la convivencia. Pero esa filosofía no parece darse cuenta de que el relativismo hace posible la burla y el abuso de quien tiene el poder en su mano: en el cuento, el rey que quiere divertirse a costa de los pobres ciegos; en la sociedad actual, quienes promueven sus propios intereses económicos, ideológicos, de poder político, etc. a costa de los demás, mediante el manejo hábil y sin escrúpulos de la opinión pública y de los demás resortes del poder.
¿Qué tiene que ver todo esto con la fe cristiana? Mucho. Porque es esencial al Cristianismo el autopresentarse como religio vera, como religión verdadera [4]. La fe cristiana se mueve en el plano de la verdad, y ese plano es su espacio vital mínimo. La religión cristiana no es un mito, ni un conjunto de ritos útiles para la vida social y política, ni un principio inspirador de buenos sentimientos privados, ni una agencia ética de cooperación internacional. La fe cristiana ante todo nos comunica la verdad acerca de Dios, aunque no exhaustivamente, y la verdad acerca del hombre y del sentido de su vida [5].
La fe cristiana es incompatible con la lógica del "como si". No se reduce a decirnos que hemos de comportarnos "como si" Dios nos hubiese creado y, por consiguiente, "como si" todos los hombres fuésemos hermanos, sino que afirma, con pretensión veritativa, que Dios ha creado el cielo y la tierra y que todos somos igualmente hijos de Dios. Nos dice además que Cristo es la revelación plena y definitiva de Dios, «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» [6], único mediador entre Dios y los hombres [7], y por lo tanto no puede admitir que Cristo sea solamente el rostro con que Dios se presenta a los europeos [8].
Quizá conviene repetir que la convivencia y el diálogo sereno con los que no tiene fe o con los que sostienen otras doctrinas no se opone al Cristianismo; más bien es verdad todo lo contrario. Lo que es incompatible con la fe cristiana es la idea de que el Cristianismo, las demás religiones monoteístas o no monoteístas, las místicas orientales monistas, el ateísmo, etc. son igualmente verdaderos, porque son diversos modos cultural e históricamente limitados de referirse a una misma realidad que ni unos ni otros en el fondo conocen. Es decir, la fe cristiana se disuelve si en el plano teórico se evade la perspectiva de la verdad, según la cual quienes afirman y niegan lo mismo no pueden tener igualmente razón, ni pueden ser considerados como representantes de visiones complementarias de una misma realidad.
2. El relativismo religioso
La fuerza del Cristianismo, y el poder para configurar y sanar la vida personal y colectiva que ha demostrado a lo largo de la historia, consiste en que implica una estrecha síntesis entre fe, razón y vida [9], en cuanto la fe religiosa muestra a la conciencia personal que la razón verdadera es el amor y que el amor es la razón verdadera [10]. Esa síntesis se rompe si la razón que en ella debería entrar es relativista. Por ello dijimos al inicio que el relativismo se ha convertido en el problema central que la evangelización tiene que afrontar en nuestros días. El relativismo es tan problemático porque, aunque no llega a ser una mutación epocal de la condición y de la inteligencia humana, sí comporta un desorden generalizado de la intencionalidad profunda de la conciencia respecto de la verdad, que tiene manifestaciones en todos los ámbitos de la vida.
En primer lugar existe hoy una interpretación relativista de la religión. Es lo que actualmente se conoce como "teología del pluralismo religioso". Esta teoría teológica afirma que el pluralismo de las religiones no es sólo una realidad de hecho, sino una realidad de derecho. Dios querría positivamente las religiones no cristianas como diversos caminos a través de los cuales los hombres se unen a Él y reciben la salvación, independientemente de Cristo. Cristo a lo más tiene una posición de particular importancia, pero es sólo uno de los caminos posibles, y desde luego ni exclusivo ni inclusivo de los demás. Todas las religiones serían vías parciales, todas podrían aprender de las demás algo de la verdad sobre Dios, en todas habría una verdadera revelación divina.
Esa posición descansa sobre el presupuesto de la esencial relatividad histórica y cultural de la acción salvífica de Dios en Jesucristo. La acción salvífica universal de la divinidad se realizaría a través de diversas formas limitadas, según la diversidad de pueblos y culturas, sin identificarse plenamente con ninguna de ellas. La verdad absoluta de Dios no podría tener una expresión adecuada y suficiente en la historia y en el lenguaje humano, siempre limitado y relativo. Las acciones y las palabras de Cristo estarían sometidas a esa relatividad, poco más o menos como las acciones y palabras de las otras grandes figuras religiosas de la humanidad. La figura de Cristo no tendría un valor absoluto y universal. Nada de lo que aparece en la historia podría tener ese valor [11]. No nos detenemos ahora en explicar los diversos modos en que se ha pretendido justificar esta concepción [12].
De estas complejas teorías se ocupó la encíclica Redemptoris Missio [13] de Juan Pablo II y la declaraciónDominus Iesus [14]. Es fácil darse cuenta de que tales teorías teológicas disuelven la cristología y relativizan la revelación llevada a cabo por Cristo, que sería limitada, incompleta e imperfecta [15], y que dejaría un espacio libre para otras revelaciones independientes y autónomas [16]. Para los que sostienen estas teorías es determinante el imperativo ético del diálogo con los representantes de las grandes religiones asiáticas, que no sería posible si no se aceptase, como punto de partida, que esas religiones tienen un valor salvífico autónomo, no derivado y no dirigido a Cristo. También en este caso el relativismo teórico (dogmático) obedece en buena parte a una motivación de orden práctico (el imperativo del diálogo). Estamos, pues, ante otra versión del conocido tema kantiano de la primacía de la razón práctica sobre la razón teórica.
Se hace necesario aclarar que lo que acabamos de decir en nada prejuzga la salvación de los que no tienen la fe cristiana. Lo único que se dice es que también los no cristianos que viven con rectitud según su conciencia se salvan por Cristo y en Cristo, aunque en esta tierra no le hayan conocido. Cristo es el Redentor y el Salvador universal del género humano. Él es la salvación de todos los que se salvan.
3. El relativismo ético-social
Pasamos a ocuparnos del relativismo ético-social. Esta expresión significa no sólo que el relativismo actual tiene muchas y evidentes manifestaciones en al ámbito ético-social, sino también — y principalmente — que se presenta como si estuviese justificado por razones ético-sociales. Esto explica tanto la facilidad con que se difunde cuanto la escasa eficacia que tienen ciertos intentos de combatirlo.
Veamos cómo formula Habermas esa justificación ético-social. En la sociedad actual encontramos un pluralismo de proyectos de vida y de concepciones del bien humano. Este hecho nos plantea la siguiente alternativa: o se renuncia a la pretensión clásica de pronunciar juicios de valor sobre las diversas formas de vida que la experiencia nos ofrece; o bien se ha de renunciar a defender el ideal de la tolerancia, para el cual cada concepción de la vida vale tanto como cualquier otra o, por lo menos, tiene el mismo derecho a existir [17].
La misma idea la expresa de modo más sintético un conocido jurista argentino: «Si la existencia de razones para modos de vida no fuese utilizada para justificar el empleo de la coacción, la tolerancia sería compatible con los compromisos más profundos» [18]. La fuerza de este tipo de razonamientos consiste en que históricamente ha sucedido muchas veces que los hombres hemos sacrificado violentamente la libertad sobre el altar de la verdad. Por eso, con un poco de habilidad dialéctica no es difícil hacer pasar por defensa de la libertad actitudes y concepciones que en realidad caen en el extremo opuesto de sacrificar violentamente la verdad sobre el altar de la libertad.
Esto se ve claramente en el modo en que la mentalidad relativista ataca a sus adversarios. A quien afirma, por ejemplo, que la heterosexualidad pertenece a la esencia del matrimonio, no se le dice que esa tesis es falsa, sino que se le acusa de fundamentalismo religioso, de intolerancia o de espíritu antimoderno. Menos aún se le dirá que la tesis contraria es verdadera, es decir, no se intentará demostrar que la heterosexualidad nada tiene que ver con el matrimonio. Lo característico de la mentalidad relativista es pensar que esta tesis es una de las tesis que hay en la sociedad, junto con su contraria y quizá con otras más, y que en definitiva todas tienen igual valor y el mismo derecho a ser socialmente reconocidas. A nadie se obliga a casarse con una persona del mismo sexo, pero quien quiera hacerlo debe poder hacerlo. Es el mismo razonamiento con el que se justifica la legalización del aborto y de otros atentados contra la vida de seres humanos que, por el estado en que se encuentran, no pueden reivindicar activamente sus derechos y cuya colaboración no nos es necesaria. A nadie se le obliga a abortar, pero quien piense que debe hacerlo, debe poder hacerlo.
Se puede criticar a la mentalidad relativista de muchas formas, según las circunstancias. Pero lo que nunca se debe hacer es reforzar, con las propias palabras o actitudes, lo que en esa mentalidad es más persuasivo. Es decir: quien ataca el relativismo no puede dar la impresión de que está dispuesto a sacrificar la libertad sobre el altar de la verdad. Más bien se debe demostrar que se es muy sensible al hecho, de suyo bastante claro, que el paso desde la perspectiva teórica a la perspectiva ético-política ha de hacerse con mucho cuidado. Una cosa es que sea inadmisible que los que afirman y niegan lo mismo tengan igualmente razón, otra cosa sería decir que sólo los que piensan de un determinado modo pueden disfrutar de todos los derechos civiles de libertad en el ámbito el Estado.
Se debe evitar toda confusión entre el plano teórico y el plano ético-político: una cosa es la relación de la conciencia con la verdad, y otra bien distinta es la justicia con las personas. Siguiendo esta lógica se podrá mostrar después, de modo creíble, que de una afirmación que pretende decir cómo son las cosas, es decir, de una tesis especulativa, sólo cabe decir que es verdadera o que es falsa. Las tesis especulativas no son ni fuertes ni débiles, ni privadas ni públicas, ni frías ni calientes, ni violentas ni pacíficas, ni autoritarias ni democráticas, ni progresistas ni conservadoras, ni buenas ni malas. Son simplemente verdaderas o falsas. ¿Qué pensaríamos de quien al exponer una demostración matemática o una explicación médica, empezase a decir que esos conocimientos científicos tienen sólo una validez privada, o que constituyen una teoría muy democrática? Si hay completa certeza de que un fármaco permite detener un tumor, se trata de una verdad médica, a secas, y no hay nada más que añadir. En cambio a una forma de concebir los derechos civiles o la estructura del Estado sí cabe calificarla de autoritaria o democrática, de justa o injusta, de conservadora o reformista. A la vez hay que recordar que existen realidades, como el matrimonio, que son a la vez objeto de un conocimiento verdadero y de una regulación práctica según justicia. En caso de conflicto, hay que encontrar el modo de salvar tanto la verdad cuanto la justicia con las personas, para lo cual se ha de tener muy en cuenta — entre otras cosas — el aspecto "expresivo" o educativo de las leyes civiles [19].
En el Discurso del 22 de diciembre de 2005, Benedicto XVI ha distinguido con mucha nitidez la relación de la conciencia con la verdad de las relaciones de justicia entre las personas. Transcribo un párrafo muy significativo: «Si la libertad de religión es considerada como expresión de la incapacidad del hombre para encontrar la verdad, y por tanto se convierte en canonización del relativismo, entonces se eleva impropiamente tal libertad del plano de la necesidad social e histórica al nivel metafísico y se le priva de su auténtico sentido. La consecuencia es que no puede ser aceptada por quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado por ese conocimiento, en virtud de la dignidad interior de la libertad. Algo completamente diferente es considerar la libertad de religión como una necesidad que deriva de la convivencia humana; más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad, que no puede ser impuesta desde el exterior, sino que tiene que ser asumida por el hombre sólo mediante el proceso de la convicción. El Concilio Vaticano II, al reconocer y asumir con el Decreto sobre la libertad religiosa un principio esencial del Estado moderno, retomó el patrimonio más profundo de la Iglesia» [20].
Benedicto XVI da muestras de un fino discernimiento cuando reconoce que en el Concilio Vaticano II la Iglesia hizo suyo un principio ético-político del Estado moderno, y que lo hizo recuperando algo que pertenecía a la tradición católica. Su posición está llena de matices. Y así aclara que «quien esperaba que con este "sí" fundamental a la edad moderna iban a desaparecer todas las tensiones y que esa "apertura al mundo" transformase todo en armonía pura, había minimizado las tensiones interiores y las contradicciones de la misma edad moderna; había infravalorado la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que es una amenaza para el camino del hombre en todos los períodos de la historia».
Y si afirma que «no podía ser la intención del Concilio abolir esta contradicción del Evangelio en relación a los peligros y errores del hombre» [21], dice también que es un bien hacer todo lo posible por evitar «las contradicciones erróneas o superfluas con el fin de presentar a este mundo nuestro las exigencias del Evangelio con toda su grandeza y pureza» [22]. Y señalando el fondo del problema, añade que «el paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de manera bastante imprecisa se ha presentado como "apertura al mundo", pertenece en definitiva al problema perenne de la relación entre fe y razón, que se muestra siempre con formas nuevas» [23].
El razonamiento de Benedicto XVI muestra un modo de hacer frente de modo justo y matizado a una posición tremendamente insidiosa como es el relativismo ético-social.
4. Los problemas antropológicos del relativismo
Hemos dicho que el relativismo en el campo ético-social se apoya en una motivación de orden práctico: quiere permitir hacer algo a quien lo desea, sin hacer daño a los demás, y esto sería una ampliación de la libertad. Pero el valor de esa motivación es sólo aparente. La mentalidad relativista comporta un profundo desorden antropológico, que tiene costes personales y sociales muy altos. La naturaleza de este desorden antropológico es bastante compleja y altamente problemática. Aquí voy a mencionar sólo dos problemas.
El primero es que la mentalidad relativista está unida a una excesiva acentuación de la dimensión técnica de la inteligencia humana, y de los impulsos ligados a la expansión del yo con los que esa dimensión de la inteligencia está relacionada, lo que lleva consigo la depresión de la dimensión sapiencial de la inteligencia y, por consiguiente, de las tendencias transitivas y trascendentes de la persona, con las que esta segunda dimensión de la inteligencia está emparentada.
Lo que aquí se llama dimensión técnica de la inteligencia humana, y que otros autores llaman con otros nombres [24], es la evidente y necesaria actividad de la inteligencia que nos permite orientarnos en el medio ambiente, garantizando la subsistencia y la satisfacción de las necesidades básicas. Acuña conceptos, capta relaciones, conoce el orden de las cosas, etc. con la finalidad de dominar y explotar la naturaleza, fabricar los instrumentos y obtener los recursos que necesitamos. Gracias a esta función de la inteligencia las cosas y las fuerzas de la naturaleza se hacen objetos dominables y manipulables para nuestro provecho. Desde este punto de vista conocer es poder: poder dominar, poder manipular, poder vivir mejor.
La función sapiencial de la inteligencia mira, en cambio, a entender el significado del mundo y el sentido de la vida humana. Acuña conceptos no con la finalidad de dominar, sino de alcanzar las verdades y las concepciones del mundo que puedan dar respuesta cumplida a la pregunta por el sentido de nuestra existencia, respuesta que a la larga nos resulta tan necesaria como el pan y el agua.
La sistemática huida o evasión del plano de la verdad, que hemos llamado mentalidad relativista, comporta un desequilibrio de estas dos funciones de la inteligencia, y de las tendencias que les están ligadas. El predominio de la función técnica significa el predominio a nivel personal y cultural de los impulsos hacia los valores vitales (el placer, el bienestar, la ausencia de sacrificio y de esfuerzo), a través de los cuales se afirma y se expande el yo individual. La depresión de la función sapiencial de la inteligencia comporta la inhibición de las tendencias transitivas, es decir, de las tendencias sociales y altruistas, y sobre todo un empequeñecimiento de la capacidad de autotrascendencia, por lo que la persona queda encerrada en los límites del individualismo egoísta. En términos más sencillos: el afán ansioso de tener, de triunfar, de subir, de descansar y divertirse, de llevar una vida fácil y placentera, prevalece con mucho sobre el deseo de saber, de reflexionar, de dar un sentido a lo que se hace, de ayudar a los demás con el propio trabajo, de trascender el reducido ámbito de nuestros intereses vitales inmediatos. Queda casi bloqueada la trascendencia horizontal (hacia los demás y hacia la colectividad) y también la vertical (hacia los valores ideales absolutos, hacia Dios).
El segundo problema está estrechamente vinculado con el primero. La falta de sensibilidad hacia la verdad y hacia las cuestiones relativas al sentido del vivir lleva consigo la deformación, cuando no la corrupción, de la idea y de la experiencia de la libertad; de la propia libertad en primer lugar. No puede extrañar que la consolidación social y legal de los modos de vida congruentes con el desorden antropológico del que estamos hablando se fundamenten siempre invocando la libertad, realidad ciertamente sacrosanta, pero que hay que entender en su verdaderos sentido. Se invoca la libertad como libertad de abortar, libertad de ignorar, libertad de no saber hablar más que con palabras soeces, libertad de no deber dar razón de las propias posiciones, libertad de molestar y, ante todo y sobre todo, libertad de imponer a los demás una filosofía relativista que todos tendríamos que aplaudir como filosofía de la libertad. Quien le niega el aplauso será sometido a un proceso de linchamiento social y cultural muy difícil de aguantar. Pienso que estas consideraciones pueden ayudar a entender en qué sentido Benedicto XVI ha hablado de "dictadura del relativismo".
Todo esto también tiene mucho que ver, negativamente, con la fe cristiana. Quien piensa que existe una verdad, y que esa verdad se puede alcanzar con certeza aun en medio de muchas dificultades, quien piensa que no todo puede ser de otra manera, es decir, quien piensa que nuestra capacidad de modelar culturalmente el amor, el matrimonio, la generación, la ordenación de la convivencia en el Estado, etc. tiene límites que no se pueden superar, piensa, en definitiva, que existe una inteligencia más alta que la humana. Es la inteligencia del Creador, que determina lo que las cosas son y los límites de nuestro poder de transformarlas. El relativista piensa lo contrario. El relativismo parece un agnosticismo. Quien pueda pensarlo coherentemente hasta el final lo verá mucho más afín al ateísmo práctico. No me parece compatible la convicción de que Dios ha creado al hombre y a la mujer, con la idea de que puede existir un matrimonio entre personas del mismo sexo. Esto sólo sería posible si el matrimonio fuese simplemente una creación cultural: nosotros lo estructuramos hace siglos de un modo, y ahora somos libres de estructurarlo de otro modo.
El relativismo responde a una concepción profunda de la vida que trata de imponer. El relativista piensa que el modo de alcanzar la mayor felicidad que es posible lograr en este pobre mundo nuestro, que siempre es una felicidad fragmentaria y limitada, es evadir el problema de la verdad, que sería una complicación inútil y nociva, causa de tantos quebraderos de cabeza. Pero esta concepción se encuentra con el problema de que los hombres, además de desear ser felices, de querer gozar, de aspirar a carecer de vínculos para movernos a nuestro antojo, tenemos también una inteligencia, y deseamos conocer el sentido de nuestro vivir. Aristóteles inició su Metafísica diciendo que todo hombre, por naturaleza, desea saber [25]. Y Cristo añadió que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios» [26].
El deseo de saber y el hambre de la palabra que procede de la boca de Dios son inextinguibles, y ningún aparato comunicativo o coercitivo podrá hacerlos desaparecer de la vida humana. Por eso estoy convencido de que la hora actual es una hora llena de esperanza y de que el futuro es mucho más prometedor de lo que parece. Con las presentes reflexiones, que no quieren ser negativas, sólo se ha pretendido exponer con seriedad y realismo el aspecto de la presente coyuntura que Benedicto XVI ha llamado relativismo, así como su incidencia en la práctica y difusión de la fe cristiana en el mundo actual.
Notas
[1] Aquí tendremos en cuenta los siguientes textos: Ratzinger, J., Fede, verità, tolleranza. Il Cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena 2003 (trad. española: Fe, verdad y tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca 2005); la homilía de la "Missa pro eligendo Romano Pontifice" celebrada en la basílica vaticana el 18 de abril de 2005, y el importantísimo Discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana con ocasión de la Navidad, del 22 de diciembre 2005.
[2] Cfr. por ejemplo Ratzinger, J.,Fede, verità, tolleranza. Il Cristianesimo e le religioni del mondo, cit., p. 121. Se vea también la homilía antes mencionada del 18 de abril de 2005.
[3] Cfr. Ratzinger, J., Fede, verità, tolleranza..., cit., pp. 170 ss.
[4] Cfr. ibid., pp. 170-192.
[5] Decimos que el conocimiento de Dios que nos da la fe no es exhaustivo porque en el Cielo conoceremos a Dios muchísimo mejor. Sin embargo, lo que nos dice la Revelación es verdadero, y es todo lo que Dios ha querido darnos a conocer de Sí mismo. No hay otra fuente para conocer más verdades acerca de Dios. No hay otras revelaciones.
[6] Hb 1, 3.
[7] Cfr. 1 Tm 2, 5.
[8] Ésta es la tesis defendida a principios del siglo XX por E. Troeltsch. Cfr. L’assolutezza del cristianesimo e la storia delle religioni, Morano, Napoli 1968.
[9] Esta es una idea muy presente a lo largo de libro antes citado Fede, verità e tolleranza...
[10] Cfr. Ratzinger, J., Fede, verità e tolleranza..., cit., p. 192.
[11] Una exposición y defensa de la tesis pluralista puede encontrarse en: Knitter, P., No Other Name? A Critical Survey of Christian Attitudes towards the World Religions, Orbis Books, Maryknoll (NY) 1985; Hick, J.,An Interpretation of Religion. Human Responses to Tracendent, Yale University Press, London 1989; Amaladoss, M., The pluralism of Religions and the Significance of Christ, en Id., Making All Things New: Dialogue, Pluralism and Evangelisation in Asia, Gujarat Sahistya Prakash, Anand 1990, pp. 243-268; Id.,Mission and Servanthood, «Third Millennium» 2 (1999) 59-66; Id.,Jésus Christ, le seul sauveur, et la mission, «Spiritus» 159 (2000) 148-157; Id., "Do Not Judge..." (Mt 7:1), «Jeevadhara» 31/183 (2001) 179-182; Wilfred, F., Beyond Settled Foundations. The Journey of Indian Theology, Madras 1993.
[12] Unos afirman que el Verbo no encarnado, Lógos ásarkos o Lógos cósmico, desarrolla una acción salvífica mucho más amplia que la del Verbo Encarnado, es decir, que la del Lógos énsarkos (Cfr. por ejemplo Dupuis, J., Verso una teologia del pluralismo religioso, Queriniana, Brescia 1997, p. 404). Otros dicen en cambio que es el Espíritu Santo quien despliega una acción salvífica separada e independiente de la de Cristo, y fundamentan en el Espíritu Santo el valor salvífico autónomo de las religiones no cristianas y la verdadera revelación contenida en ellas.
[13] Cfr. Juan Pablo II, Carta encíclica"Redemptoris missio" sobre la permanente validez del mandato misionero, 7-XII-1990.
[14] Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración"Dominus Iesus" sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, 6-VIII-2000.
[15] Cfr. Dupuis, J., Verso una teologia del pluralismo religioso, cit., pp. 367 y 403.
[16] Cfr. ibid., pp. 332 y 342.
[17] Cfr. Habermas, J., Teoria della morale, Laterza, Roma - Bari 1995, p. 88 (original: Erläuterungen zur Diskursethik, Suhrkamp, Frankfurt am Main 1991).
[18] Nino, C.S., Ética y derechos humanos. Un ensayo de fundamentación, Ariel, Barcelona 1989, p. 195.
[19] Se llama aspecto "expresivo" de las leyes civiles al hecho innegable de que las leyes, además de permitir o de prohibir algo, expresan una concepción del hombre, de la vida, del matrimonio, y así tienen un efecto educativo de signo positivo o negativo.
HUMANISMO HOY
Humanismo hoy
Alejandro Toscano jem@arcol.org
“No hay que arrebatar a los humanistas su función de educadores pues son los depositarios de una tradición; la de la dignidad y la belleza humanas”. Con esta acertada sentencia de Thomas Mann nos colocamos frente a una situación actual que debería despertar nuestras conciencias. Faltan humanistas que eduquen hoy al hombre deshumanizado. Hoy que tanto se habla de humanitarismo es sumamente necesario aclarar lo que en realidad entraña esa palabra.
El término “humanidad” se remonta a aquella palabra latina “humanitas”, concepto que surgió vencedor cuando se apagó la cerrada “civilitas” griega. Esta humanitas tiene un nexo muy estrecho con otro vocablo latino frecuentemente usado por Virgilio para describir la muerte: el humus, polvo al que el hombre vuelve cuando concluye su existencia.
De este modo la el mismo significado de la palabra nos lleva a experimentar esa implacable sensación de lo efímero que entraña ser humano. Sin embargo el alcance de esta palabra va más allá, pues humus también posee un significado espacial comparable al de “patria”, un espacio en el que ya no existen las fronteras de la polis; un lugar que permite a todos los hombres pertenecer a una humanidad universal.
No es necesario desarrollar exhaustivamente las circunstancias históricas que hicieron posible esta realidad. Baste señalar el protagonismo de Alejandro Magno y de Roma, que al conquistar esa Hélade ampliada por el macedonio, se imbuyó de la grandeza del espíritu griego. Sólo cuando el alma griega se liberó de las cadenas de la polis pudo convertirse en la matriz de una humanidad con horizontes más universales. Es en ese contexto de la cultura helenística donde surge la semilla de la religión cristiana. Siglos después Goethe exclamará con emoción: “todos somos griegos”.
Desde entonces ha sido el cristianismo el que se ha encargado de conservar los valores que engendró esa genial amalgama grecorromana y gracias a esa apertura del espíritu cristiano, los clásicos son la base sobre la que descansa la civilización occidental. Porque, como ha dicho el P. Cayuela S.I. en su libro “Humanidades clásicas”: “ningunos vaivenes de cambios de gusto podrán hundir el renombre de los clásicos, anclados como están en los puertos de las cosas inmutables y eternas”.
Por eso se sintieron cautivados los grandes humanistas del renacimiento; Petrarca, Dante, Erasmo, Vives, Tomás Moro y muchos otros, que como ellos, se dejaron seducir por la belleza del humanismo.
Esa fue la faz de una verdadera humanidad lejana a todo interés mezquino. Sin embargo ahora abundan muchos disfraces de humanidad que intentan esconder la desnudez de una trágica deshumanización. El mundo se transforma en un teatro macabro, cuyos personajes se aprenden de memoria un guión relativista y absurdo, colocándose, por si fuera poco, el antifaz de una tolerancia “absoluta”. Parece que el título de la comedia es “La humanidad en progreso…”. Pero algún día caerán las máscaras, se apagarán las luces del escenario y se alumbrará la realidad. Entonces contemplaremos una oscura tragedia.
Y entonces, ¿cómo comenzar a construir un mundo más humano? La respuesta está en la formación de verdaderos humanistas. Hombres que se dejen admirar por la verdadera belleza, que busquen la verdad con pasión, que vivan en el bien y que huyan de toda división; que consideren al hombre como un espíritu encarnado y todo lo que esta unión entraña. Hombres que no teman ser filósofos a la vez que científicos, que no teman ser poetas a la vez que teólogos. En resumen, que sean hombres capaces de interpelar a todo el hombre.
Estos son los verdaderos educadores que el hombre necesita, porque, como dice Sófocles, muchos portentos hay, pero nada más portentoso que el hombre…
Alejandro Toscano jem@arcol.org
“No hay que arrebatar a los humanistas su función de educadores pues son los depositarios de una tradición; la de la dignidad y la belleza humanas”. Con esta acertada sentencia de Thomas Mann nos colocamos frente a una situación actual que debería despertar nuestras conciencias. Faltan humanistas que eduquen hoy al hombre deshumanizado. Hoy que tanto se habla de humanitarismo es sumamente necesario aclarar lo que en realidad entraña esa palabra.
El término “humanidad” se remonta a aquella palabra latina “humanitas”, concepto que surgió vencedor cuando se apagó la cerrada “civilitas” griega. Esta humanitas tiene un nexo muy estrecho con otro vocablo latino frecuentemente usado por Virgilio para describir la muerte: el humus, polvo al que el hombre vuelve cuando concluye su existencia.
De este modo la el mismo significado de la palabra nos lleva a experimentar esa implacable sensación de lo efímero que entraña ser humano. Sin embargo el alcance de esta palabra va más allá, pues humus también posee un significado espacial comparable al de “patria”, un espacio en el que ya no existen las fronteras de la polis; un lugar que permite a todos los hombres pertenecer a una humanidad universal.
No es necesario desarrollar exhaustivamente las circunstancias históricas que hicieron posible esta realidad. Baste señalar el protagonismo de Alejandro Magno y de Roma, que al conquistar esa Hélade ampliada por el macedonio, se imbuyó de la grandeza del espíritu griego. Sólo cuando el alma griega se liberó de las cadenas de la polis pudo convertirse en la matriz de una humanidad con horizontes más universales. Es en ese contexto de la cultura helenística donde surge la semilla de la religión cristiana. Siglos después Goethe exclamará con emoción: “todos somos griegos”.
Desde entonces ha sido el cristianismo el que se ha encargado de conservar los valores que engendró esa genial amalgama grecorromana y gracias a esa apertura del espíritu cristiano, los clásicos son la base sobre la que descansa la civilización occidental. Porque, como ha dicho el P. Cayuela S.I. en su libro “Humanidades clásicas”: “ningunos vaivenes de cambios de gusto podrán hundir el renombre de los clásicos, anclados como están en los puertos de las cosas inmutables y eternas”.
Por eso se sintieron cautivados los grandes humanistas del renacimiento; Petrarca, Dante, Erasmo, Vives, Tomás Moro y muchos otros, que como ellos, se dejaron seducir por la belleza del humanismo.
Esa fue la faz de una verdadera humanidad lejana a todo interés mezquino. Sin embargo ahora abundan muchos disfraces de humanidad que intentan esconder la desnudez de una trágica deshumanización. El mundo se transforma en un teatro macabro, cuyos personajes se aprenden de memoria un guión relativista y absurdo, colocándose, por si fuera poco, el antifaz de una tolerancia “absoluta”. Parece que el título de la comedia es “La humanidad en progreso…”. Pero algún día caerán las máscaras, se apagarán las luces del escenario y se alumbrará la realidad. Entonces contemplaremos una oscura tragedia.
Y entonces, ¿cómo comenzar a construir un mundo más humano? La respuesta está en la formación de verdaderos humanistas. Hombres que se dejen admirar por la verdadera belleza, que busquen la verdad con pasión, que vivan en el bien y que huyan de toda división; que consideren al hombre como un espíritu encarnado y todo lo que esta unión entraña. Hombres que no teman ser filósofos a la vez que científicos, que no teman ser poetas a la vez que teólogos. En resumen, que sean hombres capaces de interpelar a todo el hombre.
Estos son los verdaderos educadores que el hombre necesita, porque, como dice Sófocles, muchos portentos hay, pero nada más portentoso que el hombre…
REDESCUBRIR LA PERSONA HUMANA
La declaración de Manhattan: redescubrir el valor de la persona humana
Andrés Ocádiz Amador aocadiz@legionaries.org
El pasado 20 de noviembre se dio a conocer la «Declaración de Manhattan», un documento firmado por 152 representantes cristianos ortodoxos, católicos y evangélicos, en la que se pronuncian en contra de algunas políticas del gobierno norteamericano y hacen un llamado de conciencia a toda la comunidad cristiana de los Estados Unidos.
En esta declaración se habla de tres nociones que pueden parecer diferentes entre sí (vida, matrimonio y religión), pero se relacionan mucho cuando se les añade la palabra “respeto”. Y de esto precisamente habla la declaración de Manhattan: respeto a la vida, al matrimonio y a la libertad religiosa.
Podría parecer que es hablar más de lo mismo: porqué los cristianos condenamos el aborto, porqué no aceptamos el “matrimonio homosexual” y porqué pedimos libertad religiosa. Sin embargo, a mi parecer, este texto ha dado en la diana porque nos remite al fundamento de la cuestión: la dignidad de la persona humana.
El problema de fondo es que, poco a poco, se ha ido diluyendo y destruyendo el significado de la persona humana. Si se piensa en la persona como alguien capaz de relacionarse o de hablar, se está olvidando el aspecto fundamental de la persona: que ella es, por naturaleza, racional. Si es capaz de relacionarse y hablar es gracias a esta racionalidad propia de su modo específico de ser. Dichas capacidades (ejercitadas en el alto nivel del hombre, por tanto, de forma muy diversa de lo que se constata entre los animales) no son otra cosa que manifestaciones de su racionalidad. A esto habría que añadir también que cada persona humana es una creatura de Dios, hecha a su imagen y semejanza. En cada hombre o mujer que vemos podemos descubrir, como en un espejo, la imagen de Dios. Todo esto nos muestra que la persona humana no es cualquier “cosa”, sino un ser de valor altísimo por su constitución propia y por su semejanza con Dios.
Teniendo esto claro, lo demás es una simple cadena de consecuencias, porque se comprende que todos los derechos de la persona no son añadiduras extrínsecas que otros generosamente le han concedido, sino que la persona misma, por ser ella quien es, es la fuente de esos derechos. Esos derechos le pertenecen por esencia.
Únicamente a esta luz de la dignidad de la persona se entenderá que los cristianos pedimos respeto a la vida porque la persona lo merece por ella misma y no porque sea útil a la sociedad o porque el niño venga sano. Sólo con este presupuesto se valorará el matrimonio entre hombre y mujer como la primera institución de la sociedad para garantizar la salud, la educación y el bienestar de todas las personas, principalmente los hijos, porque la persona lo merece. Y solamente si se reconoce la dignidad intrínseca de la persona se aceptará que no se puede imponer ninguna religión pero tampoco se puede prohibir, obstaculizar o confinar la libre expresión de los propios cultos y convicciones religiosas.
La «Declaración de Manhattan» también coloca en la mira otros problemas como la falta de apoyo a las madres solteras, el tráfico sexual, la explotación de trabajadores, el abuso de niños, las “limpias raciales”, el SIDA, los altos índices de natalidad ilegítima y el divorcio, entre otros. Pero si se analizan con detenimiento estos problemas, veremos que en el fondo la causa es la misma: se ha perdido de vista el valor fundamental de la persona, de cada persona, y por eso se le abandona, desprecia y explota.
Como bien constata el documento, durante 2000 años de historia el cristianismo se ha esforzado por proclamar la palabra de Dios «buscando la justicia en las sociedades, resistiendo las tiranías y saliendo con compasión al encuentro del pobre, del oprimido y del que sufre». La misión de este decreto, según los mismos firmantes, es hacer un llamado de conciencia a todos los cristianos de hoy a hacernos herederos de esta tradición y defender, una vez más, la dignidad de la persona.
Andrés Ocádiz Amador aocadiz@legionaries.org
El pasado 20 de noviembre se dio a conocer la «Declaración de Manhattan», un documento firmado por 152 representantes cristianos ortodoxos, católicos y evangélicos, en la que se pronuncian en contra de algunas políticas del gobierno norteamericano y hacen un llamado de conciencia a toda la comunidad cristiana de los Estados Unidos.
En esta declaración se habla de tres nociones que pueden parecer diferentes entre sí (vida, matrimonio y religión), pero se relacionan mucho cuando se les añade la palabra “respeto”. Y de esto precisamente habla la declaración de Manhattan: respeto a la vida, al matrimonio y a la libertad religiosa.
Podría parecer que es hablar más de lo mismo: porqué los cristianos condenamos el aborto, porqué no aceptamos el “matrimonio homosexual” y porqué pedimos libertad religiosa. Sin embargo, a mi parecer, este texto ha dado en la diana porque nos remite al fundamento de la cuestión: la dignidad de la persona humana.
El problema de fondo es que, poco a poco, se ha ido diluyendo y destruyendo el significado de la persona humana. Si se piensa en la persona como alguien capaz de relacionarse o de hablar, se está olvidando el aspecto fundamental de la persona: que ella es, por naturaleza, racional. Si es capaz de relacionarse y hablar es gracias a esta racionalidad propia de su modo específico de ser. Dichas capacidades (ejercitadas en el alto nivel del hombre, por tanto, de forma muy diversa de lo que se constata entre los animales) no son otra cosa que manifestaciones de su racionalidad. A esto habría que añadir también que cada persona humana es una creatura de Dios, hecha a su imagen y semejanza. En cada hombre o mujer que vemos podemos descubrir, como en un espejo, la imagen de Dios. Todo esto nos muestra que la persona humana no es cualquier “cosa”, sino un ser de valor altísimo por su constitución propia y por su semejanza con Dios.
Teniendo esto claro, lo demás es una simple cadena de consecuencias, porque se comprende que todos los derechos de la persona no son añadiduras extrínsecas que otros generosamente le han concedido, sino que la persona misma, por ser ella quien es, es la fuente de esos derechos. Esos derechos le pertenecen por esencia.
Únicamente a esta luz de la dignidad de la persona se entenderá que los cristianos pedimos respeto a la vida porque la persona lo merece por ella misma y no porque sea útil a la sociedad o porque el niño venga sano. Sólo con este presupuesto se valorará el matrimonio entre hombre y mujer como la primera institución de la sociedad para garantizar la salud, la educación y el bienestar de todas las personas, principalmente los hijos, porque la persona lo merece. Y solamente si se reconoce la dignidad intrínseca de la persona se aceptará que no se puede imponer ninguna religión pero tampoco se puede prohibir, obstaculizar o confinar la libre expresión de los propios cultos y convicciones religiosas.
La «Declaración de Manhattan» también coloca en la mira otros problemas como la falta de apoyo a las madres solteras, el tráfico sexual, la explotación de trabajadores, el abuso de niños, las “limpias raciales”, el SIDA, los altos índices de natalidad ilegítima y el divorcio, entre otros. Pero si se analizan con detenimiento estos problemas, veremos que en el fondo la causa es la misma: se ha perdido de vista el valor fundamental de la persona, de cada persona, y por eso se le abandona, desprecia y explota.
Como bien constata el documento, durante 2000 años de historia el cristianismo se ha esforzado por proclamar la palabra de Dios «buscando la justicia en las sociedades, resistiendo las tiranías y saliendo con compasión al encuentro del pobre, del oprimido y del que sufre». La misión de este decreto, según los mismos firmantes, es hacer un llamado de conciencia a todos los cristianos de hoy a hacernos herederos de esta tradición y defender, una vez más, la dignidad de la persona.
"DIGNITAS PERSONAE" : UN SI A LA VIDA
“Dignitas personae”: un sí a la vida
Fernando Pascual fpa@arcol.org
El 12 de diciembre de 2008 era publicada la instrucción “Dignitas personae”, un documento sobre biomedicina preparado por la Congregación para la doctrina de la fe. Vale la pena recordarlo al cumplirse un año de esa fecha.
¿Qué buscaba la Iglesia al publicar esta instrucción? Por un lado, pretendía destacar la importancia de la dignidad personal de todo ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural.
Sólo cuando reconocemos la dignidad de la persona podemos iluminar con criterios éticamente correctos el mundo de la tecnología biomédica y de la investigación, para que el desarrollo científico pueda dejarse acompañar por principios sin los cuales descubrimientos potencialmente muy valiosos pueden convertirse en enemigos de la vida o de la salud de algunos seres humanos.
Por otro lado, la “Dignitas personae” reproponía y actualizaba la doctrina presentada en otra instrucción, titulada “Donum vitae” (del 2 de febrero de 1987), en la que se exponían los criterios de la Iglesia católica respecto de la fecundación artificial y de algunas técnicas aplicadas sobre seres humanos en las etapas iniciales de su existencia.
Pasados más de 20 años de la “Donum vitae”, y ante los continuos progresos técnicos y los nuevos problemas suscitados especialmente en las intervenciones sobre el inicio de la vida humana, hacía falta una nueva reflexión de la Iglesia, que afrontase “algunos problemas recientes a la luz de los criterios enunciados en la Instrucción Donum vitae” y que examinase “nuevamente otros temas ya tratados que necesitan más aclaraciones” (“Dignitas personae” n. 1).
El camino realizado para llegar a la “Dignitas personae” fue largo e implicó a un elevado número de personas. Se recogieron en el texto investigaciones y estudios llevados a cabo por la Academia Pontificia para la Vida; también fueron integradas ideas de importantes documentos eclesiales, entre los que destacan las encíclicas “Veritatis splendor” (1993) y “Evangelium vitae” (1995) de Juan Pablo II (cf. “Dignitas personae” n. 2).
Desde el inicio, la “Dignitas personae” quiso dejar en claro el aprecio de la Iglesia hacia la ciencia, vista “como un valioso servicio al bien integral de la vida y la dignidad de cada ser humano” (“Dignitas personae” n. 3). Al mismo tiempo, pidió que los resultados de los nuevos descubrimientos fuesen ofrecidos también a quienes trabajan en las zonas más pobres del planeta, y a quienes sufren de modo más directo a causa de numerosas enfermedades.
La Iglesia quiere acompañar a cada persona que sufre, según un hermoso texto de Juan Pablo II (citado en “Dignitas personae” n. 3) en el que se afirmaba que “la vida vencerá... Sí, la vida vencerá, puesto que la verdad, el bien, la alegría y el verdadero progreso están de parte de la vida. Y de parte de la vida está también Dios, que ama la vida y la da con generosidad” (Juan Pablo II, discurso del 3 de marzo de 2001).
En su introducción, el documento de 2008 explicaba cuáles eran las partes en las que estaba dividido: “la primera recuerda algunos aspectos antropológicos, teológicos y éticos de importancia fundamental; la segunda afronta nuevos problemas relativos a la procreación; la tercera parte examina algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano” (“Dignitas personae” n. 3).
La lista de argumentos afrontados en “Dignitas personae” es amplia. Podemos recordar algunos, que tienen gran relieve en el mundo de la bioética: la fecundación artificial (sobre todo, FIVET e ICSI), la congelación y el abandono de embriones, la congelación de óvulos, la reducción embrionaria, el diagnóstico preimplantatorio, algunas técnicas abortivas precoces (como la píldora del día después y la RU486), la terapia génica, la clonación humana, las células madre (obtenidas desde adultos o desde embriones).
“Dignitas personae” fue y sigue siendo un decidido sí a la vida humana. Que, en el fondo, es un sí a lo mejor del hombre a la hora de optar y de actuar en el mundo de la medicina y de la investigación, si sabe respetar la dignidad humana, especialmente de los más pequeños e indefensos: los embriones en las primeras etapas de su desarrollo.
Fernando Pascual fpa@arcol.org
El 12 de diciembre de 2008 era publicada la instrucción “Dignitas personae”, un documento sobre biomedicina preparado por la Congregación para la doctrina de la fe. Vale la pena recordarlo al cumplirse un año de esa fecha.
¿Qué buscaba la Iglesia al publicar esta instrucción? Por un lado, pretendía destacar la importancia de la dignidad personal de todo ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural.
Sólo cuando reconocemos la dignidad de la persona podemos iluminar con criterios éticamente correctos el mundo de la tecnología biomédica y de la investigación, para que el desarrollo científico pueda dejarse acompañar por principios sin los cuales descubrimientos potencialmente muy valiosos pueden convertirse en enemigos de la vida o de la salud de algunos seres humanos.
Por otro lado, la “Dignitas personae” reproponía y actualizaba la doctrina presentada en otra instrucción, titulada “Donum vitae” (del 2 de febrero de 1987), en la que se exponían los criterios de la Iglesia católica respecto de la fecundación artificial y de algunas técnicas aplicadas sobre seres humanos en las etapas iniciales de su existencia.
Pasados más de 20 años de la “Donum vitae”, y ante los continuos progresos técnicos y los nuevos problemas suscitados especialmente en las intervenciones sobre el inicio de la vida humana, hacía falta una nueva reflexión de la Iglesia, que afrontase “algunos problemas recientes a la luz de los criterios enunciados en la Instrucción Donum vitae” y que examinase “nuevamente otros temas ya tratados que necesitan más aclaraciones” (“Dignitas personae” n. 1).
El camino realizado para llegar a la “Dignitas personae” fue largo e implicó a un elevado número de personas. Se recogieron en el texto investigaciones y estudios llevados a cabo por la Academia Pontificia para la Vida; también fueron integradas ideas de importantes documentos eclesiales, entre los que destacan las encíclicas “Veritatis splendor” (1993) y “Evangelium vitae” (1995) de Juan Pablo II (cf. “Dignitas personae” n. 2).
Desde el inicio, la “Dignitas personae” quiso dejar en claro el aprecio de la Iglesia hacia la ciencia, vista “como un valioso servicio al bien integral de la vida y la dignidad de cada ser humano” (“Dignitas personae” n. 3). Al mismo tiempo, pidió que los resultados de los nuevos descubrimientos fuesen ofrecidos también a quienes trabajan en las zonas más pobres del planeta, y a quienes sufren de modo más directo a causa de numerosas enfermedades.
La Iglesia quiere acompañar a cada persona que sufre, según un hermoso texto de Juan Pablo II (citado en “Dignitas personae” n. 3) en el que se afirmaba que “la vida vencerá... Sí, la vida vencerá, puesto que la verdad, el bien, la alegría y el verdadero progreso están de parte de la vida. Y de parte de la vida está también Dios, que ama la vida y la da con generosidad” (Juan Pablo II, discurso del 3 de marzo de 2001).
En su introducción, el documento de 2008 explicaba cuáles eran las partes en las que estaba dividido: “la primera recuerda algunos aspectos antropológicos, teológicos y éticos de importancia fundamental; la segunda afronta nuevos problemas relativos a la procreación; la tercera parte examina algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano” (“Dignitas personae” n. 3).
La lista de argumentos afrontados en “Dignitas personae” es amplia. Podemos recordar algunos, que tienen gran relieve en el mundo de la bioética: la fecundación artificial (sobre todo, FIVET e ICSI), la congelación y el abandono de embriones, la congelación de óvulos, la reducción embrionaria, el diagnóstico preimplantatorio, algunas técnicas abortivas precoces (como la píldora del día después y la RU486), la terapia génica, la clonación humana, las células madre (obtenidas desde adultos o desde embriones).
“Dignitas personae” fue y sigue siendo un decidido sí a la vida humana. Que, en el fondo, es un sí a lo mejor del hombre a la hora de optar y de actuar en el mundo de la medicina y de la investigación, si sabe respetar la dignidad humana, especialmente de los más pequeños e indefensos: los embriones en las primeras etapas de su desarrollo.
ALGUNOS GOBIERNOS QUIEREN ROBAR A LOS PADRES EL DERECHO DE EDUCAR A SUS HIJOS
Algunos gobiernos quieren robar a los padres el derecho a educar a sus hijos
Jorge Enrique Mújica jem@arcol.org
Uno de los principales derechos –y obligaciones– de los padres de familia es la educación de sus hijos. Pero desde hace algunos años ese derecho les está siendo robado por los gobiernos, en algunos países. ¿A qué países y a qué acciones aludimos? ¿En qué áreas de la vida humana? ¿Con qué finalidad y de quién vienen esas pautas a imponer?
Unos países y temas de muestra
A mediados del mes de abril de 2008, el presidente venezolano Hugo Chávez recibió numerosas críticas ante un plan “educativo” que contemplaba una educación militarizada de los niños y adolescentes por medio de la asignatura “ciencias sociales y ciudadanía”. El programa ya había sido rechazado como parte de un referéndum más amplio en diciembre de 2007. Chávez pretendía llevarlo adelante, no obstante.
Uno de los contenidos más preocupantes fue la tesis del “espacio vital”, que en su momento utilizó también el Hitler como justificación bélica y expansionista. No era todo. “En cuanto a historia contemporánea, se dedican muchas horas al gobierno actual y se omiten periodos que al gobierno no le interesa que se estudien, como el periodo de 1945 a 1958, cuando hubo golpes militares y una dictadura de seis años”, refirió Leonardo Carvajal, de la universidad Andrés Bello, de Caracas, al periódico El Mercurio (cf. 12.02.2008).
Meses más tarde, en agosto de 2009, el gobierno socialista de Hugo Chávez sacaría una ley por la que el Estado asume la capacidad ilimitada de intervenir y controlar instituciones educativas privadas, tomando también el poder de “evaluar la capacidad de las personas jurídicas y naturales para el cumplimiento de los requisitos éticos, económicos, académicos, científicos, de probidad, eficiencia, legitimidad y procedencia de los recursos para fundar y mantener instituciones educativas privadas”, informaba aci prensa (cf. 01.09.2009). Se trata de una manera para poder incluir su ideario en las escuelas privadas.
El pasado mes de mayo de 2008, el gobierno argentino, a través del Consejo Federal de Educación, aprobó una resolución que obligaba a todas las escuelas del país a enseñar que “el preservativo es el único método existente para prevenir el virus del SIDA (cf. La Nación, 30.05.2009). “Estamos obligados y no es optativo. Nadie puede negarse. Hoy, una educación de buena calidad incluye información sobre sexualidad”, declaró el ministro de educación Juan Carlos Tedesco al periódico La Nación.
InfoCatólica.com (cf. 24.10.2009) informaba que en Colombia, la Corte Constitucional dictaminó obligar a enseñar el “derecho al aborto” en las escuelas del país: “la orden obliga a hacer ajustes en la educación sexual, y serán los ministerios de educación y protección social los que determinen a partir de qué grado se impartirá la información”.
Pero no es un asunto exclusivo de países sudamericanos. España es el país europeo donde el adoctrinamiento ideológico, afín al gobierno socialista actual, está literalmente usurpando el derecho de los padres a educar a sus hijos e imposibilitando reacciones en contra.
La asignatura de “educación para la ciudadanía” fue aprobada por el parlamento español en 2006, con la velada finalidad de adoctrinar en la ideología socialista (aceptación del aborto, familias multiparentales, el homosexualismo, el uso de preservativos y control natal, desenfrenos sexuales, eutanasia, etc.) a niños en educación primaria y media básica. El hecho supone sustraer a los padres el derecho a que sean ellos mismos quienes eduquen, en el momento que consideren adecuado, en los temas aludidos.
Ejemplos: en enero de 2009 se informaba que en el colegio san Javier de Madrid, una organización no gubernamental partidaria de que el límite de edad para el consentimiento de relaciones homosexuales se sitúe en los 11 años, y favorable al uso de la “píldora del día después” a partir de los 12 años, sin que los padres lo tengan que autorizar, es la encargada de impartir criterios éticos y morales de acuerdo al programa de “educación para la ciudadanía”. Los padres y alumnos han denunciado que el tiempo escolar se dedica a convencer a los alumnos, por ejemplo, en que no existen diferencias entre matrimonios y parejas homosexuales.
Pero España no se ha limitado a imponer ideología a sus ciudadanos dentro del propio país, sino también a los que viven fuera. A inicios de enero de 2009, la Plataforma Portuguesa por la Libertad de Educación denunció que algunos alumnos que habían objetado en un colegio español de Lisboa, el Instituto Español Giner de los Ríos, recibieron presiones a través de una circular que la embajada española en Portugal les hizo llegar. La presión iba encaminada a obligarles a asistir a la clase de “educación para la ciudadanía”.
Más preocupante es, por ejemplo, lo denunciado por el Foro Español de la Familia: el ministerio de educación español está manipulando a niños de 10 y once años recomendándoles ya desde esa edad el coito anal, el sexo oral, la masturbación y los preservativos de sabores (cf. boletín telemático, 03.09.2009). No es todo. El gobierno socialista puso en marcha un website llamado Sexpresan, con contenido multimedia que incita a las relaciones sexuales a tempranísima edad.
“Robin” es también un proyecto del Ministerio de Sanidad del gobierno socialista español, lanzado en enero de 2008. Consiste en un programa-robot que da información sobre el sexo a través del Messenger. La iniciativa apoyada por Microsoft tiene como auditorio de alcance adolescentes de entre 12 y 17 años y responde usando el lenguaje en que preguntan los jóvenes (incluye palabras vulgares) y con gráficos con contenido explícito. En su momento fue ampliamente criticado por suplantar el papel de los padres en el trato de estos temas.
Recientemente, en noviembre de 2009, el ministerio de educación de la comunidad autonómica de Extremadura destinó más de 14.000 euros a una campaña para promover la masturbación entre los adolescentes.
Con el “fin” de “reducir” el elevado embarazo de adolescentes, el gobierno británico de Gordon Brown impulsó en octubre de 2008 una ley que imponía la educación obligatoria de sexo, desde los 5 hasta los 16 años, a través de la asignatura Educación personal, social y de salud. La decisión del gobierno británico contrasta con las encuestas realizadas por la BBC. Según ésta, el 64% de los británicos ve más adecuado que este tipo de “educación” se imparta de los 11 años en adelante, mientras que un 36% no está de acuerdo en que se hable de anticoncepción, al menos hasta los 13 años.
En declaraciones recogidas por ForumLibertas.com (cf. 31.10.2008), el ministro de educación británico Jim Knight afirmó que “La vida moderna es cada vez más compleja y tenemos el deber de dotar a nuestros jóvenes del conocimiento para afrontarla”.
En México, desde junio de 2009, la Secretaría de Salud (ministerio) comenzó a repartir entre los estudiantes de educación básica de todo el país una “cartilla de vacunación” (más de 26 millones) que promueve el uso de métodos abortivos entre niñas y jóvenes, la promiscuidad sexual, además de recomendar el uso de la “píldora del día después”. La particularidad de esta medida es que de no ser adoptada, los niños no pueden reinscribirse al siguiente curso. La cartilla suplanta el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones.
Meses más tarde, en septiembre de 2009, la Secretaría de Educación de Guanajuato, también en México, anunciaba que retiraría un libro de biología para el curso 2010-2011 que proponía la abstinencia sexual y la fidelidad para prevenir enfermedades de transmisión sexual y que promovía también el matrimonio como espacio para tener hijos. ¿El motivo? Activistas feministas hicieron presión, pese a que los padres de familia no manifestaron oposición.
Qué dice la jurisprudencia
Y ante la imposición gubernamental qué dicen los tribunales. Dos sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo amparan el derecho de los padres para que sus hijos sean educados “conforme a sus convicciones morales y religiosas”.
La primera sentencia es del 29 de junio de 2007 para el caso de unos padres noruegos, miembros de la Asociación Humanista Noruega, que rechazaban la asignatura “cristianismo, religión y filosofía” (caso Folguero contra Noruega). El fallo favorable para estos padres se amparó en el artículo 2 de la Constitución Noruega.
La segunda sentencia es del 9 de octubre de 2007 y fue favorable a unos padres alevitas (rama del islam) contra la asignatura “cultura, religión y ética”, en Turquía (caso Hassan y Eylem Zengin contra Turquía).
Paradójicamente, los Tribunales Superiores de Justicia de comunidades españolas como las de Cataluña, Asturias y Cantabria, no les han dado un amparo similar a los objetores contra la asignatura de “educación para la ciudadanía”, en España.
Llama la atención que Estrasburgo dictamine que unas personas no deben recibir instrucción religiosa –aunque sea sólo historia– aduciendo que no está conforme a las convicciones morales y religiosas de los padres, pero no se respete que una familia no quiera recibir adoctrinamiento socialista alegando ese mismo derecho al que se acogieron en Noruega y Turquía. Actualmente en España hay más de 54.000 objetores a la polémica asignatura.
De dónde vienen las órdenes
Juan Claudio Sanahuja revelaba en Noticias Globales (cf. 01.09.2009) que la UNESCO dio a conocer el 27 de agosto de 2009 la Guía de Educación Sexual para el Empoderamiento de los Jóvenes. En sus 98 páginas, el documento en el que también colaboró la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de las Naciones Unidas para la Población, se incita a enseñar a los niños de 5 años la masturbación, por ejemplo.
No es el único documento o medio para imponer determinada ideología acerca de la sexualidad pues, como se ha visto, en diferentes países es cada vez más frecuente la aparición de guías o libros de texto obligatorios para las escuelas, que promueven una enseñanza explícita –y a veces dudosamente pedagógica y sin el consentimiento de los padres de familia– de la sexualidad.
No es sólo un organismo oficial e institucional de Naciones Unidas el que promueve este tipo de adoctrinamientos. El tema de la educación como pretexto para la imposición de ideologías es también una táctica Europea.
El 16 de octubre de 2002, el comité de ministros de la Unión Europea publicó la Recomendación (2012) 12, del Comité de Ministros a los Estados miembros relativa a la educación para la ciudadanía democrática (cf. http://www.coe.int/t/dg4/education/edc/Source/Pdf/Documents/By_Country/Spain/2002_38_Rec2002_12_Es.PDF). En ella se afirma y declara, entre otras cosas, “que la educación para la ciudadanía democrática es esencial para la misión principal del Consejo de Europa” y “que la educación para la ciudadanía democrática abarca toda actividad educativa, formal, no formal o informal, incluida la de la familia” (cf. p. 3), lo que deja ver claramente el robo de derechos y la injerencia en la vida privada de las familias.
Pero todavía queda una pregunta: ¿a qué responden toda esta abundante legislación e iniciativas de corte ideológico? A esta pregunta respondió atinadamente Lourdes Ruano Espina catedrática de derecho eclesiástico del Estado, de la universidad de Salamanca, durante el Congreso “Católicos y Vida Pública”, el 21 de noviembre de 2009: “Transformar la sociedad […] y redefinir al hombre, partiendo de una antropología y una ideología (la llamada ideología o teoría del género) que resultan incompatibles con la antropología cristiana y contrarias a la ley moral”.
Es significativo que los partidos políticos que están promoviendo este tipo de robo a los padres de familia sean mayoritariamente integrantes de la Internacional Socialista (IS), un organismo heredero del marxismo.
Así por ejemplo, en Venezuela, el grupo político “Podemos” es un baluarte de apoyo al Partido Socialista Unido de Venezuela, que es el partido de Hugo Chávez. “Podemos” tiene el estatus de partido consultivo en la IS. El Partido Laborista, del premier británico Gordon Brown, es partido miembro pleno de la IS. Algo que también sucede con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los mexicanos Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Partido de la Revolución Democrática (PRD) (se puede ver el siguiente enlace que refiere, por países, cuáles son integrantes de la IS: http://www.lainternacionalsocialista.org/about.cfm).
Como dice el portal de la Internacional Socialista, su propósito es coordinar las actitudes y actividades políticas de los partidos políticos que son miembros. El objetivo, entonces, es más claro.
Qué hacer
En una entrevista concedida a ForumLibertas.com, el abogado y ex diputado español, Manuel J. Silva, decía –refiriéndose a todas estas usurpaciones de derechos por parte del Estado en la vida de las familias– que se “pretende convertir al padre y a la madre en puros hoteleros de sus hijos” (cf. 09.03.2009).
¿Y qué es la objeción de conciencia? El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: es un derecho por el cual “El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. Las leyes injustas colocan a la persona moralmente recta ante dramáticos problemas de conciencia: cuando son llamados a colaborar en acciones moralmente ilícitas, tienen la obligación de negar. Además de ser un deber moral, este rechazo es también un derecho humano elemental que, precisamente por ser tal, la misma ley civil debe reconocer y proteger: « Quien recurre a la objeción de conciencia debe estar a salvo no sólo de sanciones penales, sino también de cualquier daño en el plano legal, disciplinar, económico y profesional» (n. 399).
Y el Catecismo va más allá cuando nos recuerda que: “Es un grave deber de conciencia no prestar colaboración, ni siquiera formal a aquellas prácticas que, aun siendo admitidas por la legislación civil están en contraste con la ley de Dios. Tal cooperación, en efecto, no puede ser jamás justificada, ni invocando el respeto de la libertad de otros, ni apoyándose en el hecho de que es prevista y requerida por la ley civil. Nadie puede sustraerse jamás a la responsabilidad moral de los actos realizados y sobre esta responsabilidad cada uno será juzgado por Dios mismo (cf. Rm 2,6; 14,12)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 399).
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